José
Ramón Mélida
La
villa Vieja
Suena este nombre
-Ocilis- en el Libro de las Guerras ibéricas de Apiano, el cual,
refiriéndose a los sucesos del año 601 de Roma (153 antes de J.C.), dice
que la sometida ciudad de Ocilis, donde los romanos tenían los víveres y
el dinero, se pasó a los celtíberos, y que ante tamaña pérdida, triste
remate de otras anteriores, el general romano Nobilior, desconfiado de
todos, tuvo que invernar dentro de los reales, cubriéndose como pudo.
Añade el historiador que al año siguiente, habiendo sucedido a Nobilior
el cónsul Claudio Marcelo, consiguió éste atravesar por entre los
enemigos y asentar su campo delante de Ocilis, con todo el ejército, por
cuyo medio sujetó prontamente a la ciudad, a la que perdonó, después de
haber recibido cierto número de rehenes y treinta talentos de plata. Se
comprende cuán necesario fue para el avance dominar esta ciudad, situada
cerca del nacimiento del Jalón, en una eminencia que ofrecía punto
defensivo, al Oriente de Numancia, cuya rendición era el fin propuesto a
la acción militar de Roma....
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El objeto de la
exploración -excavación- era comprobar la existencia de la celtíbera
Ocilis, en la llamada por sus ruinas villa Vieja, que ocupa un cerro
situado al SO del que ocupa la villa actual, separados por la carretera
que va a Almazán.
La altura de
Medinaceli sobre el nivel del mar es de 1.202 metros; desde la vía
férrea 184 metros; de ambos cerros, desde el camino que los separa, de
37 metros desde aquella villa y poco más o menos la Villa vieja. En
ambos cerros, como en las montañas circundantes, que dominan del valle
del Jalón, la meseta es plana; las subidas, agrias; las vertientes,
erizadas de peñascos, que forman barrancos y taludes riscosos; el
terreno, ingrato y pedregoso.
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Tiene su acceso la
Villa vieja por dos caminos, uno por el S. y otro por el E, que ofrecen
todos los caracteres de haber sido antiguas calzadas, y de los cuales el
última parte de al lado de una fuente pública, situada a la izquierda de
la carretera que sube a Medinaceli, y se prolonga por la meseta en una
calle que va de N. a S., cuyos restos de empedrado son visibles, como en
aquella.
Visibles son también
los restos de muralla que defendían la meseta, ya defendida naturalmente
por los accidentes de los flancos del cerro, según queda indicado. Sin
dificultad se sigue el contorno de lo amurallado, aunque su fábrica se
halla en tal modo deshecha, que en muchos y largos trozos se ve reducida
a montones de piedras y derrumbamientos de los que restan informes
frogones y pedazos. En algún trozo mejor conservado de la línea
defensiva del E. Se aprecia que el recinto fue doble, existiendo un
antemuro o primera línea de murallas construido en la vertiente, y una
segunda línea de muralla mayor adosada al talud, del que sobresale como
parapeto en el borde de la meseta. A pesar de lo destruido de los trozos
mejor apreciables, se echa de ver que la fortificación se componía de
lienzos y torres semicilíndricas.
La construcción de
toda esta obra defensiva es de una especie de hormigón, formado con
piedras no muy pequeñas, y aun sillarejos, unidos con mortero y cal, que
ha adquirido extraordinaria dureza. Esta mezcla forma el relleno o parte
gruesa de la construcción, y algún rarísimo resto que se descubre de
paramento exterior es de sillarejos, algo más regulares, e igual
mortero.
La traza general de
la fortificación es irregular, por serlo en planta la meseta en que fue
elevada la ciudad. Su área puede señalarse en un trapecio más bien que
en un rectángulo, cuya base (S) arroja unos 606 metros de longitud, y su
cabecera (N) 416 metros; y sus lados, 239 metros (E) y 208 metros (O); a
lo cual hay que añadir por el lado oriental, un avance o prolongación
del cerro, por cuyos bordes continúa la fortificación de aquel especie
de baluarte. Con esta adición no tendrá menos la línea meridional de
unos 800 metros, que en relación con los 200 de la línea E-O, da la
cifra no despreciable del espacio ocupado por la antigua ciudad.
La meseta, cuyo
terreno, más propio para pastor que para sembradura, a que lo dedican
los propietarios, sumamente pedregoso y descubriendo en no pocos sitios
la roca viva, no ofrece resto alguno de antigua construcción, salvo el
que en un pequeño ribazo descubrió un curioso, consistente en un trozo
de muro de sillarejos con mortero de cal.
La planicie no deja
de presentar algunas pequeñas diferencias de nivel, determinadas por
rocas y ribazos, sobre las cuales los labradores han levantado con
cantos las cercas de sus propiedades.
