Soria Pueblo a Pueblo
Velamazán
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Algo a trasmano, a medio camino
entre Berlanga de Duero y Almazán, la villa de Velamazán es una gran
desconocida, a pesar de su riqueza. El caserío está amparado al Sur por un
rico monte donde abunda la carrasca, encina y roble, y abierto al Norte
por el río Duero que, aunque no discurre por su término, lo hace por el
vecino de Rebollo, cuyo ayuntamiento, por cierto, está agregado al de la
villa.
En su día fue feudo del marqués
de Velamazán, de la familia de los potentados González de Castejón,
ganaderos trashumantes. En la villa se conserva, en relativo buen estado,
el palacio de la noble familia construido a final del siglo XVII, y
muestra todavía su fachada principal balconada y un gran escudo con las
armas de la familia.
El marqués, en tiempos de
señorío y para la festividad de San Sebastián, repartía entre los vecinos
sardinas y vino. A este santo está dedicada la ermita que sirvió de
cementerio. Es lo más interesante de Velamazán, dentro de lo mucho de
interés que conserva esta villa. Primitivamente fue románica, y de ese
estilo se puede ver la portada que mira al sur, con arco de medio punto y
arquivoltas, con posterioridad se reedificó con elementos góticos. Está a
mitad de una ladera y en lo alto hubo una torre vigía de la que todavía
aparecen los cimientos.
Otra construcción románica más,
la ermita de la Virgen de la Dehesa, a dos kilómetros del caserío,
abandonada, en ruinas, rodeada de tierras de labor, se nota que sirvió
para guardar ganado (San Baudelio y Carrascosa). La imagen se encuentra
custodiada en la iglesia de la Santa Cruz, ha sido
barroquizada y pintada de tal modo que dan ganas de comenzar a picar. Tuvo
santero y se edificó su casa anexa a la ermita.
El gran templo de Velamazán es
el dedicado a la Santa Cruz, edificado en el siglo XVII con el patrocinio
de los González de Castejón, sobre el solar que suspuestamente existió
otro. Esto hizo que dejara de utilizarse la iglesia de San Sebastián, más
alejada del centro, y se arruinara.
Conservan el rollo o picota
y restos de
castillo.
Riegan sus cultivos con el
canal de Almazán remolacha, alfalfa, patata, girasol y cereal. Es un
pueblo industrioso donde todavía residen (2007)
114 personas que,
además de cultivar las tierras, arriendan pastos, tienen colmenas y
mantienen ganado lanar.
©
Isabel Goig
María Pilar Martínez Barca nos ha enviado las fotografías de Velamazán,
el articulo sobre el beato de Velamazán, la crónica de la
II Jornada de Convivencia 2018
y dos artículos inspirados en el pueblo de sus mayores que podéis leer
aquí:
SENDEROS IMAGINADOS
Velamazán, 2018
Puede
provenir de “Al-mahsan”, fortaleza. O de “Bala” y “Muza”,
fortaleza de Muza. Del Laberinto de la
Fortuna de Mena a los Anales de Aragón de Zurita,
aparece escrito de diferentes formas, con V o B (José de
Miguel Martínez, Velamazán. Villa de señorío, condado y
marquesado).
La
ermita de la Dehesa, la iglesia de la Santa Cruz, monumento
votivo del siglo XVII por salvarse el pueblo de la peste, y
la otra románica de San Sebastián –después el camposanto
viejo–; el palacio de los marqueses González de Castejón,
hoy casa rural, con su escudo de armas y su reloj de sol en
la fachada; la fuente, el rollo de piedra en la plaza o el
torreón que todos conocemos como Castillo, son parte de mi
educación sentimental.
Cuna de
Miguel Moreno, etnólogo y cronista oficial de Soria, y de
Antonio Rodrigo Antón, mártir y beato franciscano. Pocos
saben de las visitas como médico rural de D. Enrique Moliner
Sanz, padre de María Moliner, durante su estancia en Almazán
allá por 1902 –23 km. de distancia de uno a otro pueblo,
seguramente en mula–. Menos, de la movida cultural de estos
últimos años, en un intento de echar el vino viejo de la
tradición en odres nuevos.
Hinchables para niños, gaiteros antes de la misa del día de
la Virgen o de San Roque, cena para todo el pueblo… Se fue
formando la Asociación Cultural Velamazán, que este agosto
organizaba, del 11 al 13 –antes de las fiestas patronales–,
su II Jornada de Convivencia, junto a los municipios de Fuentetovar y Rebollo, con 210 personas reunidas, y el I
Certamen Nacional de Relato Breve “Villa de Velamazán”.
“Cuando se estancaran allí las nieves del invierno y no
estuvieran el Eustaquio y él para quitarlas, todo se vendría
abajo. (…) En ese momento de inmensa tristeza creyó oír la
algarabía de niños corriendo alegres por las calles”
(Armando Ruiz Chocarro, “El ahorcado”, Primer Premio
–Navarra–).
