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No
hay nada más triste, para los que amamos el ferrocarril, que contemplar
las vías llenas de maleza, los carriles enterrados -como si el acero de
que están hechos, quisiera volver a las entrañas de la tierra, de donde
un día salió- o las viejas estaciones convertidas en edificios ruinosos.
Este paisaje que acabo de describir que, lamentablemente, se puede ver
en muchos rincones de nuestra geografía, me llena el corazón de pena y
melancolía.
El ferrocarril ha sido, y es, una parte importante de mi vida y me ha
acompañado desde la cuna. Ferroviario era mi padre y el tren fue, desde
siempre, el medio de transporte que me permitía viajar a la tierra de
mis antepasados y disfrutar de la compañía de familiares que sólo veía
unos pocos días al año. Desde la ventanilla de aquellos trenes de madera
podía ver la casa en la que vivían mis abuelos, situada en plena huerta
entre dos pueblos, pues la vía estaba a escasos metros de ella.
Desgraciadamente, “en aras de la modernización y el progreso”, aquella
vía fue una de las primeras que se desmanteló en un país que ha vuelto,
en muchas ocasiones, la espalda al tren.
Cuando me hice adulto pude cumplir uno de aquellos sueños que tenía de
niño y emular a aquellos ferroviarios que, con su gorra y banderín rojo,
daban la salida a los trenes que me llevaban a aquella casa de campo en
la que recibía tanto cariño. Empecé a trabajar en el ferrocarril y ya,
desde dentro, pude ver y sufrir como la mala gestión, en muchos casos, y
las decisiones políticas, en otros, continuaban atentando contra el
ferrocarril convencional a la vez que se desataba la fiebre por el tren
de Alta Velocidad.
Soria, donde estuve siete años como Jefe de Estación, era y es, por lo
que pude ver en mi última y reciente visita, uno de los lugares en los
que mejor se puede apreciar ese desfase entre el antiguo y moderno
ferrocarril. Creo que ninguna provincia ha sufrido, tanto como ésta, la
recesión de este modo de transporte. El cierre masivo de líneas en el
año 1985 y la construcción de la línea AVE de Madrid a Barcelona está
dejando el tren como algo testimonial. Cierto que el nuevo ferrocarril
de Alta Velocidad atraviesa y seguirá haciéndolo la tierra soriana pero,
puede pasar, si nadie lo remedia, como con los aviones a reacción, que
nos dejan su surco en el cielo sin que apenas los veamos pasar ni
podamos subirnos a ellos.
Sería
muy fácil caer en la tentación de establecer quien tiene la culpa de que
se haya llegado a esta situación e igual de fácil equivocarse poniendo
nombre a los culpables. No se puede decir, sin faltar a la verdad, que
las decisiones equivocadas o la mala planificación de los gestores del
ferrocarril han sido las únicas causas. También sería injusto acusar a
los sorianos de reclamar el mantenimiento de algo que escasamente
utilizan, cuando durante unos años prácticamente se les empujó, con los
malos servicios, a buscar medios de transporte alternativo. Tengo mis
dudas también de que desde el propio colectivo ferroviario –me incluyo
personalmente- no se haya contribuido a este deterioro. La idea de un
sueldo seguro para toda la vida, sin la contrapartida de un puesto de
trabajo que genere una producción que tenga demanda, es inviable en la
sociedad actual, pero es cierto también que, teniendo la opción de
cambiar su situación personal, los ferroviarios no tienen en su mano la
posibilidad de buscar un futuro mejor para el ferrocarril en Soria.
Quedan los políticos y estos sí que tendrán que tomar las decisiones que
correspondan para que en Soria el tren deje de ser una reliquia del
pasado. Seguramente los políticos de hoy pagan hipotecas que
establecieron sus antecesores en el pasado, obligando a los sorianos a
emigrar en busca de una vida mejor. En todo caso a ellos les corresponde
ser lo suficientemente imaginativos para que Soria siga estando viva
cuando, después del “Adiós, adiós San Juan”, llega el ”Martes a
Escuela”.
Quizás, toda esta disertación no sea importante para nadie y eso que
llaman pragmatismo lleve a que las cosas continúen como están. Quizás
estas líneas sean, tan sólo, una forma de mitigar la tristeza que sintió
quien las escribe la última vez que visitó la estación del Cañuelo. A la
misma le han dado una mano de pintura que la hace más llamativa, pero
que no puede disimular el aspecto fantasmagórico que le confieren sus
dependencias vacías y la falta de actividad.
©
Matías Ortega Carmona
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