TODAVÍA
MÁS SOBRE DESPOBLACIÓN
En respuesta a nuestros amigos internautas
Con el señuelo del
romanticismo, hemos llegado a fascinarnos por los pueblos deshabitados,
algunos ya pura ruina, cuando, en realidad, son esqueletos patéticos de
lo que un día no lejano fuera vida. He de confesar que, particularmente,
me siento a gusto en ellos, aunque en Soria tendríamos bastante con la
cuarta parte para alimentar esa fascinación, que no quiere decir otra
cosa que embaucamiento.
Algunos artículos
sobre la despoblación aparecidos en la web han tenido un eco importante y
hemos recibido e-mails interesados, en unos casos por el propio
romanticismo que envuelve a esos esqueletos, y en otros sobre la
posibilidad de rehabilitar alguna casa. Otros internautas requieren
información sobre el supuesto plan de inversiones en esta provincia.
El que no exista un
solo teléfono donde poder encauzar estas llamadas es la primera señal de
la dejadez de los responsables. Es más, cuando en alguna ocasión Luisa ha dado un teléfono de alguna institución, allí no saben nada ni
contestan nada.
Hemos de hacer un
inciso para explicar el porqué se recibe tanto correo en esta página. Se
trata de la más visitada, con diferencia, de todas las que existen sobre
la provincia de Soria y, a decir de los entendidos, la más completa,
hecha y mantenida por Luisa con todo el cariño, muy a pesar de
algunos grupúsculos que no pueden soportar que, con sólo teclear Soria,
aparezca en pantalla, y, por supuesto, con el desprecio total de las
instituciones quienes, si la han visitado, han debido rápidamente pasar a
otra, no sea que se les contagie alguna idea, por muchas vacunas que ellos
tengan para evitarlo.
Hemos escrito mucho
sobre la despoblación. Lo hemos hecho desde distintos puntos de vista,
aunque, todos ellos coinciden en uno y todos juntos han provocado la huida
masiva de esta tierra que es Soria. Lo hemos hecho desde el punto de vista
del papel que jugó la industria. Desde la presión social. Hemos
analizado el papel colectivo e individual. Causante de esa despoblación
ha sido la administración de entonces –años 50 a 70 aproximadamente-
facilitando unas veces y presionando otras para que, sobre todo la zona
norte de la provincia, quedara vacía y así repoblarla de pinos, los
cuales, extranjeros en muchos parajes, han dejado paso obligado al empuje
del autóctono, roble en especial. La intervención de esa misma
administración para repartir una industria que se concentró sólo en la
periferia de la península, puso sus toneladas de arena. Después
intervino la RENFE eliminando las últimas infraestructuras que hacían
posible el transporte de los ganados trashumantes hacia los pastos de
invierno y creando otras que se llevarían a los sorianos, eliminándolas
cuando la misión ya estaba cumplida. Los propios sorianos, dando una
educación a sus hijos inapropiada para el lugar donde vivían. La dureza
del clima. La huida masiva de las mujeres que preferían servir en la
capital. Y luego el comportamiento individual de aquellos que lejos de
aquí triunfaban y tiraban de la familia que quedaba colocándola en otras
capitales. En realidad descubrimos que cada familia soportaba, además de
las causas generales, el drama particular; entre los primeros el elevado
número de hijos y la imposibilidad de que todos crecieran con el producto
de unas tierras pequeñas y diseminadas –recordemos que todavía no se
ha llevado a cabo la totalidad de la concentración parcelaria- sin
industria donde poder colocar a la mitad de ellos. Conforme los pueblos se
deshabitaban la presión social aumentaba y en la poca gente joven que
quedaba se cebaban fuerzas vivas y gente ociosa y sin vida propia, lo cual
provocó la desbandada de esos mismos jóvenes, hartos de las
intromisiones en su vida privada. Y tentada estoy de admitir otra teoría
que circula por ahí, aunque sólo sea por el despego rozando el asco que
me produce la televisión. Esa teoría mantiene que en los años en los
que se premió la periferia –léase País Vasco y Cataluña- en
detrimento del mundo rural, se adaptaron en los pueblos habitáculos
antaño repletos de niños –las escuelas- o incluso los ayuntamientos a
medida que los núcleos pequeños se fusionaban, para instalar en ellos un
aparato ruidoso por donde las personas allí congregadas veían desfilar
unas vidas de cine, unos escaparates de ciudad, unos coches de potentados,
unas casas de americanos, un lenguaje de los mismo a base de mucho querida,
querido, y ellos, ya tentados antes por el familiar que volvía con
traje de tergal, se lanzaban a la aventura.
