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Valdenebro

 

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En todas nuestras publicaciones, incluida la web, Valdenebro ha estado presente pero hasta ahora no le habíamos dedicado página propia.

El estar alejado de la carretera; discurrir por el centro un río, el Sequillo; y los árboles que reciben al visitante, hacen de Valdenebro, a simple vista, un lugar acogedor. Más tarde, cuando se recorren sus calles, las casas, los edificios comunes, se consolida, y aumenta, la sensación de que estamos en un pueblo fuera de lo común.

Volvamos la vista a los años en que se recogieron los datos para el Catastro del Marqués de la Ensenada, para decir que fue de señorío del duque de Uceda, a excepción de las casas solariegas y sus habitantes (12 vecinos y medio), sujetas a la jurisdicción ordinaria de la villa de Osma. Contaba entonces con 44 vecinos y medio incluidas 3 viudas. El Común era propietario de varios edificios: casa de juntas de Concejo, otra casa, fragua, molino harinero, casa mesón con arrendatario (Matheo Manrique Frías), seis tainas de barda en los montes para ahijar el ganado, 21 medias de tierra de sembradura, dehesa boyal y montes. Ya por esa fecha Boíllos estaba despoblado.

Puesto que, sobre Valdenebro, hemos escrito de fuentes y manantiales, de guisos (gracias a la señora Escolástica del Burgo), de juegos y remedios, de la venta de una finca para la adquisición de tazas de plata, de las noches poéticas que se celebraron hasta fechas recientes, nos fijaremos ahora en otras cosas interesantes de este no menos interesante lugar que cuenta con 114 vecinos (2017).

En esta ocasión acudimos con José Vicente de Frías, quien mantiene amistad con José Antonio Cercadillo, con quien también tuvimos ocasión de hablar y de que nos contara su actividad de recuperación de patrimonio en Valdenebro.

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Otro de los motivos de la visita era la de fotografiar las tazas de plata para el trabajo sobre costumbres que a punto está de verse finalizado. Fue el alcalde, Baltasar Lope de la Blanca, quien se encargó de abrir un a modo de cofre, sito en la Secretaría, donde se guardan las copas –o bernegales, como nos informó Javier Herrero-, junto con unas medidas antiguas y una urna de cristal, también antigua. Se usaban estos recipientes cuando se iba a hacendera, la más importante el martes de Carnaval, y tras finalizar, en la casa Concejo, el ayuntamiento regalaba el vino. A estas hacenderas se las llamaba limpiar las aguas: manantiales, fuentes y acequias.

Baltasar nos acompañó para ver la fuente vieja, rodeada de piedras llevadas desde el Quintanar, los lagares, la vieja fragua restaurada y, lo más sorprendente para nosotros, los cañones granífugos que se usaron hasta la década de los años 20 para disolver las tormentas.

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Antes digamos sobre el Quintanar que, como su nombre indica y por las piedras colocadas alrededor de la fuente, podría tratarse de una villa romana, desde hace muchos años ubicada entre pinos, y cuyos restos tuve ocasión de ver, hace ya treinta años, con una amiga, Rosa Mari, de Bayubas de Arriba, pueblo que linda con Valdenebro. En el mapa geográfico y catastral se comprueba que existe una taina y un camino con ese nombre, Quintanar, próximo a la ermita de la Virgen de Olmacedo, que será visitada en otra ocasión.

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Volvamos a los cohetes. Es en Valdenebro en el único pueblo que los hemos podido ver, además bien conservados y colocados junto a uno de los lagares. En pleno siglo XX, el lanzamiento de cohetes para romper las nubes y el granizo de su interior –en Soria llamado piedra- y hacer que lloviera o se disolvieran las nubes, era frecuente. El campesinado teme a los nublados con piedra, porque es la causa del destrozo de las cosechas. Como muestra de ello, en Valdenebro han colocado, junto a uno de los lagares, tres artefactos en forma de cono invertido que fueron utilizados en su día para romper las nubes.

Los lagares, dos, se utilizaban en comunidad de vecinos con participaciones de distinto importe que se medía por onzas, recibiendo los vecinos el vino proporcional a la participación aportada. Los cedieron y el ayuntamiento los restauró, más o menos en 1998, con la ayuda del PRODER.

Se restaura casi todo en Valdenebro, las casas se muestran en perfecto estado ya que, o se arreglan o se ceden al ayuntamiento, que las alquila, tras restaurarlas, a quienes se instalan en el pueblo, como por ejemplo los encargados de resinar los treinta mil pinos que la corporación ha puesto a disposición.

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También José Antonio Cercadillo está restaurando la adobera con su horno que fuera propiedad de la familia, situada un kilómetro, más o menos, antes de entrar al caserío. Con sus manos y acompañado de un precioso burrito, va consiguiendo que la pequeña industria familiar torne a su primitivo estado.

Ya en el pueblo, en la parte alta, cerca de la iglesia románica dedicada a San Miguel, le han cedido a José Antonio un edificio propiedad de la Iglesia, donde va recuperando instrumentos y enseres de escuelas antiguas para formar la suya propia y convertirla en escuela-museo.

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Cerámica, llares, llaves, fotos, todo objeto susceptible de ser restaurado es recogido por Cercadillo y puesto a punto. Hasta su propia casa es un auténtico museo etnográfico.

© soria-goig.com

 

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