Alfonso Fresno -gracias amigo-
quiso hacer en su pueblo un espacio para los poetas al que llamó Huerto
del Poeta, pero le salió un pueblo entero, un pueblo visitable con guía
para que conduzcan por bosquecillos, aguas y vericuetos que se esconden
a los ojos del visitante al uso. Los venerables, los niños, los
actuales..., todas las láminas perfectamente plastificadas y ancladas a
los árboles y a las maderas (magnífica combinación).
Hermosos poemas, de esos que se
piensan poco porque salen de los sentimientos. En el recorrido desde la
picota, o rollo jurisdiccional -fue villa- hasta la fuente de la Ermita,
fuimos parando y leyendo, hasta llegar a la fuente donde los poetas,
pese a su condición de tales , a punto estuvieron de sufrir el síndrome
de Stendhal. De los mismos riscos sale el agua limpia hasta llenar
depósitos naturales donde los jóvenes de hace años (cuando el pueblo
estaba nutrido de vidas) se bañarían, las mujeres lavaban la lana en uno
de ellos y en otro las tripas de la matanza del chancho para rellenarlas
de picadillo o mondongo.
Iban los poetas leyendo sus
obras, viendo las de otros compañeros, escuchando a Alfonso, hasta
llegar a un precioso bosque de álamos negros y blancos, fresnos,
moreras..., José Vicente Frías iba a mi lado y a la pregunta ¿cómo
describo yo todo esto?, la respuesta corta y esperable de él: tú sabrás.
Él sabe de historia, ahí es invencible, de narrar, a su parecer, sé yo,
a su parecer. Porque, sinceramente, el agua había convertido el entorno
de Quintanas Rubias de Arriba en un jardín umbrío gracias al agua. Agua,
agua por todos sitios. Un vergel que provoca el ansia de quedarse allí
para escribir, soñar o, sencillamente, pensar. Y los poetas y
acompañantes, sencillos (no había egos por ningún lado), cariñosos,
participativos, paseaban por esos parajes como deshojando margaritas,
amapolas, reconociendo las florecillas, prestos para conocer lo que hace
el de al lado antes de pavonearse de aquello que hacen ellos.
El trabajo llevado a cabo por
Alfonso Fresno es ingente. Durante mucho tiempo se ha dedicado a ello
apoyado por su madre, su hija (móndida este año en San Pedro Manrique) y
su hermano. Nada había sido dejado al azar, ni de la perfecta
infraestructura ni del desarrollo del día.. Recorrido, explicaciones,
estupenda comida, regalos para todos, brindis con vino de la bodega
Aranda de Vries, del vecino pueblo de Ines y el deseo de repetir cuanto
antes, siempre y cuando Alfonso tenga ganas de implicarse de nuevo en
este trabajazo.
No podemos recoger aquí los
nombres de todos los asistentes (éramos más de ochenta), pero nos
acordaremos de aquellos que nos son más conocidos y sabemos sus nombres:
Herminda Cubillo, Carmen Ruth Boíllos, Concha Goig, Carlos Aranda, Ellen
de Vries, Alberto Arroyo, Juanan Martínez Laseca (su hermano estuvo
presente con varios poemas suyos, además de con su familia), José
Vicente Frías, Antonio Delgado, otros, como Carmelo Romero envió un
poema dedicado a Alfonso y al día al no poder asistir. Vecinos de las
dos Quintanas, de Arriba y de Abajo, y así hasta más de ochenta.
Muchas gracias Alfonso.
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fotos:
soria-goig .com y Carmen Ruth Boíllos
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soria-goig.com
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