fíbula numantina de bronce-1-

La ocupación sistemática
de la provincia de Soria:

Los castros sorianos de la Edad del Hierro

Mario Díaz Meléndez
Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid y Arqueólogo

A continuación, quiero presentar las formas de poblamiento que se desarrollaron en el norte de Soria en la antesala de la historia, cuyo testimonio ha quedado plasmado en nuestro patrimonio arqueológico, pudiendo ser hoy en día todavía contemplado.

Este momento de nuestra Prehistoria reciente, comprende lo que se ha venido llamando como Primera Edad del Hierro, (siglos VI-IV a.C), periodo poco conocido pero notablemente  revelador, ya que es en estos momentos cuando se configuran las primeras formas de ocupación estable y organizada de la región soriana.

Es por ello por lo que me he animado a dar a conocer esta parte de nuestro pasado, esperando que los no iniciados en estos temas puedan llegar a tener una mínima visión de los modos de vida acontecidos durante estos tiempos tan lejanos, perdidos en el baúl del olvido junto con nuestra esencia más remota, lo que somos en realidad.

La configuración del poblamiento castreño soriano: precedentes.

La configuración de los poblados que van a surgir en el umbral del siglo VI a.C  se gesta durante los siglos anteriores, es decir entre el tránsito del Bronce Final a la Edad del Hierro (1100-500 a.C., aprox.), dentro de un proceso de larga duración.

Las tierras sorianas durante la Edad del Bronce presentaban unas formas de ocupación del medio diversificadas, principalmente al aire libre, en llanos o en promontorios y cerros de moderada altitud pero con gran visibilidad y control del entorno circundante, sin faltar algunos hábitats en cuevas. Estas gentes tenían una gran movilidad y una escasa fijación al territorio, lo que les permite ocupar tanto las zonas de las vegas fluviales como las zonas de piedemonte y alta montaña, desarrollando un aprovechamiento económico cíclico de todos los recursos disponibles de un entorno muy variado, estando fuertemente condicionados y adaptados a un medio ambiente hostil. 

Tradicionalmente distintos investigadores han considerado estas tierras poco pobladas durante el final de la Edad del Bronce, ya que los hallazgos relativos a estos momentos son escasos. Aun así se podemos seguir la presencia de sus habitantes en áreas como la confluencia de los ríos Tera, Duero y Merdancho de clara vocación agrícola, donde son frecuentes los hallazgos de vasos contenedores destinados a aprovisionar harinas, así como dientes de hoz y molinos de mano, y algún ejemplo de estructuras habitacionales, como las excavadas en el Molino o las sacadas a la luz en Los Tolmos de Caracena, siendo cabañas circulares constituidas por entramados vegetales sobre armazón de madera y manteado de barro.

También en las laderas y zonas altas serranas, donde aparecen multitud de hallazgos sueltos formados por utillaje lítico, pudiendo asociarse a las actividades pastoriles, al igual que en algunas zonas de valle con importantes zonas de pastos de buena calidad, pasos ganaderos en la confluencia de ríos y arroyos que descienden desde la serranía, las cuales conforman puntos de concentración de grupos ganaderos que regresan durante la invernada, como así lo reflejan las actividades y medios de vida plasmados en los conjuntos de pintura rupestre esquemática documentados en el monte Valonsadero, Fuentetoba, Oteruelos, etc.

Estos puntos de referencia común, están asociados con la necesidad de llevar a cabo una alternancia de pastos altos en época estival, y pastos de piedemonte y valle durante la invernada, tal y como sucede en la actualidad, pudiendo desarrollarse en ellos diversas actividades que irían desde las propiamente agropecuarias, intercambios de ganados, objetos e ideas, hasta otras relacionadas con aspectos rituales, organizativos, matrimoniales, etc.

En los últimos momentos de la Edad del Bronce, se documentan algunos yacimientos, que van asociados a la cultura que se desarrolla en toda la Meseta durante estos momentos, conocida como Cogotas I, identificados fundamentalmente a través de fragmentos cerámicos que tienen la particularidad de estar decorados con técnicas de excisión, incisión y boquique, como en Castilviejo de Yuba, Escobosa de Calatañazor, La Barbolla, Fuentelárbol, Cueva del Asno y Santa María de la Riba de Escalote entre otros.

