Los
sarnagueses son inasequibles al desaliento. Nadie como ellos para dar
lecciones de cómo conseguir lo que se proponen: tenacidad y tenacidad.
Sarnago,
que acabará siendo un referente cultural, y no sólo de Tierras Altas, ha
recuperado su tradición más querida, Las Móndidas que, unidas al Mozo
del Ramo, son parte fundamental de sus ritos y tradiciones.
Antonio
Ruiz Vega, en su libro “La Soria Mágica”, describe así las Móndidas de
Sarnago:
“Los
elementos que aparecen en estas fiestas de Móndidas son comunes a otras
muchas fiestas sorianas incluidas las de la capital en sus versiones más
antiguas.
Las
Móndidas son parientes cercanas de las sampedranas pero también de las
de Villarijo, Ventosa de San Pedro, y de otras muchas que existieron por
casi todos los pueblos de las Tierras Altas, hoy perdidas e ignoradas.
Incluso parientes cercanas son las damas de los Cameros, todas ellas
remembranzas del tributo de las cien doncellas y el pérfido rey astur
Mauregato. Doncellas de Santo Domingo de la Calzada o de Sorzano, se
mueven en un mundo mítico realmente no muy extraño al de las sarnaguesas,
e incluso podríamos pasmarnos del parecido que guardan con las “meninas”
portuguesas de la fiesta de Tabuleiros de Tomar, aunque allí, con
lusitana grandilocuencia, portan tocados de alcance y colorido poco
menos que inverosímil. Por comparar, y puede esbozar el lector sonrisa
tan amplia como le plazca, hemos cotejado las señoritas de Sarnago con
las sacerdotisas de la isla de Bali, y el parecido era evidente, más no
nos vayamos por los cerros de Úbeda.
Claro que
el tocado sarnagués no es idéntico a ningún otro, y con su cónica
silueta recuerda notoriamente al cucurucho de las damas góticas,
especialmente las muy idealizadas de los cuentos infantiles.
Cestaño se
llama aquí también al recipiente que contiene un macizo panecillo en el
que se clava la ramita rectilínea del abedul de la cual, cual grácil
cascada, descenderán las cintas multicolores, hasta afianzarse en la
base, que luego será recubierta por albas puntillas y otra ancha cinta”.
Desde 1982
no recorrían estas mozas las calles de Sarnago, ni el ramo era disputado
para ser introducido por la ventana de lo que fuera ayuntamiento del
lugar.
La fiesta,
como puede leerse en la web de Sarnago, se celebraba en un principio el
día de la Trinidad pero, una vez recuperada, consideraron más oportuno
trasladarla a San Bartolomé, patrón del pueblo (por cierto, ahora en la
exposición de San Pedro Restaura), fechas en las que los sarnagueses
acuden a su pueblo a disfrutar del verano.
©
soria-goig.com, 2009
|
La hospitalidad de las gentes de Sarnago
Estábamos convocados en Sarnago a las 7 de la tarde, aunque llegamos
tarde (algo que no acostumbramos y que se debió a un error). Lejos de
molestarse por la tardanza, los habitantes de este pueblo (ya se les
puede llamar así con rotundez, toda vez que son ocho los censados) nos
acogieron con el cariño y la hospitalidad con que acostumbran.
Para
quien todavía no conozca este lugar de Tierras Altas, a escasos
kilómetros de San Pedro Manrique, a cuyo municipio pertenece, diremos
que se trata de uno de los pueblos que en su día fueron abandonados, con
gran disgusto por parte de la mayoría. Sus habitantes, como los de
Buimanco, Armejún, Arguijo, Vea, Peñazcurna…, buscaron en otras tierras
unas salidas laborales que la propia les negaba. Pero nunca olvidaron la
suya, y en cuanto les fue posible comenzaron a arreglar las casas y a
reunirse, durante el mes de agosto, para pasar unos días juntos y
recordar la vida de ellos y la de sus antepasados, a la vez que gozaban
y vivían en contacto con la hermosa naturaleza que les rodea.
Poco a
poco fueron haciendo acopio de muebles, aperos y utensilios, y hace ya
muchos años que organizaron un museo etnológico que muestran orgullosos.
No es para menos.
El
agua, mejor dicho, la carencia de ella, supone casi desde siempre un
problema grave que, al parecer, y según nos dijo el propio alcalde de
San Pedro Manrique, será solucionado en breve, ya que disponen de
partida presupuestaria para comenzar a solventar el problema.
La
tarde-noche del día 18 de agosto, fuimos convocados para presentar el
número 1 de la revista de la Asociación de Amigos de Sarnago. La primera
publicación fue el 0, y allí estuvo, en la presentación, Julio
Llamazares, quien se inspirara en Sarnago para su impagable novela La
lluvia amarilla. De eso hace ya dos años.
Este de
2007, José María Carrascosa, secretario de la Asociación que preside
David Izquierdo, quiso que fuera Isabel Goig quien se sentara con ellos
en la presentación de la revista, explicando algunas de las causas que
motivaron la despoblación en Soria. Estaba también –o principalmente-
Abel Hernández, escritor y periodista, nacido en Sarnago, quien leyó dos
cortos relatos de lo que será su próximo libro: Cartas a Sara, una
narrativa intimista, con un inevitable toque nostálgico, en la que va
contando a Sara, su hija pequeña, qué fue Sarnago, cómo fue su infancia
en el pueblo, el entorno, su historia, sus historia...
Después, entre todos los que componen el vecindario y los que vuelven a
pasar el mes, nos obsequiaron con una merienda-cena propia de la zona
donde estábamos congregados: chorizo a la brasa, torreznos, tortilla de
patatas y unos vinos de La Rioja que hacían honor a la comunidad de
procedencia.
Fueron
unas horas inolvidables. Santiago Álvarez, de Judes, que nos acompañó,
junto con Valentina y su madre, Pilar, no cesaba de recorrer el pueblo,
de visitar el museo, de hablar con unos y con otros, diciendo de vez en
cuando, con los ojos brillantes, “estoy emocionado”. Los demás también.
Tuvimos
ocasión de hablar con la buena gente del pueblo, de escuchar sus
recuerdos, como los de la señora Vicenta, con más de noventa años a
cuestas. O la de otra señora que se negaba en redondo a vender su casa
“la heredé de mi abuela y la legaré a mis nietos”. Conocimos a Eduardo
Alfaro Peña, de quien tendremos ocasión de comentar los libros con los
que nos obsequió, magníficos estudios sobre costumbres romanas para la
muerte e iconografía funeraria en Tierras Altas.
Todo
ello a mil doscientos metros de altitud, mientras veíamos desaparecer el
sol por el horizonte tiñendo de rojo las tierras recién cosechadas,
dejando en penumbra la plaza donde nos reuníamos, como hacían los
antiguos habitantes, alrededor de una mesa, en armonía y hermandad.
Costaba marcharse. La noche era mágica.
Gracias
a todos.
©
soria-goig.com
|