Como hemos dicho
tantas veces, el mundo rural, hasta hace cuarenta o cincuenta años, era
autosuficiente. De alguna manera todavía lo sigue siendo, sobre todo en
aquellos hogares en los que el consumismo no ha hecho demasiada mella.
Cereal
para el pan, huerto para “el gasto”, cerdos criados en casa para todo el
año, pollos, gallinas y huevos para la proteína, junto con el cerdo, la
caza y la pesca de trucha, cangrejos y barbos, donde los había. Alguna
cabra para la leche y el queso. Miel para endulzar y hacer mostillo, y
hasta para fermentarla y elaborar licor. Hasta la epidemia de la
filoxera, a final del siglo XIX, muchos municipios tenían sus viñas y
hacían vino, también para el gasto. Lino y lana para vestirse y llenar
los colchones. Plantas del bosque para curar las enfermedades, y la leña
de esos mismos bosques, para calentarse.
¿Qué faltaba en casi
toda Castilla, y también en Soria? Faltaba el aceite. Sólo algunos
olivos en Ágreda, también en Valverde, y un pequeño olivar en Villarijo,
que debió comenzar algún trashumante, y llegaron a tener hasta un
trujal. Poco más.
También
se hacía en Soria el jabón que se necesitaba, tanto para el aseo como,
principalmente, para lavar la ropa y la limpieza de las casas. A veces
no contaban con suficiente grasa para su elaboración, al carecer de
aceites vegetales, pero ahí estaban los arrieros o hueveros y aceiteros,
sobre todo de la pequeña comarca llamada La Rinconada y muy
especialmente de Fuentestrún y Trébago, que cambiaban los huevos que
recogían por los pueblos por aceite y jabón.
Por supuesto que para
hacer jabón se aprovechaban grasas y aceites no sólo utilizados, sino
reutilizados. En la actualidad se utilizan aceites limpios, incluso de
oliva, y se les incluyen perfumes o hierbas medicinales. Entonces, el
jabón era un elemento más, indispensable en la casa, y como tal se
trataba. La sosa caustica, elemento imprescindible, se ocupaba de
limpiar la grasa de impurezas.
Hace
unos días, en casa de la familia Antón-Goig, en Tozalmoro, se reunieron
para elaborar jabón a la más vieja usanza, es decir, con grasa animal,
un poco de aceite, sosa y agua. Exactamente las medidas son: 500 gramos
de sosa caustica, 3 litros de agua y otros 3 de aceite o grasa disuelta
previamente. Hay que mezclar el agua con la sosa, con mucho cuidado ya
que quema, y mover hasta que se disuelve. Se deja enfriar cuatro o cinco
horas, momento en que se añade el aceite (filtrado si está usado), o la
grasa previamente licuada, moviendo siempre en el mismo sentido, hasta
que cuaje. Se vuelca en un recipiente, por ejemplo de madera, de unos
diez centímetros de alto, y se deja enfriar dos días por lo menos, antes
de partirlo en porciones.
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