Otro tipo de hallazgos para estos momentos, son los metálicos, apareciendo bien sueltos, como hachas de talón en San Esteban de Gormáz, San Pedro Manrique y Beratón, un hacha de apéndices laterales en El Royo,  un puñal de hoja pistiliforme y lengüeta provista de ranuras para su unión con la empuñadura en La Alberca de Fuencaliente de Medina y la punta de lanza y el puñal de dudosa procedencia de Ocenilla,  o bien formando depósitos, como el de Covaleda, donde se hallaron tres hachas de talón con una y dos anillas junto a otra plana con resaltes laterales y un regatón de lanza.

Este tipo de artefactos, documentados en zonas de paso montañosas, se interpretan como el primer paso hacia la apertura al exterior de estas poblaciones, ya que surgen en un contexto en el que en toda la Península Ibérica se activan unos circuitos de intercambios, impulsados desde el mundo atlántico, centroeuropeo y Mediterráneo (navegaciones prefenicias). Se establecen redes de contactos sociales que permiten, dentro de un contexto general, la llegada de conocimiento de nuevas técnicas, como nuevos cultígenos, novedades en el utillaje agrario metálico, mejoras en los transportes, mayor demanda de productos, nuevas formas de diferenciación social, donde el poder y la jerarquía social se alcanzaban con el trabajo de la tierra a través del dominio de las estrategias matrimoniales y de la política de intercambios, adquiriendo objetos de prestigio usados en las transacciones sociales, etc., que serán asumidos por las poblaciones locales, con diferente forma e intensidad, favoreciéndose las condiciones de vida, como la posibilidad de alimentar a una población en crecimiento y mantenerlas estables en el suelo prolongando las ocupaciones.

Ya durante los comienzos de la Edad del Hierro, encontramos algunas manifestaciones de estos crecientes contactos, como la estatua menhir de Villar del Ala, que paulatinamente van siendo más intensos, llegando principalmente desde el otro lado del Sistema Ibérico, documentado a través de diferentes tipos cerámicos (como los de decoración excisa), asociado a grupos navarro-riojanos-alaveses que en su transterminancia ganadera entran en contacto con estas poblaciones estimulando una trasformación que tendrá como resultado el asentamiento en un territorio fijo. Tradicionalmente esto proceso se vio asociado con invasiones “célticas”, es decir a la expansión de los grupos que se incineran en campos de urnas, como los que encontramos ya desde el siglo VII a.C en la llanura aluvial soriana, aunque hoy en día se acepta más la difusión de ideas y modelos sociales que son asimilados por las comunidades locales.

De esta manera, a finales del siglo VII a.C., encontramos los primeros ejemplos de una nueva forma de ocupación del entorno, fija en un territorio, como en Fuensaúco y El Solejón (Hinojosa del Campo), los cuales buscan los cerros elevados con buena comunicación, construyendo viviendas, cabañas circulares, realizadas con materiales efímeros, ramas y barro.

Así pues, las sociedades móviles que pudieron ocupar estos territorios, con estrategias económicas de subsistencia, tenían la prioridad de mantener el orden tradicional interno de la comunidad, en una actitud de dependencia y solidaridad con la Naturaleza, vinculados al suelo, sometidos a sus ritmos, base de su estructura social caracterizada por la repetición, en la que el futuro debía ser concebido como el presente, ya que éste les había garantizado la supervivencia hasta el momento. El cambio suponía riesgos, y generaba un miedo que tardarán en superar, gracias a múltiples factores como la posibilidad de acceder a ver los resultados que generarían esos cambios gracias a su movilidad y a la reactivación de estos contactos que se producen desde el Bronce Final, conociendo otros pueblos con quienes pueden establecer intercambios y alianzas, lo que  proporcionaría cierta seguridad productiva y reproductiva, además de poder obtener la información de cómo satisfacer lo demandado por el cambio, todo esto dentro de unas circunstancias idóneas, de plena expansión de los distintos modelos socioeconómicos que han ido gestando durante los siglos anteriores en el Duero Medio y valle del Ebro.

