Posiblemente las gentes de
Fuentes de Magaña tendrán sus propios nombres para las sierras que les
rodean, nombres que se van transmitiendo de generación en generación,
como los apodos de las personas, pero geográficamente, la villa de
Fuentes de Magaña (porque es villa como lo demuestran no sólo los
documentos, sino también el rollo jurisdiccional, dos en este único
caso, con el nombre de los Pingotes) está rodeada por las sierras de la
Alcarama, de las Cabezas, el Rodadero, y de San Miguel. Se ve desde allí
el relieve más alto del Sistema Ibérico –a él pertenecen todas esas
sierras-, el Moncayo, insignia de toda la tierra soriana y parte de la
zaragozana. Se alza la villa a más de mil cien metros.
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Cuenta Fuentes, como se
supondrá por el nombre, con abundantes manantiales (convertidos en ruta
como un atractivo más de este encantador lugar) que van a alimentar al
río Alhama, subsidiario del Ebro.
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El pasado sábado, día 17, fue
inaugurada una maqueta de dinosaurio, la más grande de Europa, 32 metros
de largo y 8 de alto. En Fuentes de Magaña, como en otros términos de
Tierras Altas, fueron descubiertas en su día huellas de dinosaurios, y
el yacimiento de Miraflores fue debidamente vallado. Ese día tuvo lugar
una de las actividades promovidas por la Mancomunidad de Tierras Altas,
en su ya reputado Otoño, la elaboración de migas pastoriles, que reúnen
alrededor del condumio a residentes y visitantes.
Este afán para hacer que la
villa de Fuentes de Magaña no sólo deje de perder población, sino que la
aumente, se debe a la dedicación del alcalde, Dionisio Martínez Valer,
quien no escamotea ningún esfuerzo e, incansable, lucha para ello,
apoyado por los vecinos, por su familia y, económicamente, por PROYNERSO
y la Mancomunidad, fundamentalmente.
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Han sido varios los proyectos
iniciados, algunos llegados a buen fin, y otros perdidos por la
dificultad de asentar población en lugares aislados de estas tierras de
Soria. Es necesario remarcar los logros, que han sido muchos, como la
oferta del yacimiento de Miraflores, ahora ya con su dinosaurio, y la
ruta de las fuentes, para el turismo (prefiero para el viajero o
caminante). A ello se une el albergue ya terminado, y una casa rural,
ambos establecimientos bases para, desde ellos, recorrer una comarca
bellísima, aunque, o quizá por eso, abrupta y casi salvaje, donde en
tiempos se asentaron los pelendones y, desde entonces, no ha dejado de
estar habitada. El castillo de Magaña, el románico de Valtajeros y
Cerbón, la villa de San Pedro Manrique y sus pueblos abandonados, el
Museo Pastoril de Oncala, el Museo Etnográfico de Sarnago, las vías
pecuarias, el centro de las canteras molineras de Trébago. Todo ello a
tiro de piedra de la casa rural o del albergue de Fuentes de Magaña,
donde, por cierto, se puede comer, pues un bar social (de todos los del
pueblo), mantiene abiertas sus puertas todos los días, excepto los
lunes.
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Y cuando el tiempo abre, hace
ya unos años se reúnen en la bien cuidada plaza de Fuentes, hortelanos y
productores ecológicos, para vender sus productos, es el Mercado
Ecológico, que Dionisio, el alcalde, quiere perpetuar.
En Otoño, la Mancomunidad de
Tierras Altas programa actividades que están perdidas, como encender los
hornos para hacer pan y rosquillos, pasear por entre la vegetación
autóctona, asistir a los talleres de acebo, o ver las danzas
tradicionales de esta tierra. Y, en las fechas elegidas a lo largo de
los siglos, se puede el viajero perder en el tiempo asistiendo a las
fiestas de todos y cada uno de los pueblos, por escasos que estén de
población estante, ya que la ausente se acercará también para revivir
romerías, fiestas de Móndidas, paso del fuego, y procesiones y
veneraciones a cristos y santos.
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Alrededor de Fuentes de Magaña,
algunos pueblos ofrecen productos de la tierra, como los excelentes
embutidos de San Pedro Manrique, o de El Collado; el queso de Oncala; el
pan y la bollería de Castilruiz y San Pedro; la miel de Cerbón. Y otros
atractivos que se nos olvidarán en este momento, pero que los visitantes
irán descubriendo.
Unas actividades en la que se
implican muchos, en un afán común para que estas hermosas tierras no
sigan perdiendo habitantes, pero que si los pierden, no desaparezca la
memoria de sus ritos y costumbres.
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El caserío de Fuentes de Magaña
está muy bien cuidado, con sus casas arregladas, las calles limpias y
bien alumbradas. Además del amplio bar, hay parque infantil y un frontón
que cubren para celebrar, por ejemplo, la comida de las migas del pasado
sábado, día 17. En el centro de la plaza, junto a un busto levantado a
un hijo ilustre del pueblo, una hermosa fuente mana incansable. El
edificio que en su día, y durante muchos años, fue posada, se muestra
arreglado y blanco. Cerca de él, la casa de las hermanas Llorente es en
la actualidad sólo su residencia, pero en su día fue tienda, bar y casa
de comidas. Hubo una academia y se conserva el edificio, así como las
antiguas y románticas escuelas, que antaño albergaron cien niños –según
Pura Llorente- y ahora sirve de albergue.
En fin, un lugar encantador,
rodeado de otros lugares igualmente hermosos y muy interesantes.
© Isabel Goig
© Fotos: Leonor Lahoz
Día de fiesta en Fuentes de Magaña, 2008
Aprovechando la jornada etnográfica de migas pastoriles, los habitantes del
pueblo de Fuentes de Magaña se reunieron, primero, para inaugurar el suelo y
la calefacción de la parroquia de la Inmaculada Concepción. Un delicioso
concierto de un cuarteto de cuerda, delante del altar mayor, completó con
acierto la ceremonia religiosa.
El resto
del día estuvo dedicado, sobre todo, a preparar el condumio, con la
suculenta base de unas migas pastoriles acompañadas de uvas negras, pequeñas
y dulces. Novedades para nosotras en estas migas. La primera, el añadido de
cebolla para hacerlas más suaves. Otra, la mezcla de aceite de oliva y grasa
de haber frito los torreznos, que se sirven aparte, y la adición del
pimentón en crudo, o sea, sin sofreír con los ajos. Y el desmigado del pan,
muy fino, casi molido. El resultado, unas migas riquísimas que algún
comensal las aderezaban con azúcar. Trabajadas a brazo partido –nunca mejor
dicho- por las mujeres de mediana edad, las que saben el secreto, ayudadas
por el sacerdote, que lo mismo bendecía la iglesia, que daba vueltas en las
grandes sartenes con la cucharrena. Migas pastoriles, de esas que comían los
trashumantes en sus bajadas a y subidas de extremo, a veces empapadas en
leche recién ordeñada.
Una gran
lumbre que se convertiría en ascuas, fue encendida delante de las antiguas
escuelas, para asar chorizo y tocino llegado de San Pedro Manrique, que
serían regados con vino de la vecina Rioja, donde tantos sampedranos y
yangüeses irían a vivir por los años sesenta.
Otra
actividad más del Otoño en Tierras Altas, que se completaría con el trabajo
del acebo, por la tarde, para hacer la digestión.
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