Santiago Cabrerizo de León nos ha regalado un buen
número de ejemplares de una revista que allá por los años veinte y treinta
era leída por nuestras madres y abuelas, Revista del Hogar. La mayor parte
de las 24 páginas tamaño cuartilla están ocupadas por lo que ahora
llamaríamos “culebrón” y ellos llaman “la novela con premio”, pero ocho
páginas (incluidas portada y contraportada), las dedican a noticias de
actualidad, remedios caseros, recetas de cocina (sección llamada “economía
doméstica”) e historias curiosas.
El
número 37 del año XII, de fecha 11 de septiembre de 1935, aporta una receta
de mantecados de Soria que transcribimos
textualmente:
“Se
pone en una cazuela medio kilo de manteca fresca de vaca y se deslíe a
lumbre mansa. Luego se le echa azúcar lustre hasta formar una masa espesa,
la que se coloca en cápsulas chatas de papel blanco y enseguida se meten a
cocer en el horno flojo, pero con la puerta abierta, porque estos
mantecados, para cocer, sólo han de secar”.
En el
número 10, año XIII, de 4 de marzo de 1936, hay otra receta de
mantecados “al estilo Castilla”:
“Mézclese medio kilogramo de harina con otro medio de azúcar, un poco de
aguardiente y un cuarto de kilo de manteca, y bien amasado se deja reposar
la masa una hora, extendiéndolo después con un rodillo. Se cortan los
mantecados redondos o de la forma que se quiera, poniéndolos en un horno
poco caliente, y se sacan a los pocos minutos”.
Leemos, en el número 27, año
XII, fecha 3 de julio de 1935, una forma de cocinar los
cangrejos, que recogemos por ser estos comida
tan apreciada por todos los sorianos:
En este caso, puesto que eran autóctonos y con gran sabor, sólo era
necesario cocerlos “en agua y vinagre o caldo blanco, sirviéndolos en
montones formados sobre perejil”.
Una
exquisita sopa de
cangrejos recogen en el número 17, de 24 de abril de 1935:
“Se
cuecen éstos con agua y sal; después se sacan y se les quita las patas y las
colas. El resto se muele lo más posible en el almirez con un poco de
manteca. Cuando esté perfectamente molido, se le echa un poco de caldo, y se
pasa todo por una servilleta. Se tuestan rebanadas de pan y se echa la
substancia de los cangrejos encima, y se le añade más caldo, dejándolo cocer
un poco. Si se quiere, en vez del pan tostado puede echarse fideos,
macarrones u otras pastas. Esta sopa se adorna con las colas y patas de los
cangrejos, ya cocidos”.
Nos
ha llamado la atención, sobre todo, la forma que tenían nuestras abuelas de
elaborar las pastillas de caldo, que luego se pondrían tan de moda
para dar sabor a distintos guisos. En el número 32 de la referida Revista
del Hogar, de fecha 15 de agosto de 1934, en la sección “economía
doméstica”, leemos:
“Pastillas
de caldo.- El medio más ventajoso para conservar la materia extraída
de la carne es formando con ella una especie de gelatina seca, a la que se
da el nombre de pastillas del caldo. Éstas, en cortas dosis, contienen gran
cantidad de substancia nutritiva, por lo cual son muy útiles al viajante, y
al que vive en el campo, pues con ellas se prepara al momento un buen caldo.
La preparación es como sigue: se toman gran cantidad de manos de ternera y
carnero y unas cuantas docenas de patas de pollo y gallina. Se ponen en una
marmita con agua suficiente; se hacen hervir a fuego lento por algunas
horas; se espuman a menudo, y cuando todo esté bien cocido, se separa el
líquido y se exprime la carne separada de los huesos. Después, esta carne se
hacer hervir de nuevo en otra porción de agua, hasta que se deshaga
enteramente; se separa de nuevo el líquido y se separa el residuo de carne
que haya quedado, se reúnen los dos líquidos y se deja enfriar para separar
la grasa que quede en la superficie. Se vuelve al fuego el caldo y se
clarifica con tres o cuatro claras de huevo. Se sala a punto y se cuela y se
pone a evaporar al baño de María, hasta que tome consistencia como de cola
espesa. En este estado se vacía en unos moldes de lata, o sobre una piedra
de mármol; cuando se ha enfriado se corta en porciones como pastillas; luego
se hacen secar estas pastillas en una estufa, hasta que queden firmes y
quebradizas como la cola fuerte. Esta gelatina será mejor si se sazona con
especias y hierbas aromáticas, según el gusto de cada uno, lo cual
contribuirá también a su mayor duración. Para su uso se harán hervir en agua
una pastilla o dos (según el tamaño) por cada plato de caldo”.
En la
revista nº 23, del año XI, fecha 13 de junio de 1934, puede leerse un truco
para saber si el vino estaba aguado o “bendecido”,
como se dice en Soria. Tal vez los habitantes de Escobosa de Almazán lo
pusieron en práctica y por eso llaman a una de sus fuentes la del “medicino”:
“Se
hace una torcida de lienzo o algodón larga, y se introduce un cabo de ella
dentro de la vasija que contiene el vino. El otro se deja colgando fuera, de
manera que caiga sobre otra vasija vacía, en la cual caerá, si la hay, el
agua que filtra la torcida”.
Curiosidades de hace casi setenta años, que nos gusta recoger y dar a
conocer.
©
Isabel y Luisa Goig
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