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MEMORIAS Celestino Zamora Ramos
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En el año 1918 la iglesia de Quintana Redonda sufrió un incendio que la dejó completamente arruinada. Sólo seis años más tarde, el templo que ahora vemos, neo-románico, fue bendecido, gracias, en gran parte, al que entonces fuera sacerdote, Celestino Zamora Ramos. Él movió cielo y tierra para conseguirlo, con la ayuda económica de nobles, políticos, suscripciones populares, y con el trabajo de los vecinos de Quintana, a quienes espoleaba, a veces de manera inmisericorde, para lograr sus propósitos. Todos los avatares de esos seis años fueron anotados por el sacerdote, y ahora dados a la imprenta por la familia Zamora, abonada de hombres de Iglesia, de la que también formaba parte el escritor Avelino Hernández. Hoy leemos con gusto este documento, pero de sus páginas resulta fácil deducir que las relaciones entre sacerdote y pueblo no fueron, en general, y para aquellos años (1918-1924), precisamente apacibles. Ya queda claro desde el primer capítulo que el padre Zamora no veía a sus feligreses muy piadosos que digamos. Apunta que las causas del aumento de la población de Quintana Redonda fueron la vía férrea y la resinación “y ello ha contribuido también al descenso de moralidad y fe”. Se lamenta de que los obreros no guardaban el día de fiesta, no oían misa “y a lo más vienen al pueblo por la tarde a reunirse en la taberna”. Siete había, nada menos. Según él la juventud se criaba en el libertinaje “empezando por tener una especie de café-taberna jugando a la banca y chapas”. Para el sacerdote, tanto esto como los bailes por la noche en la casa del ayuntamiento, con poca luz, iban a corromper al pueblo. Le consolaba mucho al bueno de don Celestino que las buenas costumbres que conservaban sus feligreses eran debido a las “gestiones de D. Domingo Cercadillo cuando fue secretario del ayuntamiento y se obligaba bajo multa a asistir a rogativas y muchas personas, o casi todas, oyen misa bajo multa en ciertos días por cofradía o ayuntamiento”. Así estaban las cosas cuando se quemó la iglesia de Quintana Redonda, y no carece de interés este capítulo donde, desde la perspectiva del sacerdote, se reflejan costumbres y modo de vida de los habitantes de este lugar. Muy interesante también resulta el siguiente capítulo para conocer, sin haber llegado a conocerla, la historia de la primitiva iglesia. Hasta siete reconstrucciones tuvo. Recoge la ornamentación antes del incendio, deteniéndose especialmente en Miguel de Antona “Velasquillo”, bufón de Felipe II quien, a expensas del rey, levantó un altar dedicado a la Magdalena. Los capítulos siguientes están dedicados a pormenorizar los avatares que, durante seis años, marcaron la historia de Quintana Redonda, es decir, conseguir dinero y prestación personal para la reedificación del templo. Muy poco tiempo, si se tienen en cuenta las condiciones de trabajo de la época. El padre Zamora trataba de implicar a todas las autoridades, además de al pueblo, pero se desesperaba, y mientras relataba estos desesperos, no dejaba de intercalar lo que algunas actitudes le hacían sufrir “Todas las calles atronan con sus voces de la selva y de vez en cuando salta el chasquido de la blasfemia”. “Memorias” es una publicación muy interesante, viva y apasionada. Desde el punto de vista del sacerdote Celestino Zamora Ramos, pasan por ella nombres y apellidos de los que colaboraron a manos abiertas –principalmente la familia González de Gregorio- y de los que fueron muy críticos con la actitud del cura, llegando a enfrentarse con él. Hay una lista de los que, con su óbolo, contribuyeron a que la iglesia fuera una realidad. Fotocopias de periódicos de la época y fotos familiares. Isabel Goig |
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