Situado en el oeste soriano, Alcozar proyecta nuevos horizontes
sin olvidar su pasado.
Una carrera local de 3 km. une el pueblo con la N-122. Su población, envejecida, no deja
de descender. En invierno apenas si queda una docena de casas habitadas, número que
aumenta hasta 70 o 75 durante los meses de julio y agosto.
Predomina el cultivo de cereal, habiéndose introducido en los últimos años el girasol.
Una vega de 370 hectáreas -de propiedad comunal y repartida en "quiñones"-
alberga cultivos de regadío: remolacha azucarera y patatas, además de leguminosas y
verduras para el autoconsumo. 800 hectáreas de monte de robles, encinas y enebros
-también de propiedad comunal y distribuido en
*"suertes"-
suministra el combustible necesario para hacer frente a los crudos inviernos. Y 30
hectáreas de viñedo producen un vino de baja graduación destinado mayoritariamente al
consumo familiar.
Sabemos que hubo un asentamiento romano en el predio denominado La Parrilla. Más tarde
nos visitaron los moros y, como reza la coplilla popular: "llegaron los sarracenos
y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos".
En el año 995, en Piedra Sillada, fue
herido y hecho prisionero Garci Fernández, II conde de Castilla y conocido como "El
conde de las bellas manos". Pero en estos hechos no nos vamos a detener; se
habló y escribió largo y tendido en 1995 con motivo de la conmemoración del milenio de
este evento y podéis leer una obra de teatro
Un
día en Alcozar en la sección
SENDEROS IMAGINADOS.
Pasaron unos siglos en que nuestras tierras se las disputaron todas las fuerzas vivas:
obispos, condes, monasterios... mientras nuestros antepasados se limitaban a trabajar de
sol a sol y pagar los tributos con el sudor de su frente. Y, cuando no eran capaces de
sobrellevar con resignación ese infortunio, acudían a Santo Domingo de Silos en busca de
un milagro. Gracias a un alcozareño ciego que pretendía ver la luz, Grimaldo, Berceo y
Pero Marín dejaron constancia de este pueblo en sus escritos. También la dejaron en su
cartulario los monjes de la por entonces poderosa abadía de San Millán de la Cogolla,
monasterio riojano al que se anexo nuestro cenobio de San Vicente en el año 1048.
Más tarde fueron los Lara, los Fuentearmegil, los Luna y los Degadillo-Avellaneda los
dueños y señores de estos pagos. De esta guisa, dispuestos a ganarse su propio cielo,
ora por su alma -ora "pro anima patris mei" o "pro anima mariti
mei"- en el siglo XII los Lara donaron La Vega al Monasterio de Nuestra Señora
de La Vid y el castillo a la Orden de Calatrava.
La Vega se distingue por sus históricos y continuados pleitos; el
Castillo lo hace por su
relevancia lingüística. Gracias a un contrato de infeudación datado entre 1144 y 1146
-de los denominados de prestimonio o atondo, que los expertos consideran como el primer
documento civil escrito íntegramente en lengua castellana, y por el cual Diego Pérez de
Fuentearmegil acepta la tenencia del este castillo de manos del obispo de Osma-
deberíamos reivindicar para Alcozar el título de "cuna de la lengua".
En lastimoso estado de ruina se encuentra la ermita de Nuestra Señora del Vallejo, obra
del primer románico soriano, que tuvo pinturas murales representando el tetramorfo en el
presbiterio y el Pantocrator en ábside, y un artesonado mudejar digno de mejor destino
que el actual azote de la intemperie. Se conserva una interesante serie de canecillos.
La iglesia parroquial alberga unas cuantas obras de interés: dos tallas góticas (la de
Nuestra Señora del Vallejo, patrona del pueblo, y la de la Virgen de las Alcubillas,
procedente que Cubillas, antiguo asentamiento ubicado en La Vega); un retablo
hispanoflamenco dedicado a San Esteban Protomartir; una cruz procesional, obra de la
orfebrería soriana del siglo XVI; el relicario con la Resurrección, con influencias de
Juan de Juni; y el altar mayor -romanista- atribuido a Pedro de Cicarte.
Al margen de nuestra historia, nuestras piezas de arte y nuestras curiosidades, nos vamos
a permitir sugerirte que te acerques a Alcozar en búsqueda de olores; de esos olores que
amenazan con extinguirse y que, acostumbrados al humo y la polución, hemos perdido la
sensibilidad necesaria para reconocerlos, percibirlos y apreciarlos.
En Alcozar te aseguramos el goce de estos pequeños y sencillos placeres. A la habitual
fragancia del tomillo, el romero y el espliego, podemos añadir el de la hojarasca
requemada por cien soles de agosto; el aroma fresco de los chopos azotados por el viento
en día nublo y el de la rala hierba cuajada de rocío. Y, si quieres alcanzar delicias
propias de los dioses, no te prives del penetrante olor que desprende la tierra rojiza al
comenzar una tormenta de verano, del perfume que exhalan los rastrojos recién mojados y
el aroma del moho que ennegrece los cañones y bocinos de nuestras bodegas excavadas en la
tierra.
Y para acabar, te invitamos a que degustes nuestras especialidades
gastronómicas: cordero asado en las fiestas (13 y 14 de agosto);
*limonada
en Semana Santa; y las chuletadas (con olor
a sarmiento) a la puerta de cualquier bodega.
En la actualidad, la Asociación Alcozar se ha propuesto acabar con una desidia que se
remonta a casi cuarenta años y está restaurando algunos edificios de propiedad comunal:
el castillo, un lavadero que se destinará a museo textil y la antigua casa de la maestra,
sede de dicha asociación.
©
Divina Aparicio
Sociedad
y ciclo vital en una aldea soriana: Alcozar por Divina
Aparicio.
En el web de Alcozar podéis leer el trabajo finalista del I Certamen Etnológico
"José Tudela"
Asociación
Cultural de Alcozar
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