Enrique Borobio
Crespo es un soriano nacido en la comarca de El Valle, concretamente en
Rebollar, de donde es alcalde. Pese a su juventud, parece ser que tiene
ya el doctorado a punto y que éste versará, en especial, sobre el traje
popular soriano y los elementos que les acompañan, es decir, la
indumentaria en general.


En este mes de
noviembre de 2011, en el Salón Gerardo Diego del Casino de Soria,
Borobio se ha encargado de explicar una exposición, pequeña, pero muy
interesante, de esta indumentaria.
Pero antes de seguir,
hemos de hacer referencia a don José Tudela de la Orden, y su interés
por el traje regional en general, y el soriano en particular. Siempre
que le fue posible, en muchas ocasiones, don José escribió sobre ello.
En el periódico La Voz de Soria, del que fue uno de los fundadores, se
ocupó ampliamente a lo largo de los años 1922-1925. Para él tenía gran
importancia cómo se vestían los sorianos, ya que estimaba este hecho,
natural y a la vez complejo, producto de las necesidades y del saber del
pueblo. Consideraba los que vestían los ancianos de Villaciervos y
Fuentearmegil como los más antiguos usados en España en aquellos años.


Junto a José Tudela,
su amigo Luis de Hoyos Sáinz, a través de la Sociedad de Amigos del
Arte, organizaron una exposición nacional. En el Salón Blanco de la
Diputación de Soria, se expusieron los trajes que habían sido
seleccionados para llevar a Madrid. Remarcó la importancia del de Las
Cuevas, por “la riqueza y esplendidez de su colorido”. El de
Fuencaliente por su originalidad. Y el de El Royo por la “sencilla
elegancia”.
Siempre que el tema
lo requería, hacía alusión al traje soriano, ya fuera comentando un
cuadro de Valeriano Bécquer, en la sección “Recuerdos y notas de mi
Tierra”, e incluso en el trajo que sobre el marqués de Santillana y sus
Serranillas publicó en la revista Celtiberia. Sería para él, y lo es
para sus hijas Inés y Conchita, la puesta en marcha, en Morón de
Almazán, del Museo del Traje, del que se ocupa Enrique Borobio, y que
contendrá la colección de la familia Ángel.


Tanto con la
exposición del Casino de Soria, como en el futuro Museo de Morón de
Almazán, Enrique Borobio pretende dejar claro cómo era la indumentaria
soriana durante los últimos dos siglos a través de un trabajo de
investigación llevado a cabo, fundamentalmente, en los inventarios y en
las piezas que se han conservado. Tonos pardos, colores austeros,
predominio de la lana, naturalmente en una provincia con abundancia de
merinas, pero también uso del cáñamo y el lino, cultivado en estas
tierras. Pero también había colorido, sobre todo en los vestidos de
fiestas. Por ejemplo, los hombres usaban medias azules y las mujeres
colores vivos como el expuesto de Vinuesa. Los bordados eran
importantes, como puede verse en las fotos, en la blusa del traje de
fiesta de Pinares. La capa soriana era, y en algunos lugares es todavía,
muy usada. También el capote de Fuentearmegil. El de paño pardo era
habitual en todos los pueblos sorianos. Y en una escena de trabajo, que
bien podría ser un trasnoche, nos dijo Enrique, se
ve a la hilandera con el traje levantado y debajo un refajo blanco.


Junto a los trajes,
los asistentes a una de las charlas de Enrique Borobio, pudimos ver, y
tocar, joyas tradicionales populares.

El
Siguemepollo, por ejemplo, es una cinta que cuelga por la parte de
atrás, y que sujeta un colgante por delante, a veces en forma de
almendra, y el movimiento lo hace sonar. Tanto la propia palabra, llena
de significado, como el tintineo de lo que cuelgue, parece pedir a quien
va detrás que siga a la moza. También había collares, unos hechos con
antiquísimas cuentas de vidrio, romanas algunas, de vivos colores. En el
Museo Numantino se exponen algunos casi iguales a los que, quizá todavía
en fiestas, se colocan las sorianas. Dice Borobio que otros collares se
hacían con coral, en forma de macarrón (que también pudimos tocar), y
que se usaban como amuleto, para dar “tranquilidad a los vivos y paz los
muertos”. Constan de tres o cuatro vueltas y, según la documentación
(escasa para las joyas, puesto que estas se regalaban a las hijas antes
de fallecer y apenas están inventariadas) una vuelta se quedaba en la
iglesia, suponemos que a manera de exvoto, y otra a la tumba.

La
joya más vistosa es la collarada, donde se van añadiendo medallas,
cruces y otros abalorios, hasta formar un gran collar que se utiliza en
los días de fiesta. También en fechas señaladas se colgaban las cruces
de Caravaca, a las que se les daba, también, un uso religioso-mágico
para tener un buen parto, para lo que se colocaban en las cabeceras de
la cama en el momento de parir. Pendientes de bellota, de maza o porro,
polcas, arracadas de diario y de fiesta, algunos huecos, en cuyo
interior se introducían hierbas perfumadas, y pequeñas medallas, pasaron
de mano en mano. Apuntó Enrique Borobio el haber encontrado piezas
excepcionales partidas por herencias.

Finalmente,
dos jóvenes peluqueras hicieron distintos recogidos de pelo, como los
peinados de rodete, de rosca y de picaporte.

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