Eguzkilore para Antonio y Valentín

 

Abuelo, dónde estás?

Estupendo documental de Hamaika Telebista sobre Antonio Cabrero y La Vara de la Libertad

 

El día 2 de junio estábamos convocados a subir a la Alcarama. Allí, desde donde se ven los pueblos de Acrijos y Fuentebella, dominando un barranco que hubiéramos cantado profundo y solemne, pero que a partir del día 3 de septiembre de 1936 hemos de llamarlo triste mausoleo, allí, repito, los nietos de Antonio Cabrero, Ander y Maite, y Omar, el bisnieto, colocaron hace unos años un monolito en homenaje a él y a Valentín Llorente, su último compañero de vida y el único, para siempre, de muerte. Nunca pudieron encontrar sus cuerpos, nunca les han olvidado, y por allí van de vez en cuando por si el eco de sus canciones pudiera llegar hasta las hierbas, flores, y algún arbolillo nacido con la simiente de ellos.


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Escribía el poeta que existe mala gente que camina y va apestando la tierra. Y debieron ser personas de esa condición quienes un mal día arrancaron la placa que, pegada al monolito, les recordaba. El día 2 de junio subimos, también miembros de la Asociación Recuerdo y Dignidad, para reponerla, recordarles, grabar para Hamaika Telebista, almorzar..., y contemplar de nuevo, desde arriba, aquel espacio por donde, de madrugada, caminaron delante de unas escopetas que minutos después vomitarían fuego.


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A los pies del molonito llamó mi atención una flor impropia del lugar, parecía un girasol. Me acerqué a tocar las hojas verdes que rodeaban a un círculo amarillo y al pincharme me dí cuenta de que todo era de metal. Maite me contó la historia de esa flor, que en Euskadi tiene el nombre de eguzkilore, flor del sol, creada por Amalur, la madre tierra, para ahuyentar a los malos espíritus, es la planta protectora de los vascos, la que se coloca a la entrada de casas y caseríos.

Asi como el poeta escribía de la mala gente, lo hacía también de la buena, de esas que viven, laboran, pasan y sueñan... Y una de esas personas es José Manuel, de Acrijos, casado con una guipuzcoana. Tras sufrir el monolito la agresión en la placa, paseaba por allí José Manuel y lo vio, tanta fue su indignación, que al volver a Gipuzkoa hizo una eguzkilore y la clavó a los pies del monolito.

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Aquí encontraréis una galería fotográfica del viaje de la vara por el mundo y más información

 

La Vara de la Libertad, el libro de Isabel Goig

Los protagonistas de esta historia son Antonio Cabrero Santamaría y Valentín Llorente Benito. El primero, nacido en Ponzano (Huesca), vivió durante años en Pitillas (Navarra), donde, los últimos meses antes de que diera comienzo la Guerra Civil, ejerció la labor de alcalde sosteniendo con dignidad la Vara de la Libertad. Valentín había nacido en Valdemadera, residía en Igea (ambas localidades de La Rioja), y ejercía de maestro en Fitero (Navarra). El último mes y medio de la vida de ambos lo vivieron juntos, en la Sierra de la Alcarama, hasta que, el día 3 de septiembre de 1936, fueron asesinados en esa misma sierra que les había acogido. Hasta el día de hoy sus restos no han podido ser recuperados. Hace tres años, las familias colocaron, en la Sierra de la Alcarama, en un lugar próximo a donde sucedieron los hechos, un monolito al que pertenece la foto de arriba. En esta novela se narra una parte de la historia de los dos protagonistas, en proporción no mensurada entre ficción y realidad, aunque hasta la ficción está basada en hechos reales. A veces su lectura puede resultar dura, pero no tanto como los hechos que padecieron. Sucesos que, por otro lado, y sólo para Soria, sufrieron cientos de personas.

La Vara de la Libertad, la regla de la enseñanza 

Conocí a Ander y Maite aún con tiempo de introducir su búsqueda en el libro en el que contaba lo que pasó en La Rioja, cuando “Aquí nunca pasó nada”... Entre los dos mil asesinados riojanos por los franquistas, estaba el maestro de Fitero (Navarra), nacido en Igea (La Rioja), Valentín Llorente Benito. Tras la sublevación, se escondió en la sierra de la Alcarama, a caballo entre Soria y La Rioja, junto al alcalde de Pitillas, Antonio Cabrero Santamaría, que había conseguido escapar de una muerte segura en aquellas negras noches de julio de 1936. No pasó mucho tiempo, era ya el mes de octubre, cuando a sus familiares en Igea y Pitillas les fueron llegando malas nuevas, las peores...