Presentaciones de libros, música regional a cargo del grupo
“Sepios Folk” –flauta, acordeón y zanfoña entre otros–,
poemas en las calles al estilo del parque José Antonio
Labordeta de Zaragoza. “Y un día, ya crepúsculo en el orbe,
/ reposaré en la calma de esta tierra” (Pájaros de
silencio, servidora). Y quedaba todavía la visita a
Numancia, el día 21; la excursión de la “Ruta de las
Atalayas”, el 25 de agosto, y la Comida Regional, este
próximo invierno, que cada año preparan los hijos y nietos
de Velamazán según su comunidad de residencia.
No todo
son expoliaciones en los pequeños pueblos olvidados, como en
la ermita de la Mercadera en Rioseco: “En la memoria siempre
quedarán los temblores, los alaridos y el ruido de las
explosiones, pero no quedaron muertos” (Marina Moro López,
“La muñeca de tela”, Accésit –Madrid–). Me llegaba la
noticia de un Festival de Poesía, del 24 al 26 de agosto, en
Brieva (Segovia), con célebres autores del momento actual. Y
es que el renacer cultural en el ámbito rural está de moda.
“Y
entonces todo volvió a empezar”, comienza El fin del
principio, novela de Jaume García Vilá también
presentada en la jornada, a favor de la mujer y los
humildes.
©
María
Pilar Martínez Barca |
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Santos de adobe y trigo
La
tia Julia escobaba las calles, todavía empedradas, de su
casa a la fuente. Si intentabas pasar –meter el agua en casa
tardaría aún décadas- travesaba la escoba, y se callaba.
Había que tenerlo todo limpio.
Cinco
hijos como cinco soles. Isabel, la niñita, se le murió muy
pronto; de Julito empezaron a decir las malas lenguas que
nació ya algo falto; su Antonio era el más listo. De la
escuela traía siempre santos, de lo bien que sabía todas las
cosas que explicaba el maestro. Desde chico comenzó con
aquello de ser cura, igual que sus dos tíos, y de marcharse
lejos a enseñar. Pero había que cuidar el ganado, los
pedazos, los huertos.
Tomó la
decisión muy de muchacho: estudiar Teología y hacerse
misionero franciscano. Sólo había en Toledo, en Consuegra
(oficialmente, la Provincia Franciscana de San Gregorio
Magno de Castilla), pero cada verano, o en vacaciones,
volvía siempre al pueblo y ayudaba a su padre, el tio
Lorenzo, a echar a los carneros o en lo que hiciera falta.
Los ahora mayores lo recuerdan de niños, con su hábito pardo
y unas sandalias más sencillas aún que las propias abarcas
de sus padres.
¿Qué le
pasó al chico del Lorenzo? Se oyó que fue a la guerra y lo
mataron, uno más entre muchos. En los pueblos pequeños se
tenía bastante con vivir cada día, y cuidar no te
relacionaran con el último maqui que debía andar suelto tras
las lomas o en los bosques de encinas y chaparros.
Fue en
la noche del dieciséis de agosto. Presos en el convento,
refugiados entre sus familiares, cárcel municipal, iglesia
de Santa María convertida en prisión… Vejaciones, malos
tratos, quién sabe qué tipo de torturas. Dicen que por el
término de Urda los oyeron cantar desde el camión.
Parece
de película. Veintidós franciscanos fusilados, entre ellos
Antonio Rodrigo Antón, hijo de Velamazán (Soria), el pueblo
de mis abuelos y mis padres. Siempre me fascinaron las
historias al calor del adobe. De cómo, por ejemplo, un grano
de trigo se transformaba en pan, mollete o torta buena para
una larga prole.
©
María
Pilar Martínez Barca
Tradiciones perdidas
El día 20 de enero, San Sebastián, el marqués de
Velamazán repartía entre los vecinos sardinas y vino.
Celebraban
el día de Santa Agueda.
Pedían la
gallofa por Carnaval, que en Velamazán llamaban *somarro. Los quintos, por
su parte, una vez al año, solicitaban el hornazo para celebrar cena y
baile.
Como fue
zona ganadera los niños esperaban con entusiasmo los días de esquilo, en
los que se les regalaba vino y torta.
Tradición de
*rondar, gracias a un señor que durante años se dedicó a enseñar a los
jóvenes a tocar algunos instrumentos; entre las letrillas que recuerdan
figuran estas:
"Adiós
Barrio Carrabarca, la arboleda y el plantío, adiós Barrio Carrabarca, que
aunque me voy no te olvido".
"Todos los
que cantan bien se arriman a la guitarra, y yo como canto mal, canto en la
puerta la fragua".
"Esta noche
rondo yo, mañana ronde quien quiera, esta noche rondo yo la calle de mi
morena".
"Mis
compañeros y yo, y otro que se llama Sixto, preparamos una rondalla que no
la entiende ni Cristo".
Isabel y Luisa Goig, Soria pueblo a pueblo |
Mapa
de la zona (27 KB)
Fuentes
de Velamazán, José Ignacio Esteban
blog
de la Villa de Velamazán
Velamazán
- caminosoria.com
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