Ya estamos a
treinta
del abril cumplido;
alegraos damas
que el mayo ha venido.
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Ha
venido mayo,
bienvenido sea,
para que galanes
cumplan con doncellas. |
Todos
los pueblos han sentido a lo largo de su dilatada historia gran admiración
por el renacer cíclico del mundo vegetal, así como por el final del
invierno y el comienzo del verano, del buen tiempo, de cuando fructifican
la mayoría de las plantas. Y dentro de esa mentalidad popular mayo es
concebido como el mes del esplendor de la vegetación, el mes de las
fiestas y el mes amoroso por excelencia.
Que por mayor era,
por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor.
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Cuando
canta la calandria
y responde el ruiseñor
cuando los enamorados
salen en busca de amor. |
Ocurre
que los tres elementos citados: vegetación, amor y fiestas se juntan y se
confunden y los vegetales pasan a se símbolos amorosos y los amores se
trasmutan en símbolos del esplendor vegetal, en múltiples fiestas de
aire apacible. De aquí que este mes haya producido abundancia de motivos
poéticos:
Entra mayo y sale
abril
tan garrídico le ví venir.
Entra mayo con sus flores
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sale
abril con sus amores,
y los dulces amadores
comienzan a bien servir. |
Cabe
pensar, no obstante, como toda esta suerte de representaciones folklóricas
con que se festeja tan importante efemérides anual, fueron de
consiguiente no meros simbolismos o dramas alegóricos y bucólicos
destinados a divertir a instruir a una audiencia rústica; sino conjuros
aplicados al objeto de que brotase el verdor en los bosques, la hierba
renaciese, los cereales germinasen y salieran y las flores apareciesen.
El
ciclo de mayo
Las
numerosas manifestaciones aludidas se entroncan en el denominado ciclo de
mayo, espacio de tiempo comprendido entre mediados de abril y de mayo,
aunque algunos folkloristas son partidarios de prolongarlo hasta el 24 de
junio, festividad de San Juan (solsticio de verano), quedando de esta
forma inmersos en el mismo proceso una serie de ritos y ceremonias
encaminadas a conseguir la abundancia de cosechas, a celebrar el final del
invierno o a festejar la recolección de los primeros frutos.
A la hora de indagar en su posible origen surgen opiniones para todos los
gustos. La mayoría vincula su celebración con las teorías mágicas y
animistas ubicándola en la Prehistoria: en el Paleolítico -los menos-, o
en el Neolítico -los más. Otros son partidarios de una procedencia clásica,
del mundo greco-romano: en particular de los cultos dedicados a Deméter,
ceres (19 de abril), Pales (21), Robigo (25), Flora (del 28 al 3 de mayo),
Maia (1º de mayo), etc. Tampoco faltan quienes lo asocian con la
religiosidad de los pueblos celtas.
Lo cierto es que el carácter trascendental de tales rituales, que siempre
acusan algo de orgiástico, por lo que implican de celebración de la
llegada de la primavera, el rejuvenecimiento de los campos, el
renacimiento de la vegetación y en la incitación tácita o ambiental a
la fertilidad humana, ha propiciado su implantación universal al par que
su supervivencia a lo largo de los tiempos.
Replantar
el "mayo" y la gran prueba
El día
último de abril o primeros de mayo, es costumbre festiva en muchos países
europeos colocar en las plazas de sus pueblos o ante las iglesias, un gran
árbol denominado "mayo", al que se adorna lo mejor que se
puede.
En nuestra región castellano-leonesa corresponde a los mozos del lugar, y
concretamente a los quintos, oficiar esta "reimplantación
ritual" del árbol. Ellos son quienes, en reuniones secretas,
deliberan y sentencian el mejor ejemplar (ya que cuanto más alto sea el
"mayo" más bizarría y valentía tienen los mozos del pueblo),
siendo igualmente quienes desde el monte deberán trasladarlo a su nueva
ubicación.
Pero pingar el palo larguero se las trae. Los jóvenes se las ingenian
como buenamente pueden, utilizando en el proceso: maromas y horquillas o
escaleras, además de la suma de todos los brazos; afanándose por
conseguir la verticalidad del "mayo", encajando su base dentro
de un hoyo previamente realizado en el suelo y fijándolo en su
estabilidad mediante cuñas de madera. Tan compleja ingenieria requiere,
en los másde los casos, la demanda de refuerzos, lo que desata la ironía
de las mozas:
Vítores
a Mayo que te empinaron, pero fue con ayuda de los casados.
Las
teorías de culto animista dan en considerar al árbol como ser animado,
teniéndolo por casa de espíritus de la vegetación y de la fecundidad.