Para descubrir los
testimonios arqueológicos de la antigua población, hicimos abrir
extensas zanjas en varios sitios de la meseta, profundizando hasta el
terreno natural, que hallamos, por lo general, a unos 0,50 ó 0,70
metros, y en determinados casos a uno o dos metros. La tierra, bastante
blanda casi siempre, está mezclada con cantos y material suelto de las
construcciones, consistente en piedras o sillarejos, cal y tejas de la
forma corriente, a veces más grandes que las modernas. Entre todo esto
se ha encontrado cerámica, o sea cascos de vasijas de distintas
manufacturas y tiempos, pocos objetos de cobre o hierro, alguno de hueso
y monedas también de distintas épocas.
En la mayor parte de
los sitios explorados han aparecido construcciones arruinadas, de
piedra, bastantes sólidas, y aunque no lujosas, de alguna importancia.
Todo lo dicho merece
ser ordenadamente descrito, para que puedan ser apreciados sus
caracteres, por los cuales han de ser clasificadas tan varias cosas.
A este propósito, es
de notar que en tal sitio no se han ofrecido, como en otros, por capas,
por decirlo así, los restos de las distintas civilizaciones o gentes que
poblaron la Villa vieja, sino que saludo casi siempre, en notoria y
desconcertante mezcla, objetos a todas luces de diferentes épocas:
monedas ibéricas y candiles árabes, monedas árabes y lucernas romanas,
monedas romanas y barros vidriados moriscos, y cerámicas de
manufacturas, ora de primitiva tosquedad, ora de perfección notoria, en
clases ordinaria o fina y decorada; mezcla, en fin, cuya causa evidente
no ha debido ser otra que el movimiento, natural, a veces, intencionado
otras, de las tierras.
En algunas de las
ruinas descubiertas se manifestaron huellas patentes de destrucción por
incendio: maderas carbonizadas, cenizas, objetos quemados. A estas y
otras vicisitudes de la Villa vieja, incluso a la rebusca de materiales
de lo arruinado para aprovechamiento de los mismos, es debida la
destrucción de la antigua ciudad, o mejor dicho, de las varias que,
según los indicios, se han sucedido allí; y a ello se debe también la
notada mezcla de objetos.
La construcción más
importante de las descubiertas, situada a la parte oriental, no lejos de
los dichos restos mejor conservados de murallas, manifiesta sólidos
muros de mampostería, de sillarejos con mortero de barro, bien hechos, y
acusan una planta regular, con habitaciones cuadradas o rectangulares.
De la fachada que mira al saliente, descubrimos desde el ángulo SE. Del
edificio, en una longitud de 32 metros, el largo muro, de un metro de
espesor, e interrumpido por lo que debió ser la puerta, que no conserva
restos de jambas ni de umbral. A la izquierda de ella, muros de 0,60 a
0,75 de grueso, normales al primero, y paralelos a éste otros
transversales, forman las habitaciones. Las situadas a la parte SE, que
son las que mejor han podido ser descubiertas y las mayores, vienen a
ser casi cuadradas, de 4,50 por 5,20 metros, y de 4,08 por 5,20 metros,
las dos de la primera crujía, y en la segunda otras dos. A la derecha de
la puerta hay restos de habitaciones pequeñas, una de ellas de 1,45
metros de anchura por 3,35 de profundidad.
Ninguno de los muros
conserva señales de enlucido, interior ni exteriormente, ni en esta
calle se han visto restos de calle. Tan sólo en una de las habitaciones
se han observado restos que parecen ser de pavimento, de piedras
pequeñas, siendo de notar que desde esa línea, el aparejo de los muros
está mejor hecho, con sillares pequeños mejor escuadrados que las
piedras de las hiladas inferiores, correspondientes a los cimientos, en
cuya base sobresalen, además, un zócalo de piedras mayores. La altura o
profundidad apreciable de esta construcción arruinada es de un metro.
Restos de madera quemada y tejas es todo lo demás encontrado.
Ahondada la
excavación en dichas habitaciones hasta el terreno natural, llegamos a
una profundidad de 1,80 a 2 metros, sin encontrar, como deseábamos,
restos de construcción anterior, y sólo algún que otro objeto de
distinto carácter que los muchos descubiertos entre la tierra que
rellenaba aquéllas.
Idénticos caracteres
muestran los restos de otra construcción descubierta en la parte central
y más elevada de la meseta. Sus muros, de sillarejos, con un espesor de
0,85 metros, cierran unas habitaciones rectangulares; las dos más
visibles de 5 metros de longitud por 2,55 metros de fondo, una de ellas
con puerta de 0,85 metros de ancha. La profundidad alcanzada en esta
excavación ha sido pequeña, y pocos los objetos hallados: cascos de
vasijas en su mayoría, y tres monedas árabes, que salieron juntas.