El caso es que, en
realidad, para la mayoría de familias, el verse obligados a marcharse –porque
muchos se vieron obligados y otros se hubieran podido quedar- supuso un
auténtico desgarro.
Pero eso sucedió
hace ya más de veinticinco años. Es irremediable. Muchos de los que se
marcharon vuelven los veranos y eso es todo. Otros no han logrado
integrarse en su nueva región y tratan –con argumentos más o menos
intelectuales- de teledirigir la provincia –en general el aspecto
cultural- en ocasiones con nombres catalanizados, sin atreverse por una
vez en su vida a ser valientes y volver a la arena de la despoblación a
arrimar el hombro y tratar de levantar esta depauperada provincia. Porque
está claro que aquello que no levante la población no lo harán los
políticos.
En este cuarto de
siglo el censo provincial va cayendo, poco a poco, no hay prisa, pero ya
por razones puramente demográficas.
En el aquí y ahora,
dejando atrás las lamentaciones, cabe analizar el papel de los políticos
sorianos. Puede ser que así, sin pensar mucho, quepa contabilizar unos
tres mil cargos públicos en toda la provincia, divididos en cuatro
estratos: parlamentarios nacionales, parlamentarios regionales,
diputación y ayuntamientos. Del último, a excepción de los de la
capital, poco es el poder económico que pueda derivar para la creación
de puestos de trabajo y de lucha para conseguirlos, aunque con la
situación actual cualquier hombro, por débil que sea, vale. A este total
de cargos públicos hay que añadir los funcionarios encargados de llevar
a cabo sus instrucciones, con lo cual, en Soria, hallaríamos un
desorbitado porcentaje –no andaremos muy equivocados si lo situamos en
el diez por ciento de la población sumando mandos y mandados- creando una
bola con principio pero sin fin que amenaza con estrangular a esta
provincia.
Esto nos conduce a
criticar sin paliativos la dejadez de los políticos, apoltronados en los
distintos parlamentos, yendo y viniendo de Madrid a Soria, de Soria a
Valladolid, de Soria a Madrid y de allí a Estrasburgo, cobrando unas
dietas de temblor y unos sueldos del mismo cariz, con la absoluta
seguridad de que mientras dure la legislatura, hagan lo que hagan y
consigan lo que no consigan, no van a perder las prebendas. Amparados,
desde luego, en unas leyes iguales para todos –esto es una democracia-
sin pararse a pensar cómo modificar alguna -puesto que al fin y al cabo
ellos legislan o pueden llegar a ser un grupo de presión- que se ajuste a
la situación que actualmente viven provincias como la de Soria, Teruel,
Ávila o Cuenca, por poner unos ejemplos, bien significativos, por cierto.
Porque pensamos que podría ser posible tratar de compensar en parte la
política discriminatoria llevada a cabo desde los años cincuenta a los
setenta para con el mundo rural, con unas leyes que hicieran posible esa
compensación. Y para no perdernos, como los políticos, en un mar de
palabras encadenas pero sin sentido, podríamos ejemplarizar con casos
concretos, que son los que entendemos todos.
Por ejemplo, si los
políticos se pasearan por la provincia en algún otro momento -como
hacemos nosotros unas cuatro veces al año- además de en vísperas de
elecciones, instalados en salones con los pocos habitantes bien sentados,
se darían cuenta de cómo está esta provincia –aparte de las frías
cifras que les ofrecen desde el censo- y de los particulares dramas que en
ella se viven. Comprobarían, por ejemplo, que sólo existen unas ocho
tiendas de coloniales diseminadas, tiendas que han prestado un servicio
importante y que ahora están a punto de cerrar. Por varios motivos, uno
de los cuales es la poca solidaridad de los vecinos que acuden a comprar
hasta el papel higiénico a las grandes superficies, los mismos que
clamarán al cielo el día que les falte sal y no encuentren al tendero de
toda la vida al que pagarle diez pesetas más por el condimento. Pero
existe otra razón, y es que este tendero ha de soportar las mismas cargas
fiscales básicas que el agricultor rico o el pañero de la capital.