Los costes derivados de la pérdida de la movilidad y de sus tradicionales y conservadores modos de vida, se superan creando un sistema de relaciones políticas intercomunitarias, imprescindibles para su subsistencia, tanto en lo reproductivo, ya que asegura la descendencia, como en lo  productivo, asegurando la subsistencia sin tener que incrementar la producción  en el caso de que se produjera un año de penuria. La ubicación en altura garantizaría la continuidad de las estrategias productivas, que aunque se vean acotadas, mantendrán esa diversificación de recursos y por lo tanto, esa gran adaptación al medio desarrollada desde tiempos pretéritos, además de permitir la comunicación con otros grupos.

 Los castros del norte de Soria y la I Edad del Hierro.

En el umbral del siglo VI a.C. van a surgir una serie de asentamientos en la zona septentrional de Soria, dotando por primera vez de una gran unidad al territorio, que se  ocupa ahora de manera sistemática, perviviendo hasta la mitad del siglo IV a.C, momento en el que aproximadamente la mitad de éstos serán abandonados, mientras que los restantes continuarán siendo habitados, impregnados ya de una cultura celtibérica plenamente desarrollada y consolidada.

Este tipo de emplazamientos, de los que conocemos una treintena, se les denomina castros, entendiendo como tales aquellas instalaciones que presentan fortificaciones artificiales, aunque pueden utilizar emplazamientos de clara situación estratégica en el ahorro de la erección de las obras defensivas.

Generan una red de poblados fortificados claramente intercomunicados, dominando los cursos de los ríos principales y de las  vías naturales de comunicación, así como la exclusividad del acceso a unos recursos naturales que satisfacen sus necesidades, (comercio, metales y ganadería principalmente).


FIG 1: Vista del Alto de la Cruz de Gallinero


FIG 2: Muralla de Castilfrío de la Sierra

Paralelamente al desarrollo de los castros del norte de Soria, se desarrolla en la llanura aluvial, las primeras necrópolis de incineración, así como otro tipo de emplazamientos que no presentan fortificaciones defensivas artificiales, aunque se ubican también en altura, con diferencias con respecto a los aquí presentados. Estos yacimientos se sitúan principalmente en la Tierra de Almazán, como El Ero (Quintana Redonda), La Cuesta del Espinar (Ventosa de la Fuente), El Cinto y La Corona (Almazán), Alto de la Nevera (Escobosa de Almazán), El Frentón (Ontalvilla de Almazán), La Buitrera (Rebollo de Duero), y La Esterilla (Torremediana), entre otros ejemplos.

Ubicación y Listado de algunos castros del norte soriano:

Entre los castros que comienzan ahora su andadura, a la espera de confirmar cronologías y añadir nuevos descubrimientos,  podemos ofrecer algunos ejemplos:

Castillo de las Espinillas (Valdeavellano de Tera), El Castillo (El Royo), El Castillejo (Langosto), El Castillo (Hinojosa de la Sierra), El Puntal (Sotillo del Rincón), Castillo de Avieco (Sotillo del Rincón), Castro del Zarranzano (Cubo de la Sierra), El Castillejo (Ventosa de la Sierra), Alto de la Cruz (Gallinero), Los Castillejos (Gallinero), El Castillejo (Castilfrío de la Sierra), Los Castellares (S. Andrés de S.Pedro), El Castelar (San Felices), Peñas del Chozo (Pozalmuro), Los Castillejos (El Espino), La Torrecilla (Valdegeña), Los Castillares I (Villarraso), Los Castillejos (Valdeprado), Peña del Castillo (Fuentestrún), El Castillo (Taniñe), El Castillo (Soria), El Castillejo (Valloria), Los Castellares (El Collado),  El Pico (Cabrejas del Pinar), Alto del Arenal (San Leonardo),  San Cristóbal (Villaciervos), Cerro de la Campana (Narros), El Castillejo (Nódalo), y el Cerro de Calderuela? (Renieblas), etc.

© Mario Díaz Meléndez
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