Nuestro amigo y colaborador Miguel Hidalgo, nos ha enviado parte de una
revista donde se publica una curiosa tradición sanjuanera practicada por
las mozas de Berlanga de Duero. Realidad o ficción, el caso es que se
halla recogida en la Revista CRÓNICA por Luis G. de Linares (Luis
González de Linares, 1904-1997). Este autor comenzó su carrera en el
Semanario Estampa. Posteriormente trabajo en Crónica, Ahora, Mundo
gráfico y la revista Semana, de la fue director. La Revista Crónica se
publicó entre los años 1929-1938. En ella escribieron César González
Ruano, Enrique Díez Canedo y Elena Fortún, entre otros.
El artículo es así:
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Revista CRÓNICA. Año 1934. Por la España medieval
Las vírgenes desnudas de Berlanga de Duero
Berlanga de Duero, en la provincia de Soria, no es un pueblo
incomunicado, como La Baña. Sus habitantes no viven una existencia
medieval. Los autobuses atraviesan sus calles y
sus plazas. Hay escuelas, y médico, y cura.
Y,
además, unas mocitas que no se contentan con preguntarle a las cartas o
a los horóscopos de los abanicos si se casarán, si tendrán hijos, si el
marido permanecerá fiel. Las muchachas de
Berlanga, y casi todas las de la provincia de Soria, saben con muchos
años de anticipación quién va a ser su marido.
¿Cómo
se puede producir este milagro? ¿Son las estrellas las que escriben en
la pizarra del cielo el misterio de la vida futura? ¿O los sueños? ¿O
las hogueras mágicas que arden en la choza de la hechicera?
Nada
de eso. La magia amorosa de las sorianas es absolutamente distinta a la
de todas las demás. No tiene más que un defecto: que sólo es
practicable durante la noche de San Juan. En cambio, ofrece la ventaja,
si creemos en las afirmaciones de las muchachas que la utilizaron, de
ser absolutamente infalible.
¡Figúrense ustedes con qué ansia esperarán las muchachas de Berlanga la
noche de San Juan! Después de cenar se encierran en su cuarto y
comienzan a desnudarse. Una a una, van cayendo al suelo las prendas
campesinas: refajo, enaguas, larga camisa hasta
las rodillas, gruesas medias de algodón... Para que la magia opere de
manera satisfactoria no debe quedar ni un centímetro de tela sobre el
cuerpo de la moza. Cuando ésta se halla absolutamente desnuda, apaga
todas las luces de su habitación, enciende dos velas, que sostiene cada
una con una mano, y se coloca delante de un espejo, al que mira
fijamente.
Así permanece durante cinco minutos o dos horas.
De pronto, la muchacha deja escapar un grito de angustia y de
vergüenza. En ese espejo ha pasado, como una leve sombra, un mozo que
ella conoce. Ha visto cómo volvía hacia ella sus
ojos brillantes de deseo. Al grito de la moza acuden sus hermanas, su
madre.
–
¿Lo has visto?
– Sí
-murmura la muchacha- ¡Dios mío, qué vergüenza¿ ¿Me habrá visto él a mí?
– El
está en la taberna o en su casa -explica la madre- Es su sombra nada
más. Durante la noche de San Juan, hija mía, han ocurrido siempre estos
milagros.
– ¿Y
me casaré con él?
– Te
casarás. Cuando en el campanario de la iglesia anuncien las campanas de
media noche, la sombra del mozo volverá a meterse en su cuerpo y le
contará que ha visto una hermosa virgen desnuda madura para el amor. Te
cortejará, acudirá a tu reja, y este verano, después de las faenas del
campo, se casará contigo.
¿Magia amorosa? ¿Sugestión? Las mujeres de Berlanga de Duero
aseguran que se casaron, sin excepción, con el hombre que vieron en el
espejo la noche de San Juan. Sólo a una vieja solterona y escéptica le
he oído decir:
–
Las mozas, sobrecogidas y enervadas por su
desnudez, acaban por ver, puesto que así se lo han propuesto, la imagen
de un mozo entre las luces temblorosas de las velas. Y ese mozo,
naturalmente, suele ser el que ha despertado en ellas las primeras
emociones del deseo. ¿Qué tiene de extraño que terminen casándose con
él?