Cuando el hombre, durante el Paleolítico, es nómada tras las especies de
caza, permanece en contacto directo con los bosques y con sus espíritus;
mas, al hacerse sedentario (en el Neolítico), rodea sus poblados para
defenderse, de potentes murallas, estableciendo una separación física
entre su hábitat y sus bosques, entre su morada y la de sus numerosos
protectores. Por ello, al ser los árboles morada de espíritus, con la
llegada de la primavera, acudía al bosque y cortaba el árbol o rama
donde se asentaba la divinidad, trayéndolo hasta el poblado para
plantarlo en su centro en la confianza sentida de que con la casa viene su
morador a habitar nuevamente entre ellos, propiciando la prosperidad de
las cosechas, la multiplicación de los rebaños y la bendición de las
mujeres con hijos.
Asimismo, en muchos lugares de la región el árbol, una vez traido del
monte es descortezado y untado de jabón o manteca para complicárselo aún
más a los escaladores que pretendan encaramarse hasta su respetada picota
con el claro fin de obtener los variopintos obsequios, allí colgados como
desafío. Los mozos tendrán, pues, que demostrar su destreza trepando el
"mayo" arriba al objeto de alcanzar tan ansiado objetivo, en un
gesto de hombría que, en un planteamiento tribal, pudiera ser considerado
como un ritual de iniciación o pasaje por el que el joven adolescente
superador de tan di´ficil prueba merecería el privilegio de ser incluido
entre los adultos. Las féminas lo saben y gozosas lo celebran en sus
cantos:
Mozo ya
llegaste arriba, descansa un poco y sereno que a las roscas de estas mozas ya les puedes dar un muerdo.
Del
mismo modo, a pesar de que la mayoría de las prácticas de la superstición
popular parecen haber perdido su tradición; no obstante, encontramos aún
vestigios de ellas como reafirmando ciertas teorías de que mantenían
grandes relaciones con el culto a los poderes generadores que ha
predonimado generalmente en todos los pueblos...
Muestras
de la región y de Soria
La
tala y posterior colocación del "mayo" es tradición de fuerte
arraigo en nuestra región. Quizá la sencillez del ceremonial (no exenta
de múltiples variantes comarcales) ha contribuido de manera especial en
su perdurabilidad y actualmente podemos comprobar la existencia de
"mayos" en muchos de los pueblos de Castilla y León; sobre todo
en los próximos a las zonas boscosas y en aquellos donde la emigración
no ha devastado a la juventud, verdadero artífice del ritual.
Así, entre los muchos posibles, se rastrean testimonios de cierta
influencia gallega -por colgar un pelele en lo alto- en la Maragatería y
pueblos de la montaña leonesa, al igual que en la Alta Sanabria zamorana.
Por Salamanca se localiza especialmente en la comarca de La Armuña. De
Valladolid destaca el "mayo" de Iscar y los "mayos"
palentinos se encuentran arraigados en la sierra limítrofe a León y en
la ruta de los pantanos. En Burgos perseveran por la Ribera del Dueroy por
tierras de Segovia prosiguen el rito pueblos como Fuentepelayo, Calabazas,
Fresneda y Mata de Cuéllar.
Nuestra provincia de Soria también ha pingado los "mayos" por
muchas de sus poblaciones. Destacamos entre todas ellas las comprendidas
en la comarca de Pinares. Salduero lo levantaba el día 3, para no
retirarlo hasta septiembre; y en Duruelo y Covaleda la costumbre ha
declinado en los últimos años, bien que los respectivos Ayuntamientos
siguen donando "mayos" a beneficio de los jóvenes. Es de reseñar
con satisfacción como San Leonardo de Yagüe ha revivido esta tradición
emplazando su izada en el primer día de mayo, fijándolo frente a la
iglesia parroquial. Igualmente en Deza, rayana con Aragón, los quintos
cortaban el "mayo" la noche del día 2, alzándolo frente a la
ermita de San Roque y danzando en derredor.
Mayos
extraprimaverales
Mencion
aparte merecen, desde nuestro punto de vista la pingada de los
"mayos" en Vinuesa y San Pedro Manrique. En el primero de los
casos dicha pingada, el 14 de agosto, es pórtico obligado a la fiesta
grande de "La Pinochada".
Son dos largos y desnudos esqueletos de pino únicamente verdecidos en la
copa, donde se ata una pequeña bandera, los que se plantan en tal fecha.
el primero se ubica en la Plaza Mayor, presidiendo el escenario
rectangular donde se desarrollará la danza ritual de las cofradías de la
Virgen y San Roque. Corresponde al llamado Mayordomo de Propios su corta y
posterior traslado hasta aquí. El otro "mayo" es pingado frente
a la ermita de ls Soledad y su selección es competencia del Capitán de
la Cofradía de Nuestra Señora.
Otro tipo de "mayo", que queda, asimismo, fuera del contexto
primaveral es el de la población serrana de San Pedro Manrique, que
podemos considerar como un "mayo" de San Juan y cuya tradición
aquí se superpone con el ciclo solsticial y la leyenda medieval. En tal
ocasión se trata del alargado tronco de un chopo, cortado y traido
arrastras desde una de las arboledas comunales. Los varones sampedranos le
darán nueva verticalidad en la plaza del Ayuntamiento.