Después, el miedo y el silencio fueron borrando recuerdos, y la Alcarama, las sierras no lloran, cubrió con su manto verde el lugar de la ejecución. Pero la familia de Antonio Cabrero nunca cejó en el empeño de encontrarlos. Primero fue Valentín, el hijo, después Ander Cabrero, el nieto. (¡Qué hermosa y necesaria esa generación de nietos dispuesta a refrendar el amor por los abuelos con la búsqueda y reivindicación de sus restos y de sus ideas!). Al final, y a pesar de tantos kilómetros, preguntas y esperanzas, no se encontraron, pero pusimos un monolito en el monte, en recuerdo de los dos. Justo en el lugar donde gritando su nombre nos pudiera contestar, siempre en silencio, el eco de sus restos perdidos.  

Pero el monolito no era el final. Ahora reviven, en las manos de Isabel Goig, la vida y la muerte de Antonio Cabrero. Información, documentación y sentimiento. La autora nos llevará por los caminos que anduvo Antonio, desde su Aragón natal a su Navarra definitiva, desde Pitillas a Fuentebella. Sabremos de sus inquietudes políticas y sociales, de su cariño familiar, de la alegría por una República que tanto prometía, de su angustia ante una sublevación que mataba. Los de arriba, los de siempre, no perdonaron a quienes cuestionaban sus privilegios. Ni “sus” corralizas, uno de los problemas que compartieron tantas poblaciones navarras. 

Escucharemos a Antonio, los libros sí hablan, comentando problemas e inquietudes con Valentín, su compañero de fuga. Maestro y alcalde, alcalde y maestro. La vara de la libertad, la regla de la enseñanza. El Ayuntamiento para el hoy de cada día, la escuela para el mañana de siempre. Uno y otra, el ayuntamiento y la escuela, de todos y para todos. Por eso fueron tan perseguidos los representantes del pueblo y los educadores de los niños, cuando se puso en “movimiento” la sublevación de los generales, ayudados por los gritos -el viva y el arriba- de tanta sotana, camisa azul y boina colorada. 

Veremos a la buena gente del monte que les ayuda, y a los perros de presa que les van pisando los talones. Y de fondo, la Alcarama. Un personaje mudo pero omnipresente que Isabel Goig conoce muy bien. La sierra soriana, las tierras altas, hoy despobladas. Hubo tiempos mejores, aunque siempre duros, como los describe Abel Hernández en sus “Historias de la Alcarama”, entrañable y hermoso recuerdo de la vida en Sarnago. Refiere Hernández también aquellas cosas que trajo la guerra, como las muertes en San Pedro Manrique, un pueblo que otro soriano, Miguel Ángel San Miguel, nombró como Valdeayuso en el libro que novela esos hechos, “Desde el silencio”. En ese relato, el protagonista, Ángel en la ficción, Isidro “el Tarjo” en la realidad, sobrevive en el monte a la saca inmisericorde de los franquistas. Quizá porque conoce el lugar y tiene a la familia cerca. No es el caso de Valentín Llorente y Antonio Cabrero, que a pesar de la buena voluntad de algunas personas, deben sobrevivir en un medio difícil y desconocido para ellos. 

Todo esto vamos a encontrarlo en el relato que nos propone Isabel Goig. Inmerso, y ella nos lo cuenta, en una historia más general e igualmente trágica que abarca las localidades cercanas a la geografía y vivencia de sus protagonistas: Soria, La Rioja, Aragón, Navarra... Las familias de unos y otros, rotas, sin futuro...  Sí, hay que abrigarse el corazón para asistir a esta ceremonia tremenda de muerte, angustia y persecución, de exilio finalmente.

Pero a pesar de todo, incluso de los versos de Gil de Biedma (“De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal”), al final hay esperanza. Este libro, como nosotros, sale a la calle a contar las cosas que sí pasaron, a recordar y reivindicar la memoria del maestro y del alcalde, y nos regala una vara de la libertad que ya no nos pueden quitar.

 Jesús Vicente Aguirre González

 Autor de “Aquí nunca pasó nada. La Rioja 1936

 

 


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