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Tratando de tomar el pulso a la
provincia, estamos recorriendo, en pleno mes de mayo, algunos pueblos
que teníamos algo olvidados. Modernas instalaciones hoteleras han
sustituido a las pequeñas –sin que se sepa porqué no pueden convivir
unas y otras-. Eso en el mejor de los casos, en otros, se han cerrado
las pequeñas y no se han instalado otras. Nada nuevo que comentar en
este aspecto, la provincia sigue deshabitándose, y en esa decadencia,
muestra la belleza marchita de un pasado, en unos casos esplendoroso, y
en otros lleno de vida.
La
primera visita fue a
Morón de Almazán
, interesante villa cargada de historia y de
monumentos, casi todos alrededor de una gran plaza. Aunque no faltan, por
aquí y por allá, piedras con historias desconocidas, que se camuflan entre
casas más o menos modernas.
La plaza, que parece carecer de vocación de
tal, la preside un rollo o picota que indica la condición de villa. Todo lo
que se ve es plateresco, la iglesia, la magnífica torre, el palacio y otro
edificio que parece algo más antiguo. El interior de la iglesia está
cubierto con bóvedas de crucería, no es muy grande ni muy altas las naves,
lo que le confiere un aspecto casi doméstico y muy acogedor.
Recordábamos una tienda muy antigua, en la
carretera, un caserón que servía de casino, y una panadería con
exquisiteces. La tienda hace años que pasó a mejor vida, el casino estaba
cerrado al haber marchado los últimos abastecedores, unos portugueses, y la
panadería estaba, igualmente, cerrada. Era domingo.
Han
abierto dos casas rurales y un restaurante-hostal, que también estaba
cerrado. Por los alrededores se ven aerogeneradores, y un paisaje
verde-mayo soriano, de difícil superación.
A la vuelta nos detuvimos en
Coscurita, antiguo nudo ferroviario, que todavía
conserva la estación y los almacenes. Llama la atención una vieja fuente de
piedra sillar, fechada en 1901, rodeada de vegetación de ribera. Y una casa
con el cartel de “la parada”, donde posiblemente antes se llevaría al
semental.
Nos
cambiamos de carretera, y entramos en Viana de
Duero. De lejos, el pueblo parece un cuadro al óleo verde, azul y
blanco. Sabemos que el Duero separa su término del de Almazán. No vemos más
que a un señor mayor y, al marcharnos, dos hombres jóvenes.
El pueblo está limpio y cuidado. Una preciosa
iglesia románica aparece perfectamente restaurada y ajardinada su alrededor.
Lo más notable es el ábside, y una fecha, 1239, la de su construcción. Sólo
por ver esta iglesia, y sobre todo su ábside, merece la pena una visita a
este pueblecito.
Volvemos
a cambiar de carretera, y nos dirigimos a
Taroda.
Aprovechamos la fuente de la entrada para sentarnos a descansar y comer unas
manzanas. Ha caído una pequeña tormenta y el olor de la naturaleza lo
envuelve todo. El pueblo de Taroda está también limpio y cuidado, pero aquí
nos llevamos otra desagradable sorpresa, la tienda-bar de Julián se ha
cerrado. No nos cuenta el motivo, pero suponemos que, como casi todas las
que van desapareciendo, se debe a la presión fiscal que reciben este tipo de
establecimientos. Querríamos comprar miel –algo muy difícil en estos
tiempos, a no ser la que comercializan con todo tipo de bendiciones- y nos
envían a Puebla de Eca, donde un chico “cata todavía”.
La
carretera hasta Puebla de Eca
es estrecha y el firme está en mal estado, pero ni a la ida ni a la vuelta
nos cruzamos con ningún vehículo. A la entrada nos da la bienvenida una cruz
de piedra.
No encontramos al señor que cata miel, nos
informan que está fuera y no tiene ya miel para vender. Puebla de Eca
también merece una visita. Una parte de su iglesia es románica, aunque tal
vez lo más importante sea el rollo o picota, con remates que parecen
góticos, presidiendo una plaza, lo que indica su calidad de villa. Nos llama
la atención el remate de un muro en la parte baja del pueblo, redondeado y
fuerte, como si se tratara de un trozo de muralla. Dicen que hay restos de
castillo en un cerro, quizá sea una atalaya. Al igual que todos los pueblos
visitados, la limpieza salta a la vista, y las casas aparecen arregladas,
salvo una zona donde se ven muros derruidos.
Si se anima a visitar estos pueblos, piense
que, hasta llegar a Almazán, no podrá beber mas que agua de las fuentes. A
cambio, disfrutará de un paisaje tranquilo, llano, verde si viaja de abril a
junio, con intercalados marrones de los barbechos, y un hermoso cielo a buen
seguro salpicado de nubes blancas y algodonosas. De vez en cuando, saltará a
la carretera una perdiz tratando de distraerle para que no vea a sus
polluelos, a los que ha dejado escondidos. Si viaja al atardecer, extreme la
precaución, es la hora que ciervos y corzos cruzan las carreteras.
©
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