Otra construcción
curiosa es la que primeramente acertamos a descubrir en la parte más
despejada de la meseta, al EN. Resto, sin duda, de un edificio
destruido, manifiesta ser una canal que vertía a un pozo o aljibe. La
canal es doble; esto es, hay una principal y otra confluente pequeña.
Aquélla se desarrolla en una longitud de 20,50, y la segunda es tan sólo
de 8,70 metros; pero no deben estar completas y no hemos hallado restos
de la construcción en que tenían su punto de arranque. La traza de ambas
canales no es recta, sino curva y como tortuosa. Su construcción es de
sillares pequeños, sentados de canto; la anchura es de 0,37 metros y
junto a un recodo de 0,43, para facilitar el paso del agua; la
profundidad empieza con 0,30 y como forma declive, llega a 0,70. El
aljibe se abre a un hueco de 1,50 metros de diámetro. Ni un resto de
muro, y solamente material suelto se halló del edificio a que
correspondía la mencionada construcción. Tan sólo a unos nueve metros
del aljibe se halló algo más, en lo que fue visible un recinto con muros
de piedra y machones de ladrillo, determinantes de tres huecos o
entradas. De sus paredes se desprendían y fueron recogidos trozos de
grueso enlucido de cal, pintado de rojo o de blanco, con fajas rojas. El
pavimento era un losado grande de mármol blanco. Gran cantidad de
cenizas revelan que el edificio debió ser destruido por incendio.
Apurada, como queda
dicho, la excavación, hasta nivel más bajo que el de cimentación de las
construcciones, ningún resto se encontró de otras anteriores, que
regularmente pudiéramos suponer fuesen ibéricas y romanas, destruidas
para levantar las posteriores. Estas, a juzgar por su fábrica, con
ausencia, por cierto, de columnas, molduras u otros detalles expresivos
y decorativos, habremos de considerarlas obra morisca.
Con el deseo de
obtener datos que diesen más luz se hizo una exploración al margen del
indicado camino, que en violenta pendiente baja desde la meseta a la
actual carretera; y el resultado fue descubrir en la Canal, junto a la
fuente pública de referencia, unos enterramientos de inhumación con la
cabecera al Oeste. Una sepultura contenía restos de hombre robusto, sin
utensilio alguno, ni clavos, enterrado en simple hoyo, en posición
decúbito supina, son los brazos extendidos a lo largo del cuerpo; otra
de niño de pocos años, en igual posición y también sin nada; otra de
adolescente, de unos doce o catorce años, en la misma forma, pero la
fosa de 1,20 por 0,80, guarnecida de lajas colocadas verticalmente. En
esta sepultura se encontró un trozo de aguja de coses bronce. Sin duda
pertenecen estos enterramientos a una necrópolis, acaso romana, pues a
ella se refieren los descubrimientos de que fue testigo presencial don
Gregorio Velasco y que refiere Rabal.
Igualmente
antecedente hay de la existencia de otra necrópolis en el sitio llamado
el Tinte, en la lejana vertiente del cerro de la Villa vieja, hacia el
Jalón. Pero la exploración hecha ahora para comprobarlo ha sido
infructuosa.
Más elementos de
juicio para el fin propuesto aportaron los objetos recogidos en la
meseta; y en efecto, dan testimonio de sucesivas poblaciones, que
apreciadas en conjunto, pueden reducirse a dos: una antigua y otra
medieval.
Datos elocuentes
para el caso de las monedas. Recogí de ellas autónomas, de bronce, de
Ampurias y, sobre todo, de Celsa: imperiales, romanas, de bronce,
algunas de Claudio Y: árabes de plata, con los nombres de Abderrahmen
II, Alhaquem II e Hixen II; y una cristiana, también de plata, de
Enrique III de Castilla.
Como se ve, estas
pocas monedas y la colección numerosa del señor Velasco, permite un
cuadro numismático-cronológico apreciable.
Se han encontrado
objetos anteromanos; objetos romanos; objetos árabes: bronces y
cerámica.
