Cuando todos se hayan ido
Hace unos días, el
11 de enero, recibimos un mensaje de Mila en el que nos informaba del
fallecimiento de María Gúdula, de Torralba del Burgo, a los 94 años. De
inmediato supimos quién era, la visualizamos en la puerta de su casa,
dejándose acariciar por el sol. Después abrimos su foto y la miramos,
tan pulcra, con el cabello tan blanco, rivalizando con la nieve que
tantas veces habría visto caer en su pequeño pueblo.
Se nos mueren
nuestros ancianos, nos los buscamos mayores para empaparnos de su
sabiduría, les cogemos cariño y, cuando nos llegan noticias como esta,
sentimos su desaparición como si fueran de la familia. Y nos hacemos
siempre la misma reflexión, porque si bien cualquiera firmaría para
llegar a esa edad y haber vivido “con mucha dignidad”, como nos dice
Mila, su dura vida, también con ellos se va un mundo redondo y completo,
único, al que jamás volveremos a tener acceso.
María Gúdula, nombre
de santa belga del siglo VIII, recibía, sobre todo en verano –según nos
dice también Mila- el cariño de sus paisanos, que les llevaban la foto
de nuestra web y le decían “te hemos visto en Internet, María”, y a ella
le agradaba. Sólo por eso –nada más y nada menos- merece la pena hacer
las cosas. Si le hemos proporcionado un instante, sólo uno, de simpatía
y felicidad, nosotras nos sentimos felices.
Esperamos que no
haya sufrido, que haya muerto en su pueblo o, al menos, haya pasado en
él el mayor tiempo posible. Cuando nosotras la conocimos, casi rozando
los noventa, allí estaba, dispuesta a responder a nuestras preguntas,
relacionadas con Torralba, pero también con un amigo nuestro,
paleontólogo en la Patagonia, oriundo de ese pueblo cercano al Burgo,
quien solicitó de nosotras una información y, con ello, propició la
visita a Torralba y la satisfacción de haber conocido a María Gúdula.
Descanse en paz
©
Isabel y Luisa Goig Soler
|