Provista de reteles decidí, un martes, día permitido de pesca del
cangrejo, acudir al Duero a su paso por Alconaba. Allí me encontré con Saturio, a la
sombra de una acacia, apoyado en su cayato, con Zagal, su perro, enroscado en los
pies. Era un viejo conocido y le pedí que me aconsejara donde echar los reteles. Me
recordó que en esa parte del Duero está prohibido pescar.
- Podría animarse y acompañarme hasta la granja de Blasco Nuño.
- Si es hasta la granja, vale, pero de cangrejos nada que por aquí andan los
guardas y yo ya estoy mayor para ser furtivo.
Le prometí que de pesca nada y subimos al viejo coche, la familiar cabra que no
acaba de romperse a pesar de los trotes que le doy.
- Ya sabes que Blasco Nuño pertenece a Tardajos.
- Ya. Y me gustaría hacer unas fotos en la finca de Matamala.
- Y esa a Los Rábanos.
- Ya lo sé.
Tardajos
Los Rábanos
Tomamos
un camino que se dirige de Alconaba a la granja de Blasco Nuño, propiedad en su día de
nobles sorianos. Unas polvorientas carrascas, esos árboles tan humanos, redondos, no muy
altos, nos acompañaron por el camino. Una verja protegía la casona blanca y blasonada.
Hicimos unas fotos y Saturio me decía lo que había cambiado aquello desde que él
acudía allí con su rebaño. Bordeamos, ya caminando, una plantación de regadío y
llegamos a la orilla del río Duero, que discurre por allí abriéndose paso por las
calizas. Era finales de junio y todavía estaba todo verde. Las zarzas defendían al río
de intrusos. A la orilla tres libélulas moradas, bellísimas, trataban de proteger su
territorio de los insectos alargados que llaman hidrometros. Le pregunté a Saturio el
nombre de una planta con frutos ásperos y colgantes en forma de bellota escamada.
- Se les conoce como cuchara del pastor. Cuando a los pastores se nos olvida la
cuchara cogemos ese fruto lo empapamos en la sopa y lo sorbemos.
Dimos un rodeo hasta llegar al coche. Pasamos por delante de una lápida de piedra muy
erosionada con un nombre apenas legible y una fecha. Le pregunté a Saturio:
- Pues ya ves, alguien que murió aquí mismo.
- Pero usted sabrá la historia.
- ¡Qué he de saber!.
Pero sabía, seguro, en otra ocasión trataré de sondearle de nuevo.
Seguimos por un camino que empeoraba por momentos. El coche saltaba pero a Saturio no le
inmutaba. Tal vez le había traído recuerdos y se le notaba abstraido. De pronto, ante
nosotros, aparecieron unas almenas.
- Ahí tienes la granja de Matamala.
- Vaya, no sabía que esto era tan
.
- Tan noble. Mira qué escudo, de los vizcondes de Matamala. Y la están arreglando.
Ya ves, tienes esto a diez kilómetros de Soria y no lo conocías y seguro que te vas a
otros lugares a ver cosas peores.
No le faltaba razón al
hombre. La casa parecía una especie de fortaleza en mitad de un monte mixto de carrasca,
pino y roble. Hicimos fotos y volvimos a pasear, de nuevo hasta el río, a pocos metros.
Pasamos por delante de una enorme encina. Al final del tronco habían construido una
cabaña de madera. Todavía se conservaba bien.
Volvimos a Alconaba. Saturio me iba diciendo que a su pueblo el Duero casi no le roza pues
el límite con Los Rábanos discurre justo por mitad de un trocito de río. Cuando
llegamos quise invitarle a un vino en una de esas entrañables cantinas, medio bar, medio
tienda, que ya había visitado en otras ocasiones.
- Ahora ya la han cerrado. Han montado un sitio más moderno. A mí déjame en el
pilón que allí está Zagal. Mira aquí tirábamos a los mozos que no cumplían la
costumbre.
La costumbre, en los pueblos, es
pagar
el piso por llevarse un forastero a una moza del lugar, o invitar a los vecinos a
vino, y si no se cumplen se arriesgan a caer en la fuente.
Me despedí de Saturio y él, por todo saludo, me aconsejó que aspirara bien los aires de
la sierra de
Santa Ana que traen los olores de la lavanda plantada en sus faldas.
©
Isabel
Goig
Mapa
de un tramo del Duero (50 KB)
Tardajos
Los Rábanos
Por
la Primavera soriana
Fuentes
y Manantiales de Soria, José Ignacio Esteban
Jauregui
Alconaba
- caminosoria.com
Los
Rábanos - caminosoria.com
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