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Oncala, 16 de junio,
algo más de las diez de la mañana. Un oncalés divisa en el monte el
rebaño de algo más de mil merinas, propiedad de los hermanos Pérez, de
Navavellida. Es el ojo trashumante, porque los del resto de los mortales
no lo distinguen a esa distancia.
Por el micrófono, el
mantenedor de la jornada avisa de que en quince minutos entrarán
bordeando el Barrio de arriba. Avisa también para que fijemos la vista
en una mujer con una criatura en brazos, simboliza a la esposa que
acudía con el niño nacido mientras en marido pasaba el invierno en
extremo, para recibirle.
El rebaño con sus
pastores y todo aquel que ha querido compartir las jornadas de la
Trashumancia, pasó el jueves por Soria, como antaño, pernoctó en Garray
y continuó hasta Oncala. Desde hace unos años es una fiesta que los
trashumantes y sus descendientes de Tierras Altas preparan para que
participemos de algo que, durante siglos, fue la principal actividad de
esas tierras. Una actividad que convirtió a generaciones de sorianos en
nobles (que no rudos como les llamó Machado) caminantes. Gentes
acostumbradas a compartir, a dar más de lo que reciben, porque tanto
tiempo fuera de casa, propiciaba relaciones indelebles con los
propietarios de las fincas, con los cortijeros, con los encargados, con
otros profesionales que también hacían del nomadismo su modo de vida.
Martín Las Heras,
alcalde de Oncala; Segundo Revilla, alcalde de Las Aldehuelas; Fidel
Fernández; la Mancomunidad de Tierras Altas y sus responsables, y todos
los oncaleses, trashumantes o descendientes, iban de acá para allá
tratando de que todo saliera a la perfección, y así fue.
¡Qué pueblo tan
bonito!, escuché exclamar a una niña de cuatro años. Ciertamente Oncala
es así, limpias sus calles, cuidadas sus casas, adecuado el espacio que
un día fueran huertas para recreo de mayores y niños. Tal vez algunos de
nuestros lectores piensen que un lugar –o muchos lugares- de Soria, de
donde sus habitantes debían marchar cada año en busca de pastos, no
puede vestirse de vegetación, no es así, todas las Tierras Altas se
muestran exultantes durante los meses de mayo y junio. Se marchaban, sí,
porque por extenso que sea un término, no aporta el pasto suficiente
para mantener miles y miles de cabezas de merinas. Merinas que tornan en
verano y fertilizan allá por donde pasan, dejando la tierra abonada para
el año siguiente.
El colofón de los
tres días de recreación de la Trashumancia fue el domingo, 16. Todos los
que acudimos pudimos ver entrar, con la Iglesia de San Millán al fondo,
esa que alberga los tapices pintados por Rubens, un inmenso rebaño que
fue dirigido al frontón para después efectuar el conteo. Luego había que
esquilar y hacer los vellones. Este año además han mostrado cómo se
trataba la lana, y las mujeres de Almudévar (Huesca), han acudido a la
llamada de la antaño importante lana para mostrarlo.
Esquiladores de
ciudades relacionadas con la Trashumancia, acudieron a la llamada del
concurso, que fue ganado por Francisco Vígara, extremeño; Javier
Solanas, de Binaced (Huesca); y César Luis Clavijo, de Lardero (La
Rioja), pero oriundo de Matasejún.
Hubo migas,
recortables para los niños, puestos de productos sorianos y artesanía
popular; enseñaron cómo se hace una caldereta merina. Los dos museos de
Oncala permanecieron abiertos durante todo el día. El de abajo, dedicado
al mundo pastoril, muestra, a través de paneles, reproducciones, y
ajuares, el mundo que ese día disfrutamos en vivo. El de arriba, como
hemos dicho, enseña los tapices que una infanta de España, gobernadora
de los Países Bajos, encargó a Rubens para un convento y acabaron en
Oncala por mor de uno de esos mecenas –en este caso hombre de Iglesia-
que existieron en los pueblos.
Y muchas personas
acompañaron a los oncaleses, José María Carrascosa, de Sarnago, a quien
le es imposible dejar de acudir a cualquier actividad de Tierras Altas;
Enrique Borobio, pendiente de todo aquello que tenga relación con la
Etnología y la Etnografía, a punto de mostrar a todo el que lo desee el
Museo del Traje, en Morón de Almazán; Juana García, de Vizmanos, que
lleva la Trashumancia en la sangre, y su marido. En fin, cientos de
personas, fascinadas por ese mundo ya mítico y, sin embargo, tan
reciente.
Hemos dicho ya que
los trashumantes dan más que reciben. Sobre las siete de la tarde, los
descendientes de ellos homenajearon a los más ancianos entregándoles
unas preciosas placas de madera. Las autoras de “La vida entre veredas”
también recibieron tal honor, perfumado con flores. El colofón de la
fiesta fue la actuación del grupo Hexacorde y la vocalista Vanesa Muela,
preciosa voz, que interpretaron canciones populares.
Estamos seguras que
los organizadores habrán dormido muy bien la noche del sábado. Primero
por la satisfacción del trabajo bien hecho, y después por el
agotamiento. Felicidades trashumantes y descendientes.
©
soria-goig.com
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