Repetiré que cada pueblo, por
pequeño que sea, tiene su historia, conjunto de otras más pequeñas, que
lo hacen único, por mucho que esa historia se parezca a las de otros
pueblos.
Fuentes de Magaña es una villa
situada al Norte de la provincia de Soria, muy cerca de la divisoria con
La Rioja. No conozco el porqué se le atribuye la categoría de Villa, ya
que según el padre Gonzalo Martínez, en su “Las Comunidades de Villa y
Tierra de la Extremadura Castellana”, siempre perteneció a la Comunidad
de Magaña, y a finales del siglo XVIII, en el Censo de Floridablanca,
forma su propio partido, con El Espino, y ambas localidades aparecen
como del señorío del marqués de San Miguel del Grox.
Estos hechos históricos no
interfieren en absoluto a la hora de escribir este artículo, que va
íntegramente dedicado a las hermanas Pura y Manolita Llorente. Ellas tal
vez no sepan de los avatares de la Historia que convirtieron Fuentes de
Magaña en villa, o tal vez sí.
Ellas han vivido otra etapa más
reciente de sus vidas y de las nuestras, larga e intensa, pues ya
nacieron en la tienda-bar de Fuentes. Las antiguas tiendas de los
pueblos de Soria eran ágoras cerradas, lugares de trueque, parada
obligada de arrieros y caminantes, visita matutina diaria de la madre de
familia, y vespertina del padre. Eran un mundo donde iban a parar
confidencias, cuitas y alegrías. Y a la vez un recinto donde se vendía
desde las especias que la impregnaban de una mezcla de olores en la que
difícilmente se reconocía uno concreto, hasta las abarcas, pasando por
todo lo que se quiera uno imaginar.
Allí crecieron las hermanas
Llorente para, después del fallecimiento de los padres, hacerse cargo de
tienda y bar, hasta la jubilación. ¡Qué no sabrán de Fuentes y sus
alrededores! Pues todo, aunque de sus bocas, como si hubieran hecho un
juramento, no salga nada, para impotencia de quienes, como yo, tratan de
escudriñar en todo aquello que atañe al mundo rural.
Siempre que hemos acudido a
ellas nos han atendido con afabilidad y cortesía. Hace años nos
regalaron una receta de patorrillo. Más tarde nos informaron de hierbas
de la zona aptas para curar diversas afecciones. También el camino de
una fuente, en Valdeprado, cuya agua cura las heridas, con ellas
acudimos recientemente a la fiesta religiosa del Cristo del Consuelo.
Leen mucho, son cultas, se expresan con una corrección envidiable, pero
no sueltan prenda. Me hubiera gustado ver el libro donde apuntaban las
deudas de las clientas, muchas de ellas vivas todavía, y por ello el
mostrarnos ese documento hubiera supuesto una indiscreción.
En fin, si nos hablaron de las
fideeras que llegaban desde Valdemadera, en la vecina Rioja, para hacer
fideos y pastas. De la Fiscalía de Tasas. De las personas que acudían a
comprar desde Fuesas, Vallejo, Valdelavilla, Valdeprado, y
Torretarrancho, La Torre, como dicen en la zona, y tuvieron un recuerdo
para Paulina, la última habitante, que se fue a vivir a Arnedo.
Recordaron que de Navajún, cuando iban a la miel, se paraban a almorzar,
y al regreso de dejar las colmenas, compraban bacalao.
Pura, la mayor, nos dijo que
cuando cerraron la puerta para siempre, se sentó en un sillón mirándolo
todo, tal y como si estuviera velando a un muerto, ni recuerda el tiempo
que tuvo la mirada perdida por aquel decorado que había acompañado su
vida, toda pasaría ante sus ojos esa noche. Pensamos que deberían dejar
escritas sus memorias, serían un largo relato al que acudir para
escribir la historia reciente de Fuentes de Magaña.
© Isabel Goig,
2011
|