La
inexplicable y absurda prohibición, de una tradición popular y
divertida.
Los
carnavales, eran unas fiestas, que estaban muy arraigadas en la España de
la posguerra. Estas fiestas, a las que se les atribuyen procedencias de
ritos paganos, tienen sus raíces, en tradiciones y ritos de culturas
anteriores a la edad media, que fue cuando se consumo la celebración de
estas populares fiestas. Si buscamos antecedentes en los orígenes de las
celebraciones carnavalescas, nos encontramos con tradiciones paganas como:
en la época de los Egipcios, los ceremoniales en honor al buey Apis o a
Isis ; los griegos por su parte, celebraban las bacanales, en honor al
dios Baco ; los romanos, tenían las lupercales, en honor al dios del Pan
y las saturnales, en honor de Saturno, también los celtas, tenían sus
fiestas y rituales en torno al muérdago. Pero cuando la fiesta de
carnaval se consolida bajo unas normas establecidas y adquiere mayor
popularidad, fue durante la edad media. Conforme se iba acentuando la
dureza cuaresmal, se acrecentaba mas la pasión por el carnaval, y fue en
esta época, cuando alcanzó su máximo esplendor en Venecia.
Desplacémonos en el
tiempo, a la época en que se celebran los carnavales. Los carnavales, al
igual que la Semana Santa, no tienen una fecha fija en el calendario y su
celebración, esta directamente relacionada, con la evolución de la luna,
por lo que cada año se celebra en una fecha diferente. Tampoco se celebra
en las mismas fechas en todos los países occidentales, pues en algunos
lugares de Alemania, empieza el día 11 del mes 11 a las 11 horas y 11
minutos de la tarde, en Austria, empiezan con la epifanía, es decir, el
día 6 de enero, pero en España, que es donde vamos a situar nuestro
relato, estas fiestas, empiezan a anunciarse a principios de febrero, con
el jueves de compadres, que es el jueves anterior al jueves de comadres, a
este, le precede el jueves Lardero.
El jueves
Lardero, tenia una arraigada
tradición en Brias, lugar en el que situamos nuestra fiesta carnavalesca,
y este día, según la tradición, las abuelas invitaban a merendar a los
nietos, por eso, este día se merendaba dos veces, una en casa de cada
abuela. La merienda típica de esta fecha, estaba basada en el adobo, lomo
y chorizo principalmente. El primer domingo tras el jueves graso, o Jueves
Lardero, es el domingo de quincuagésima, día de comienzo del carnaval,
que se prolongara, durante los tres días de las carnestolendas, o de
carnaval. Recordemos, que la palabra carnaval , tiene su origen en la
palabra del latino medieval: "carnelevarium" que significa:
quitar la carne, aludiendo a esta prohibición religiosa de comer carne
durante la cuaresma. Tras el carnaval, llega el miércoles de ceniza, otra
fecha con una arraigada tradición en la villa de Brias.
El miércoles de
ceniza, eran muchos los vecinos,
que sin ser día festivo, acudían a misa para recibir la ceniza
purificadora. Este día, en la iglesia se bendecía la ceniza, ceniza que
procedería según la tradición, de la quema de los ramos, del día de
domingo de ramos del año anterior. Durante la celebración de la misa, el
sacerdote, marcaba una cruz con ceniza, sobre la frente de los fieles,
como señal de purificación del cuerpo, a la vez que pronunciaba en
latín la frase de "recuerda que polvo eres y en polvo te has de
convertir". El miércoles de ceniza, marcaba el primer día de la
cuaresma, que se prolongara durante cuarenta y seis días, hasta la pascua
de resurrección, día en que se da por finalizada la cuaresma.