Presión fiscal que ya se encargó de recalcar el redactor de la memoria
oficial de 1963: "Otros aspectos que dificultan el desarrollo son la
presión tributaria, que en estas zonas de escasa actividad es más fácil
controlar, y las trabas para adquirir terrenos apropiados y baratos, que
pueden ser resueltos por el Estado o los propios ayuntamientos".
Treinta y ocho años han pasado desde la redacción de la memoria y
todavía los políticos legisladores no se han ocupado de este problemilla.
Demasiados funcionarios parece ser que soporta esta provincia y no celosos
de su trabajo, sino, más bien, guiados por la facilidad del control –como
el social- que les permite tener a todo el mundo en el iris.
Hemos referido las
pequeñas tiendas de la provincia, sacrificadas en aras de las grandes
superficies. Curiosamente algunas conviviendo con residencias de ancianos
regidas por diputados provinciales, a los cuales no se les obliga, ni
moral ni legalmente, a que parte de lo recaudado por la estancia vuelva al
propio pueblo. Pero podríamos escribir también del sacrificado ganadero
del Valle –recuerdo a uno de Rollamienta me parece, aunque al Valle ya
se lo cargaron los legisladores europeos- joven, con agallas, quien
decidió quedarse en su tierra, en su pueblo, y ahora seguro que se
encontrará con la instalación de vacuno en declive a causa de la mala
gestión de unos desaprensivos –léase todo el espectro político
europeo y de todos los colores- permisores y permisivos de la barbarie
caníbal inducida a los pobres animales vegetarianos. O aquellos cabreros
que tuvieron que cambiar la explotación de sitio porque las leyes,
legisladas por los leguleyos, no le autorizaban ese sitio, por cierto,
creo que era en Canos y estaba despoblado. O la imposibilidad de hacer
queso de cabra en Ciria, a causa también de unas leyes tan inamovibles
como las corbatas de los políticos. O la visita soportada recientemente
en un establecimiento y la multa consecuente porque la miel no estaba
envasada y etiquetada. O la ley –otra vez- que impidió, doce años
atrás, que los habitantes de Añavieja pudieran regar sus patatas,
vendidas después para convertirlas en bolsas de colorines una vez fritas.
Manan allí, precisamente, nueve fuentes kársticas, cuya agua debían ver
discurrir sin poder utilizarla. O la cerrilidad de unos cargos empeñados
en que en la zona rayana –La Alameda, Carabantes…- no puede envasarse
y venderse al visitante despistado ni un solo litro de orujo. En fin, no
acabaríamos.
Los políticos
sorianos, mientras, están muy atareados en acudir a países exóticos –como
si en casa no hubiera nada que hacer- y portarse como si en lugar de estar
administrando cuatro reales de cinco impositores, fueran los mismísimos
Clinton de la política soriana. Y mientras, no hacen un gesto si no está
la prensa delante o, en su defecto, no han redactado, previamente, un
extenso y florido comunicado de prensa. No hay nada más que leer las
prensas, escuchar las radios, fijarse en las televisiones
provinciales, para leer, escuchar y ver a los políticos sorianos, bien
trajeados, hablando de infraestructuras ¿Para quién? Ahí se esconden
ellos, ahí y en las tonterías ornamentales. Y ahí, perdidos es la
magnificencia de sus presumibles obras, de la lanzadera para el AVE,
cuando se han dejado perder todos los trenes, del túnel de Piqueras y
grandilocuencias por el estilo, se hallan instalados, olvidándose del
día a día. A Soria la atraviesan tres carreteras nacionales y la roza
una cuarta. ¿Más infraestructuras para una provincia vaciada?
