El pasado 10 de agosto, un año más, Romanillos de Medinaceli celebró la
Fiesta de los Oficios. En el Sur de la provincia, entre Yelo y Marazovel,
a unos cinco kilómetros de Baraona, se sitúa un pueblo precioso, con
entorno de arenisca rojiza, como la de Tiermes, con un yacimiento
arqueológico en las afuera, entre cuyas ruinas destaca lo que algunos
llaman “tumba del gigante”, un gran bloque de piedra inclinado sobre el
terreno, desprendido, con la forma de una sepultura excavada en el
centro.
Por el término discurre la Cañada Real Soriana Oriental, que atraviesa
el pueblo. Nos decía un vecino que ahora, cuando él cuenta eso a los
niños piensan que se trata de un cuento. Pero no, las calles de
Romanillos han visto discurrir, a lo largo de su historia, decenas de
miles de rebaños que se dirigían a los pastos del Sur. Alrededor de la
ermita estaba el descansadero, donde instalaban los rediles y los niños
trataban de acercarse a ese mundo para ellos desconocido. También una
calzada romana discurre por el término, quizá la de Medinaceli-Tiermes,
que pasa por Baraona, por lo que la fuente de las afueras, podría tener
origen romano. Un Vía Crucis pétreo, una ermita, la iglesia románica,
museo etnológico, en fin, forma parte del rico patrimonio de este pueblo
cuyo ayuntamiento está agregado al de Baraona.
Con sus escasos cuarenta habitantes que se multiplican en agosto, este
pueblo, todos a una, llevan años organizando la feria de los oficios
tradicionales. Por todas las plazas y las calles podía verse actividades
que hasta hace pocos años eran habituales, pero ya han desaparecido a la
vez que se marchaban los vecinos y se modernizaban las técnicas del día
a día.
Fiesta de Oficios, 2018
Click! sobre las fotos para ampliarlas
La fragua del pueblo se abría de nuevo y Miguel Paredes mostraba cómo se
domina el hierro. El último herrero se llamaba Gregorio.
Josefa Momblona Rello se afanaba amasando en la panadería.
Dos mujeres lavaban la ropa en el lavadero.
Cerca, unos hombres pisaban barro y paja para hacer adobes.
Otros hilaban, otras hacía sogas.
Unos niños garrochas.
Las niñas introducían las mechas en la cera para hacer velas.
En fin, una muestra completísima de trabajo pasados. Emiliano Garrido
enseñaba, en una cochera, los trabajos de la madera que salen de sus
manos a los 90 años.
Hicieron migas y rosquillos. Bailaron jotas y hubo toque de campanas.