Villa Nueva y Arco
romano
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A diferencia de los
arcos de Bará, de Martorello, de Cabanes, del puente de Alcántara y de
Mérida, que son de una sola arcada, el de Medinaceli es en España
ejemplar único de triple arcada. Le componen, en efecto, un arco grande
central para el tránsito rodado, y dos pequeños, uno a cada lado, para
los peatones. Tiene, pues, todo el carácter de una puerta de ciudad. En
sus dos frentes, sobre los arcos pequeños, destacan de relieve en los
machones sendos templetes, en cuyos huecos debió haber tableros
decorativos o epigráficos. En el entablamento, una serie de agujeros
indican que las letras de la dedicación fueron de bronce, mas no es
posible por tales indicios reconstituir la inscripción. No sabemos,
pues, a quien se honró con este monumento. Desde luego son honoríficos
estos arcos de España, no triunfales, como los de Roma, que conmemoran
los triunfos otorgados por el senado a los emperadores victoriosos. Se
ha supuesto fuese erigido el arco de Medinaceli por los ocilienses para
honrar al cónsul Marcelo; pero no es verosímil le rindieran tal homenaje
gentes a quienes impuso pesado tributo. Por otra parte, el monumento
debe datar de los tiempos del Imperio. Como tengo dicho en otro lugar,
me inclino a creer que, a semejanza del arco de Jano, del que hay
noticia marcaba la frontera de la Bética la división entre provincias
citerior y ulterior en tiempo de Augusto, y del de Bará, divisorio de
las regiones de cosetanos e ilergetes, éste de Ocilis marcaría el límite
del convento jurídico cluniense estando como está en la divisoria con el
cesaraugustano.
Robustece esta
creencia, por una parte, que no guarda relación la importancia del
monumento con la insignificante ciudad, y por otra parte, que la calzada
a que corresponde y que no tuvo más objeto que el acceso a ella, fue
únicamente un ramal de la general, que fue la 25 del Itinerario de
Antonino, que iba desde Toletum a Caesaraugusta, pasando por Segontia y
Arcóbriga, entre cuyos dos puntos debió estar la bifurcación.
Por otra parte, la
situación del arco en el borde mismo de la meseta, sobre la peña viva,
de cara al S. En línea destacada del recinto y los adornos que tiene a
los costados indicando no estuvo nunca unido a la muralla, dan a
entender fue una antepuerta de dicho recinto.
Rastreando en la
disposición de la villa, con auxilio de un plano moderno, el trazado de
la ciudad romana, se aprecia que las dos clásicas vías, kardo y
decumanus, se extendían la primera en una longitud de unos 610 metros,
desde el arco romano hasta el sitio llamado las Herrerías, que se
encuentra al N., por donde baja una senda, y la vía decumana, de E. A
O., en longitud de unos 510 metros y posiblemente dando salida por donde
está la puerta árabe mencionada, desde la cual baja un camino con restos
de calzada a unir con la que, bordeando el cerro por SO, sale hacia el
arco romano, como asimismo por el E., siendo de notar que lo escarpado
de las vertiente nunca permitió ni permite otras puertas de comunicación
al poblado que las indicadas, y de ellas sólo las dos actuales, que son
las de los arcos, cómodamente accesibles.
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En el centro de la
villa, como en la intersección de las dos líneas indicadas, que mal que
bien pueden seguirse en algunas calles, se halla la iglesia parroquial y
al N. De ella la plaza, sitio posible del foro.
Habiéndome hecho
cargo de todas las particularidades que dejo apuntadas, consideré buen
sitio para la exploración el corral de referencia, situado en la plaza
de la Yedra, al E. De la iglesia y a poca distancia de su ábside.
Abiertas unas zanjas
en opuestos sentidos quedaron visibles unos muros de sillarejos
graníticos de 0,30 a 0,70 de espesor, y a 0,70 de profundidad se halló
pavimento enlosado. Hacia el N. salieron otros muros, a distintos
niveles y entrecruzados, denotando la superposición de construcciones en
el curso de los tiempos; y un muro, en fin, el mejor de todos, de buenos
sillarejos y de 0,80 de espesor, con más de dos metros de altura. Acaso
este muro pudiera considerarse como romano; los demás no ofrecían
caracteres para estimarlos tan antiguos ni bastante definidos para
señalar una fecha.
No siendo fácil, por
otra parte, en una excavación en campo limitado, prometer el
descubrimiento de los restos de un edificio, cuya disposición general
pudiera ser apreciable, puse especial cuidado en los hallazgos de
objetos que aportasen los datos cronológicos necesarios.
El resultado fue
idéntico al obtenido en la Villa vieja: salió en abundancia cerámica,
por desgracia no piezas enteras sino algunas incompletas y muchos
fragmentos, y poquísimos objetos de otras materias. No salieron, como
allí, monedas, salvo dos de cobre, tan perdidas, que sólo por lo
delgadas se comprende son de la época de la Reconquista. Quedó, pues,
reducido a la cerámica el cuadro de clasificación, marcando las mismas
dos épocas que en la Villa vieja, est es, la Antigüedad y la Edad Media,
aquélla representada por muy pocos restos, casi todos romanos, y siendo,
en cambio, abundantes los árabes, de cerámica, que muestra las mismas
variedades señaladas, aunque con notables diferencias de manufactura,
que acusan época algo posterior.
(pulsar sobre los 9 recuadros para ver
distintos fragmentos de mosaicos romanos encontrados en
Medinaceli)
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José Ramón Mélida
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