Remembranzas
de "mayas" y enramadas
Mas,
en San Pedro Manrique acontecen otras cosas que nos vienen al caso. Sucede
que, el día 3 de mayo, a la salida de misa, mediante sorteo entre las jóvenes
solteras de 18 a 27 años nacidas en la villa, se procede a la nominación
de las tres "Móndidas". Y ello parece enlazar con una tradición
muy extendida en España, y a menudo puesta bajo la advocación de
"la Cruz de mayo", consistente en la elección entre las más
hermosas de la "maya" o "mayas", que son tenidas por
madre-tierra y a quienes celebran con el nombre de Buena Diosa. Aderézanlas
con ricos vestidos y tocados, corónanlas de flores y con piezas de oro y
plata y trátanlas como a reinas y señoras, poniéndoles ornamentos de
tales y detros en las manos, por que tienen el poder de la diosa Juno.
Cabe (por el momento de su elección, por su atavío festivo, porque
marcan el atrio de sus casas con "mayos" plantados, y porque el
significado de la propia palabra "móndida" como
"virgen" o "pura"), pues, asociar a estas
protagonistas de la sanjuanada sampedrana con los "mayos" o
"mayas" antropomorfizados, que en nuestra provincia no parecían
tener otra expresión que las niñas que por tales fechas, realizan su
primera comunión, vistiendo de blanco y engalanándose con guirnaldas de
flores.
Aún hay más. Como en Vinuesa, en San Pedro Manrique, junto al
"mayo" totémico se propicia el encuentro, el canto y la danza
de las parejas, lo que hace decir a Julio Caro Baroja: "El carácter
escandaloso que tuvieron tales danzas y cantos de las mayas llegó a tales
extremos que las autoridades eclesiásticas se vieron precisadas en alguna
ocasión a tomar medidas severas. Pero no surtieron efecto, como tampoco
lo surtieron otras enderezadas a reprimir la costumbre de celebrar los
matrimonios simbólicos entre los mayos y las mayas".
Otras muchas cosas podríamos comentar al respecto del "mayo",
motor de la celebración de fiestas, ritos y festejos. Anotemos como don
la exhuberancia vegetal de mayo se prodigaban asimismo en nuestros pueblos
las enramadas. Aprovechando la noche los mozos colocaban una rama verde en
el balcón o ventana de su preferida, y entre las que no faltaban los
frutos y las golosinas. Esta extendida costumbre se originó probablemente
de la creencia del poder fertilizador del espíritu del árbol.
El sincretismo de la religión cristiana traspolaría muchos de estos a su
doctrina tal como ocurre con la colocación de los ramos en las casas el
Domingo de Ramos, la bendición de los campos o plasmándolo en
festividades como la Cruz de Mayo, San Isidro, etc., u organizando
procesiones a ermitas próximas a algún monte, sin olvidar que mayo es
considerado por dicha religión como el mes de María, personificando en
la Virgen el espírrituque propicia el renacer de las flores.
Por todo lo tratado es fácil comprobar como la costumbre de los
"mayos" en sus múltiples variaciones constatan la frescura de
un ritual colectivo y de participación activa que comporta el reencuentro
del hombre con la naturaleza.
El símbolo del árbol, en cuanto inhiesto y levantado sobre la
horizontalidad, supone la gran expresión de esta actividad imaginaria,
otrora vinculada a los ritos de regeneración de la vegetación y renovación
del año. Pero resulta complicado para nuestra mentalidad moderna
vislumbrar su sentido profundo o su razón de ser, aunque algunos etnólogos
y simbólogos lo asocian con la dominante postural del hombre (su postura
erecta), ya que junto con la dominante nutritiva (la ingestión) y la
dominante sexual (el ritmo), constituyen los gestos primordiales en su
intercambio con el entorno, encarnándose en los grandes esquemas y
arquetipos. el hombre primitivo ante la experiencia primaria del cambio y
del tiempo como cambio, tendría una lógica reacción de miedo y
angustia. Ahora bien, tal experiencia primordial podría asumirla
reactivamente, oponiéndose a su carga depresiva y transfigurándola en un
sentido de victoria y superación de la caducidad mortal. Acaso así
encuentre justificación esta reivindicación de la verticalidad, cuya
aclaración precisa, en última instancia, se pierde por los vericuetos
del inconsciente colectivo.
Júntense, pues, por mayo, todos los mozos de todos los pueblos, como ha
venido siendo tradición inveterada, para reconciliarnos una vez más el
espíritu de la vegetación acercándola al epicentro de la comunidad.
Porque el "mayo", árbol verde rezumante de savia, trae al
pueblo la nueva vida, para nosotros tan necesaria.
©
José María Martínez Laseca
(artículo
publicado en el número 0 de Revista de Soria)
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