Conversaciones con la Soria ausente

José Antonio Pérez-Rioja

Las razones líricas del último ilustrado

Javier D. Narbaiza

 

José Antonio Pérez-RiojaSe resiste levemente Don José Antonio Pérez Rioja a su encuadre como soriano ausente, él, que de una u otra forma vive en Madrid pensando en Soria, investigando sobre Soria,  viajando a Soria en cuanto el tiempo remonta y vuelven las frondas a la Alameda. Más el caso es que nos encontramos en su casa madrileña, a la semana de haber recibido en el Ateneo de Madrid un homenaje a sus labores de investigador, y a tantas  pedagogías que fructificaron en inquietudes intelectuales de generaciones de sorianos. Cerca de cincuenta libros, miles de artículos, miembro de Academias, agitador cultural en tiempos difíciles, Pérez Rioja movió aquella calma chicha de la pequeña provincia, y gracias a sus impulsos surgieron: la nueva biblioteca, cineforum, academia de idiomas, charlas de verano... Hoy, D. José Antonio recuerda aquel día de 1944 en que tomó plaza de bibliotecario, dejando el puesto de  Oviedo, y desde “razones líricas” se marchó a la tierra en la que varias generaciones de Pérez Rioja se habían afanado en menesteres culturales: librería, imprenta, prensa periódica, fotografía, poesía...

“ Vi mis primeras luces en Granada, en 1917, donde mi padre ejercía como fotógrafo. Desde el año 19 y hasta el 44, permanecí en Madrid, donde cursé  bachillerato, y después,  en la Universidad Central, Filosofía y Letras, en la sección de Filología Clásica. La guerra civil me truncó la carrera, y recuerdo mis horas de estudio en este Ateneo, desde cuyos pupitres de su biblioteca soporté el zumbido de los aviones cuando  bombardeaban Madrid. Llegó la postguerra, para mí en extremo dura y difícil, y me tocó dar clases particulares a la par que preparaba la oposición, y al final, el 1 de septiembre de 1944, tomé posesión de la plaza en la biblioteca de la Universidad de Oviedo. Allí, en la capital del Principado, me designaron-sin haberlo solicitado- encargado de la Cátedra de Griego del Instituto masculino. Era privilegiada mi situación, y ha de tenerse en cuenta que yo era un joven de veintisiete años. Y desde luego, no fueron las razones económicas las que dos años después, teniendo yo veintinueve años, cuando salió a concurso la plaza de bibliotecario en Soria, algo me impulsó a solicitarla, algo solo vinculado al amor a la ciudad de mis ancestros, sin ponerme a pensar que, de momento, en lo económico iba a ganar la mitad que en Oviedo, y a encontrarme con una pequeña y modestísima biblioteca.”

Y en Soria, en aquel año del 46, Don José Antonio se hizo cargo de la biblioteca, instalada en un edificio de la Plaza Mayor, en la que en su día fue Casa del Común, erigida sobre el  Arco del Cuerno, en cuyas bajeras se encontraban las dependencias del Cuerpo de Bomberos. Nada tenía que ver con la voluntariamente dejada de Oviedo. La biblioteca de Soria era pequeña e  incómoda, y los volúmenes, envejecidos, apenas llegaban a los tres mil ejemplares.

“Aquellas limitaciones me sirvieron de acicate para incrementar mi capacidad de ilusión y me llevaron a pedir donativos de libros, dado que la consignación oficial para adquisiciones, revistas y encuadernaciones se ajustaba a cinco mil pesetas al año. Encontré hasta algún patrocinador- como era don José Benito-, incluso de suscripciones a periódicos y revistas. Cada libro que entraba como donativo era correspondido con una expresiva carta de gracias; de vez en cuando se enviaba al periódico local alguna nota de la Biblioteca dando  nombres y apellidos de los donantes de libros. Esto mismo dio excelentes resultados cuando inicié una Sección Soriana para obras de autores y  temáticas sorianas, además de la colaboración espontánea de no pocas personas que compartían la idea de aquella necesidad.”

No se trataba solo de pensar en enriquecer los fondos de la biblioteca, ni de guardar tesoros para investigadores o  eruditos. Las bibliotecas no solo son para opositores o tesitandos,  sino  para los ciudadanos, y el ilustrado Pérez Rioja siempre entendió que los libros abren el espíritu y la mente de las gentes, y en aquellos tiempos oscuros en los que latía el poso de la postguerra, era lo único que podía movilizarse desde una actitud pragmática.

“ Lo más inmediato fue pensar en cómo atraer a los niños, mediante la creación de una sección infantil, y desde 1950, con la colaboración inestimable de los Inspectores y de las Maestras y Maestros sorianos de Primera Enseñanza, iniciamos en la Biblioteca lo que llamábamos “la hora infantil”, en la que se contaban o se escenificaban cuentos, narraciones, biografías etcétera. Con la instalación de una línea microfónica con Radio Soria, se transmitían los actos que por las ondas llegaban hasta los pueblos. Las sesiones se celebraban una vez al mes, en  Navidad y en el 23 de Abril, que era la Fiesta del Libro, y con ese motivo se regalaban libros como premio a los mejores lectores infantiles. Toda esta labor era para mí, y para mis colaboradores, algo apasionante y que determinó en la creación de un vivero de  pequeños lectores, y en estos últimos años, cuando en los veranos paseo por la Dehesa, me resulta muy gratificante que, a menudo, me saluden sorianos y sorianas, ya de mediana edad, y me digan que desperté en ellos, y después en sus hijos, el amor a los libros.”

