Tras
agasajar debidamente a los dioses y rendir honores a los antepasados,
pudieron los numantinos vencer a los romanos, elefantes incluidos. El
sábado, día 28 de julio, fue imposible. Una tormenta hizo pedazos el
cielo dejando caer por él agua y rayos. Es imposible, nos decíamos;
precisamente este lugar fue elegido para acrópolis y su cumbre como lugar
sagrado, como németon, por el poder emanado del recinto para dispersar
las tormentas. Y cuanto más nos adentrábamos en este pensamiento
recordando a Mariano Íñiguez más fuerte soplaba el viento amenazando
con arrancar las tablas de la plaza portátil colocada a la entrada del
yacimiento. Los dioses (incluido Thor), ayudados por los próceres
numantinos, se emplearon a fondo haciendo que el agua se sumiera hacia
abajo y cuesta arriba –algo nunca visto-, rompiendo el decorado que
simulaba una muralla, llenando las termas y lavando a fondo la calzada
recién descubierta. Durante hora y media el cielo descargó toda su
fuerza sobre la indefensa Numancia.
Mientras
esto sucedía, en una caseta, los muchachos en los cuales el alma de
aquellos numantinos de antes de Cristo habían dado en introducirse,
libaban y cantaban –con más devoción que entonación-. Debieron darse
por satisfechos los habitantes de arriba, porque al cabo de unas horas
regalaron un magnífico día para llenarlo con la representación de la
lucha y la victoria.
Y
allí estaban, en la arena, a las siete en punto de la tarde del domingo,
rodeados por unas dos mil quinientas personas y ante las cuales, mayores,
jóvenes y niños, hicieron, por una hora, que la gente retrocediera
veintidós siglos. Con un buen vestuario de la época, representaron la
vida de la ciudad en época de paz; mientras unos hilaban, otras molían
el grano y los niños jugaban al corro. Allí vimos la muerte del guerrero
y las honras tributadas, los ojeadores, la lucha con los romanos –impecablemente
ataviados- y la aparición de los elefantes. La piedra oportuna, lanzada
por mano de numantina, daría al traste con las máquinas de guerra más
sofisticadas y desconocidas del momento, procurando una estampida que
daría, momentáneamente, la victoria a los numantinos.
Un
fuerte aplauso a los habitantes de Garray, al director del yacimiento, al
asesor teatral y a quienes hacen posible la representación. Nos parece
una forma delicada e interesante de cuidar el pasado, dándolo a conocer
escenificado.
Particularmente
pienso que lo más atractivo del cerro donde se asienta la histórica
ciudad es el silencio; un silencio, incluso con grupos de visitantes, a
pesar de la carretera que discurre no muy lejana, que permite sentir la
emoción por el lugar que se pisa, que permite contemplar las altas y
lejanas cumbres que lo rodean, comprender el porqué se eligió ese lugar
y sucedió lo que sucedió. Y esa tarde, a pesar de todas las personas que
acompañaron a los bisoños actores, a pesar de la música y el ruido de
las lanzas chocando con los escudos para espantar a los hombres del
general romano, el silencio se percibía, envolvía como un misterio el
sagrado lugar de la ciudad de Numancia.
© Isabel Goig
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