Cabría preguntarse
a quién favorece todo esto. Sinceramente creo que a nadie. Pero existe
otra consideración más enrevesada y es a quién le da igual. Los
medianos y grandes agricultores no tienen excesivos problemas: la tierra,
ya, no necesita manos. Los grandes capitales, como los promotores y
constructores, han hecho ya la Soria y ahora queda todavía por
ahí Madrid y capitales adyacentes. Se han forrado, literalmente, a costa
de machacar la ciudad con edificios que merecerían, por lo menos, una
buena carga de dinamita, pero, en cambio, no ha pasado nada. Han
abandonado el caso viejo, han dejado que se cayera con la aquiescencia de
los cargos, y han construido una Soria nueva –quieren llegar hasta las
mismísimas márgenes del Duero por lo que muchos creyentes están ya
colocando velas a San Saturio a fin de que provoque una buena riada- para
vaciar la provincia. O sea, el censo baja implacable cada cinco años y
parte de ese festín se lo reparten, casi a partes iguales, la parca y la
ciudad de Soria.
Si la situación de
esta provincia parace ser que beneficiar no beneficia a nadie ¿de dónde
salen las trabas para poder sacarla adelante? Un internauta oriundo de
Aldehuela de Peráñez nos comenta que "de oidas, sabe que existen
muchas trabas para cualquier iniciativa". Otros hasta nos envían
curriculos por si interesan en Soria. Otro nos pide que le informemos de
las posibilidades de inversión. Otros piden información sobre
contratatos laborales. Muchos son sudamericanos. ¿Dónde enviamos esto?
Pero si usted, que
desde nuestra página web, conoce Soria y decide venir, no notará nada.
Aquí no pasa nada. Si ve la televisión, habrá podido reirse un poco –o
un mucho- con una programilla en la primera, nada menos, o sea, la
pública, que decidió un buen día irse hasta el estupendo pueblo de La
Rubia, en la Antesierra, a preguntarle a Celestino, un venerable señor
que se dedica a cuidar sus gallinas y regar sus tomates, si sabe algo de
cualquier pelandusca televisiva, por mucho que Celestino les diera varios
desplantes, ante la impasibilidad boba del periodista, o lo que sea.
Si se decide a
pasear por la sierra del Almuerzo en busca de la piedra de los Siete
Infantes –pura leyenda, desde luego, pero perteneciente al acervo
cultural soriano- pasarán dos cosas, aquí sí pasa, la primera es que se
encontrará la sierra cerrada, sí, sí, cerrada con un buen cable y unas
llaves especiales. Si intenta encontrar una entrada por Suellacabras –la
encontrará- antes de llegar, arriba, en la cumbre, no podrá creérselo,
pero es cierto: un autobús en ruinas. Tanto el cierre de la sierra, como
el autobús es consecuencia de la despoblación: esta provincia se ha
convertido en un coto de caza para las gentes del Norte, los cuales,
insaciables, cada vez necesitan más sitios donde dar caza a los animales.
Parte de la
respuesta a la depauperación de esta provincia está en la energía
eólica. Muchas cumbres se ven ya adornadas con esqueletos
metálicos. Se trata, como todos sabemos, de una energía limpia y,
además, dejará algún dinero en los pueblos y algunos puestos de
trabajo. Pues bien, mientras en Navarra han hecho de estos parques
eólicos una atracción casi turística, aquí en Soria, algunos grupos,
entre ellos los defensores de la naturaleza, se revuelven en sus sillones
casi tanto como si fueran a instalarles una nuclear. Tal vez los cazadores
ven mermados sus territorios, aunque, de los cazadores, los ecologistas no
dicen nada. Pero estos rebotes, afortunadamente, rebotan en las
espaldas de los sorianos todavía residentes, quienes se van dando ya
cuenta de la gravedad de la situación.
© Isabel Goig Soler
El
lado humano de la Despoblación
Más
sobre el libro:
A
modo de recapitulación,
prólogo de Carmen Sancho
Comentario,
Joaquín Alcalde
Texto de Lorenzo Soler
para el libro
Macorina
y
Doña
Brígida, dos
de los relatos integrados en el libro en SENDEROS IMAGINADOS
Y los artículos firmados en ésta sección por Isabel Goig
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