Su obsesión: fomentar la lectura desde la infancia

  Todas estas labores fueron fructíferas y la biblioteca de la Plaza Mayor se quedó ya pequeña en el 1955. Con la colaboración del Ayuntamiento se hizo una reforma, que habilitó un primer salón de actos, además de  establecerse un depósito específico para los libros antiguos. Pronto, la biblioteca se volvió a quedar insuficiente para albergar libros y acomodar lectores.

  “ Por los años sesenta, en pleno auge de los proclamados “planes de desarrollo”, envié a la Dirección de Archivos y Bibliotecas un proyecto de lo que podría ser una biblioteca pública, Casa de Cultura que Soria exigía mirando al futuro. Al poco tiempo, recibí una carta del director general indicándome que si conseguía la cesión de una superficie de unos 800 metros cuadrados, en un sitio idóneo de la ciudad, el Ministerio de Educación costearía íntegramente la obra. Bastó una sola visita al entonces Gobernador Civil, don Antonio Fernández Pacheco, que aceptó la idea con evidente interés, y de inmediato, me hizo llegar de manos del Delegado del entonces Frente de Juventudes, de los planos que el Ayuntamiento había cedido a este Organismo en la antigua Huerta de San Francisco. Atendiendo a la invitación, procedí a acotar el mejor espacio que entendí para ubicar la biblioteca, y elegí la esquina de Nicolás con Santa Luisa de Marillac. El día 8 de Octubre de 1968 se inauguraba el nuevo edificio,  que vino a ser durante unos años una biblioteca-piloto, dotada de salas y secciones de lectura, de servicios audiovisuales, y hasta un laboratorio de idiomas: todo lo que yo había soñado como bibliotecario.”

    Tal marco generó nuevas realizaciones y la más amplia gama de actividades culturales. La curiosidad lectora y estudiosa derivó en inquietudes ligadas a aspiraciones intelectuales que desarrollaron sensibilidades estéticas en los sorianos, y todo un sin fin de iniciativas.

“ Yo no me podía conformar con un Laboratorio de Idiomas que solo sirviese para enseñarlo, por lo que inicié unos cursos no reglados de Francés, Inglés y Alemán. Cuando hace un par de meses recibí la invitación del director de la Escuela Oficial de Idiomas de Soria, con motivo de su veinticinco aniversario, en aquel momento valoré lo recorrido y que  desde aquella actividad de la Biblioteca haya surgido el espléndido centro actual. Por los setenta, se organizaron en la Casa de Cultura, hasta seis ediciones de Cursos Hispánicos para Extranjeros, de cuya dirección y programación encargamos a quien mejor podía hacerlo: el admirado amigo, pensador y académico Julián Marías. Por allí, para escuchar a los Lapesa, Yndurain, Chueca Goitia, o Miguel Delibes, pasaron extranjeros asistentes, además de los sorianos que se interesaron. Y no quiero omitir otras iniciativas sobre asuntos sorianos en las que me he visto atrapado, como la de un Cine Club, que surgió de un ciclo de películas italianas, ofrecido todavía en el edificio de la Plaza Mayor; la de la Asociación Musical Olmeda-Yepes, y la de mayor calado, y que permanece desde 1950, que es el Centro de Estudios Sorianos, y su revista Celtiberia, y otras publicaciones como la Historia de Soria, que proyecté y dirigí con la valiosa colaboración de otros dieciséis estudiosos sorianos.”

    No olvida Pérez Rioja, a tantos referentes que muestran que la vida cultural de la Soria de hoy, no viene de la nada. De aquella siembra se van citando: Vicente y Rafael García de Diego, Taracena, Tudela, Ángel del Río, Clemente Sáenz, Heliodoro Carpintero; y también los Ayuso, Sánchez Malo, Mariano Granados, Leopoldo Ridruejo, Gervasio Manrique, Morenas de Tejada, Andrés Martínez de Azagra, Epifanio Ridruejo...

Con su amigo Gerardo Diego

“ Según te voy dando nombres, pienso en que ya tengo muchos más amigos en El Espino que paseando por la Dehesa. Sobre esto voy a contarte que no hace mucho, una confusión de un diligente cartero soriano, me dio de baja en el mundo de los vivos. El caso es que  llegó a nuestra casa de Soria una carta de Bellas Artes, y el cartero debió hablar con algún vecino quien le manifestaría que no me veía últimamente, lo que tiene su motivo, ya que en el pasado año, por motivos de salud, fui a Soria menos veces de las que deseaba; y entre el cartero y el informante, decidieron que lo normal, y dado que ya era muy mayor, es que me encontrase en la nómina de los difuntos. Pero a pesar de haber devuelto la carta a su destinatario, poniendo como posdata: “ Fallecido”,  sigo vivo, continuando mi trabajo, sin perder nunca la ilusión de la obra emprendida, y entusiasmado por la respuesta a este homenaje que me habéis tributado, y que por primera vez en mi vida he aceptado. En la escasa resistencia opuesta habrá contribuido mi inevitable debilidad somática, pero también mi ofrecimiento a los Pérez Rioja que me han precedido, desde mi tatarabuelo Antonio, instalado en la ciudad a fines del XVIII, y también a mi mujer Carmen- de otra muy larga estirpe soriana, la de los García de Diego y García Segura-, el mejor regalo que me ha hecho Soria, y por quien mi vida aún tiene alguna razón de ser y de existir.”

 

En el reciente homenaje con los intervinientes y promotores del acto

Javier Narbaiza

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