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PROFUNDA VOZ Jesús Gaspar Alcubilla Edita: el autor |
LOS MUNDOS ENCONTRADOS QUIZÁ PAREZCA UN lugar común iniciar las palabras que prologan un poemario expresando agradecimiento y declarando sorpresa. No debe serlo; o, en todo caso, me será permitido hacer esa doble declaración. Es de ley -o así lo entiendo yo, y por ello dejo aquí constancia- agradecer al poeta Jesús Gaspar Alcubilla la invitación que me hace a abrir su poemario con mis pobres palabras. En un prólogo debe darse comedida cuenta - a medio camino entre la invitación a la lectura y la explicación del texto - de la obra que anticipa. El poeta me ha distinguido al dar por sentado que yo seria capaz no sólo de acometer, sino también de lograr con éxito tan alta empresa. Le agradezco bien de veras que con su invitación haya dejado entender semejante exceso de mi poca capacidad. También he de declarar mi sorpresa porque me ha sido dado el privilegio de entrar en conocimiento de la poesía de Jesús Gaspar Alcubilla de un modo completo. He podido leer esta obra que ahora presenta, Profunda voz, junto con la primera que publicó, Cantos beroícos de mi tierra y de otros páramos olvidados (1999). La sorpresa que me han procurado las dos lecturas -lecturas prácticamente simultáneas - es de tal índole que linda el asombro. Me ha sido dado percibir que los resortes de la evolución que hay entre ambas obras muestran un acertado avance hacia la profundidad conceptual y hacia la definición lírica. Es rotundo el paso de aquel primer poemario a este otro. Fundamentalmente, porque en Profunda voz el poeta mira dentro de sí, mientras que en Cantos heroicos de mi tierra y de otros páramos olvidados miraba hacia lo externo. No son pocas las veces que el paisaje desborda a quien lo contempla; pero, a partir de Antonio Macliado, los poetas deben saber que el paisaje también puede ser una delicada operación interior, una vigorosa maquinaria introspectiva, y no sólo un mero mirar. En cualquier caso, en Profunda voz, el poeta que compone y reúne versos muestra cuanto le vive dentro, habla de sí mismo, porque ha intuido que es el mundo interior la materia más propicia a la alta poesía. Tres son los ámbitos en que se adentra el poemario. Está la evocación lírica, a veces teñida, claro, de desazón, de amargura; así los poemas "Memoria, sueños de infancia" o el que da título a la obra, "Profunda voz". El poeta deletrea sentimientos y los esparce entre las besanas de los versos: ríos del alma que se pierden./ Cuerpos de luz. En segundo lugar, está el ámbito de la plasmación de lo insondable, una especie de giro metafísico, la interrogación vuelta hacia donde no hay respuestas; así los poemas "Soledad de nieve" o "Agreste mar". El poeta detiene ahora sus pasos -pero no la voz- ante la tragedia que resulta de oponer la pequeñez humana a la enormidad del tiempo: Hay un lugar donde la piedra duerme / su soledad inmensa de granito. Estos dos grandes ámbitos -la expresión de los sentimientos y la indagación de los conceptos- lo son, sin duda alguna, de la alta poesía. Pero hay un tercer lugar de búsqueda, la elevación de la anécdota, de la escena vivida, hacia el encuentro con un mundo interior de correspondencias. Se trata de un ámbito propicio para esa otra poesía que no siendo elevada en conceptos sí que es alta en indagación estética. Es, en efecto, poesía de altura aquella cuyas imágenes se presentan a sí mismas para ir en busca de su adecuación lírica con la referencia de que parten. Un bellísimo y perfecto ejemplo es "Meridiano". En este poema la arriesgada imagen de arranque, Discóbolo, y repetida en el inicio de tres estrofas, queda en espera de ofrecer su pleno sentido en la culminación de la íntegra lectura de la totalidad de los versos. El lector, al final, advierte que la referencia externa de la cual nació la imagen no es otra sino la inocente representación de un nadador. ¿Qué ha ocurrido? En "Meridiano" anécdota y juego conviven. Pero, además, el poema incorpora todos los elementos necesarios para que anécdota y juego sean percibidos, tanto juntos como por separado. Ni la una ni el otro pierden sus autónomos perfiles ni sus mutuas capacidades expresivas. El poeta ha logrado, en última instancia, un pequeño gran milagro, la elaboración de un mundo imaginativo, posible y entero. Finalmente, ha compuesto el poema que contiene ese mundo imaginado sin que nada quede fuera. Como culmen, una vez cumplido el círculo, la redondez, la totalidad, el poema se eleva sobre sí mismo y posibilita hacer una nueva lectura: el desvalimiento, más allá de los perfiles de la nítida belleza que el poema sostiene y procura, nombra la tragedia de la existencia en un mundo inhóspito: Por la retina del tiempo se escapaba. Súbíto, / como un volcán sin dueño. Errante. Jesús Gaspar Alcubilla entrega con este poemario los resultados de una evolución poética. Me será otorgada la licencia de asegurar que este poemario indica un camino. A mi entender, ese camino conduce hacia un cuarto ámbito que también conviene a la alta poesía, la verdadera. Es el ámbito de la interrogación vuelta hacia sí misma. El poeta también debe preguntarse qué es poesía y qué sentido tiene escribirla. Entiendo que tendrá sentido esperar a que tales inquisiciones sean formuladas y respondidas en la futura obra de este poeta que en la página que sigue promete Profunda voz. © Juan González Soto (del prólogo del libro) Ficha del autor |
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