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Los vendedores ambulantes, llamados
a veces buhoneros, especialmente en Galicia, han sido durante siglos un
grupo importante de personas que han facilitado el comercio en zonas
donde éste no existía de forma fija, prestando un servicio necesario, de
primer orden, en algunos lugares. Además de comerciar con productos,
otros ambulantes practicaban sus oficios allá donde llegaban. Por
ejemplo, en Noviercas nos recordaron que hasta los años sesenta era
frecuente que llegaran gitanos con sus carromatos. Se ganaban la vida
como estañadores, caldereros, y vendedores ambulantes. En invierno se
refugiaban en las cabañas de las eras llegando a producirse más de un
parto en ellas. En estos casos siempre había alguien del pueblo que les
atendía y llevaba comida caliente e incluso se ofrecían de madrinas para
los bautizos. Otro ejemplo es la mantequilla de la comarca soriana de El
Valle, que si bien era traída al mercado semanal de Soria por las
propias mujeres que la elaboraban, los vendedores ambulantes o
trajineros compraban parte de su producción para venderla por sus rutas.
José Tudela de la Orden, en uno de
sus trabajos, recordaba a estos vendedores, como los arrieros y
quincalleros, vendedores ambulantes por pueblos de Soria y de Logroño,
naturales de tierra de San Pedro Manrique y de Valdeprado. También
mencionaba a los hueveros y aceiteros, de Fuentestrún, Trébago..., que
permutaban por aceite y jabón, huevos, que recogían de los pueblos, y a
los que iban con sus dos o tres mulas y sus típicos aparejos. Uno de los
negocios más importantes que se producía en Soria era la venta del
congrio rancio o seco que portaban desde Calatayud y que era secado en
Muxía, La Coruña. El vino para la venta en las tabernas de los pueblos
que se gestionaban por adra, llegaba de Aragón y La Mancha
especialmente. Su venta y conducción estuvo siempre perfectamente
regulada. La fuente del Mediovino en Escobosa de Almazán, debe su nombre
(o eso dicen ellos) a la mala costumbre de los vinateros de Calatayud de
pararse en ella para aligerar de grados el vino.
Otra forma de comercio ambulante la
protagonizaban los traperos, que hemos podido ver hasta fechas
relativamente recientes. Hasta hace cuarenta o cincuenta años en las
casas no se tiraba nada, todo se aprovechaba. Los restos de comida y de
la limpieza de verduras y hortalizas de los huertos, iban a parar a los
animales domésticos. La ropa pasaba de hijos mayores a hijos pequeños,
incluso de padres y madres a hijos, adaptándola una u otra vez, cuando
ya parecía que no iban a servir para nada más, se utilizaban para
limpiar y, ya hecho jirones, llegaba el trapero para canjearlos por
baratijas.
Los mercados en las cabeceras de
comarca era una forma habitual de avituallamiento para la gente de los
pueblos pequeños. Famosos fueron el de Almarza y San Pedro Manrique, que
reviven cada año. Desde los pueblos cercanos, los aldeanos se acercaban,
ya fuera caminando ya con burros, a comprar y también a vender productos
sobrantes del huerto o de los animales.
Carmen Vicente, Isabel Benito Jiménez, Milagros Jiménez y José
Mari Carrascosa, todos de Sarnago, recordaron a los coleteros (la planta
de las coles), que pasaban por Sarnago hacia el mercado de San Pedro,
procedentes de Cigudosa, de Aguilar del Río Alhama y Valdeprado. De
paso, si las necesitaban, vendían en Sarnago y, a cambio, se llevaban
quesos. Eran muy buenos, aunque no todos, había que tener manos para
hacer buen queso y buena matanza, nos decían. También compraban
gorrines en Sarnago. De Aguilar, que fue tierra de San Pedro Manrique,
llegaban para vender manzanas. De Valdemadera las fideeras,
especialmente para bodas, que elaboraban los fideos en las propias casas
de quienes se los encargaban. El pescado, o fresco como lo llaman en
Soria, llegaba en la furgoneta de “El Motores” y de Mario del Rincón.
José Mari añade que había un personaje muy
curioso en San Pedro "El Cirilo", que recorría todos los pueblos de la
comarca con varios oficios: hacía fotos, fideos, afeitaba y cortaba el
pelo (todo a la vez).
Con la brusca despoblación en
principio, y la sangría que ha seguido hasta el día de hoy, la venta
ambulante, como todo, ha ido cambiando. Por un lado, los habitantes de
edad media que todavía resisten disponen de vehículos para trasladarse a
las grandes superficies. Esto, junto con la despoblación, ha propiciado
que la mayoría de comercios pequeños que resistían en los pueblos hayan
tenido que cerrar las puertas, dando al traste con la tienda cercana
donde podía adquirirse de todo, cualquier día y a cualquier hora. Por
otro lado, la mayoría de personas que habitan la multitud de pueblos de
esta provincia soriana tienen una edad avanzada, no maneja vehículos y
se niegan a marcharse.
Los comerciantes, especialmente
panaderos y pescaderos, decidieron, sin nadie que les organizara ni
mucho menos les subvencionara, dar esos servicios en los pueblos donde
todavía viven esas personas que no han querido abandonar sus casas, ni
sus tierras. Es normal verles por toda la provincia, llegan, tocan el
claxon, y las mujeres salen con sus bolsas de siempre para comprar lo
que vengan a venderles. Pascuala, de Morcuera, con su hijo, han
recorrido durante años la comarca de San Esteban de Gormaz con su tienda
ambulante. Otra tienda ambulante era la de “El Marroquí”, de San
Esteban. Los panaderos se reparten la provincia y es fácil ver las
furgonetas de El Burgo de Osma, de Almajano, de Almenar y otros muchos
pueblos, con las puertas abiertas de donde sale el olor a pan recién
hecho, a tortas de chicharrones, a sobadillos...
En Soria, Jesús Marín, carga su
furgoneta con pescado y se dirige varias veces a la semana a
Garray, Almarza y San Andrés, y por todo el Valle del Río Tera, un día,
y otro a Cuéllar, Ausejo, Los Villares, Narros, Suellacabras, Cirujales,
Almajano y Renieblas. Jesús conoce a fondo a su clientela, personas muy
mayores, a cuyas casas se dirige, pregunta qué necesitan, lo prepara y
vuelve para entregárselo y cobrarles, sin añadir ni un céntimo a la
compra. Asegura que seguirá yendo a los pueblos mientras una persona
necesite de sus servicios. Me cuenta que, en fechas de matanza del
cerdo, se ha tropezado con un matrimonio mayor que van a vender por los
pueblos las tripas limpias y el pimentón.
A la vez que acudían a domicilio con sus productos, si alguna
persona mayor le había hecho algún encargo se lo llevaban. De eso saben
mucho también los carteros rurales, siempre atentos a cualquier
necesidad de los mayores, como encargos de farmacia que ellos, de manera
altruista, le hacían.
Los vendedores ambulantes a día de hoy, conocen perfectamente
el problema de la despoblación. La venta ha bajado hasta el ochenta por
ciento. Desde aquí queremos hacer un homenaje a estos sufridos
comerciantes, panaderos, pescaderos y demás, que durante siglos vienen
recorriendo los caminos y veredas del mundo rural para satisfacer sus
necesidades.
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