La cuaresma,
era tiempo de ayuno y de abstinencia, algo que en estos tiempos era
respetado por un buen numero de amas de casa, que eran las que se
encargaban de hacer cumplir la costumbre y la imposición religiosa, a
toda la familia. La costumbre mandaba guardar ayuno dos días en toda la
cuaresma, el miércoles de ceniza y el viernes Santo y guardar vigilia
todos los viernes de la cuaresma. La vigilia, consistía en no comer
carne, ni derivados de la carne, como la manteca de cerdo etc., en estos
días de restricciones culinarias, uno de los platos mas típicos que se
consumian en esta etapa, eran los garbanzos de vigilia, también se
consumía el escabeche de verdel, o chicharro y los huevos rellenos. Pero
la cuaresma, también era tiempo de meditación y de oraciones, por eso,
todos los viernes a eso de las 5 de la tarde, acudían a la iglesia los
mas devotos, o devotas, es la hora en que se celebraba el vía crucis.
También durante la cuaresma, se celebraban unas jornadas espirituales de
oración y de meditación, para tal efecto, acudían al pueblo varios
sacerdotes de las localidades cercanas, y en estos días, se confesaba y
daba la comunión, a casi todos los vecinos del lugar, salvo raras
excepciones, de vecinos que quedarían muy mal vistos ante los ojos de las
autoridades políticas y religiosas.
Después de hacer
una breve cronología de lo que son y han sido las fiestas del carnaval ,
volvemos a los carnavales en
Brias, y nos situamos en los
primeros años de la década de los sesenta. Como cada año al llegar el
jueves lardero, los chavales del lugar , suben al desván y rebuscando en
el arca y en los baúles, tratan de localizar esos viejos harapos, con los
que intentar disfrazarse durante los días del carnaval. Las chicas,
intentan localizar algunas enaguas o esas viejas sayas, mejor si son de la
abuela, y los chavales por su parte, se sienten afortunados, los que
encuentran una vieja zamarra con piel de oveja, es la prenda mas cotizada
en estos días, pero pocos son los que podrán lucirla en carnaval,
también tratan de encontrar algún gorro de lana, o un pasamontañas,
tras el que ocultar el rostro para camuflar su identidad. Con todos los
trapos encontrados, se intenta confeccionar un disfraz que llame la
atención, y que a la vez, oculte su identidad personal, también se
confeccionaran, las caretas de cartón para ocultar su rostro. Durante
estos tres días que faltan para el domingo de carnaval, se trabajara,
pintando y decorando las caretas y las mascaras, con los escasos recursos
de los que disponen los jóvenes. En este trabajo, los jóvenes ponen toda
su ilusión, pues por algo estas tradiciones, son las mas esperadas del
largo y frío invierno de esta tierra. Pero además de las ropas, hay
otros artilugios para colgar en su cuerpo, artilugios que constituyen
elementos mas significativos de los disfraces de carnaval. Se trata de los
correajes, llenos de campanillas y de cencerros. Unos correajes, que los
chavales llevaran a la cintura o colgados en bandolera sobre sus hombros.
Hay algunos correajes, que son de gran espectacularidad, están decorados,
con grapas y chinchetas de cobre, y con cencerros o esquilas de diferentes
tamaños y campanillas de variados sonidos. Existe luego otra competición
o rivalidad entre los chavales, para ver, quien es el que lleva el truco o
el zumbo (cencerro de gran tamaño) mas grande, o por ver, cual es el que
suena mas y mejor, aunque las verdaderas competiciones por los sonidos mas
altos y mas prolongados, son las que se hacen con los cuernos, a los que
se hace sonar a fuerza de pulmón y con una buena dosis de destreza y
habilidad en los labios. Todos se esmeran en acondicionar y reparar todos
y cada una de estos elementos, artilugios que utilizaran para divertirse a
lo grande durante tres noches consecutivas, sin ningún tipo de
gamberrismo ni descontrol, serán tres días de sana diversión y
alegría. En estos días, también se practican las bromas y los sustos,
bromas de buen gusto, que son aceptadas por todos los vecinos del lugar,
tanto por los jóvenes, como por los mas mayores. En ocasiones, las
mascaras con las que se trata de asustar, son casi naturales. Nos estamos
refiriendo, a un tipo de mascara que se formaba sobre la cara, se
obtenía, con la fricción de los conocidos mixtos (compuesto a base de
fósforo adherido a un cartón, que al roce con una superficie mas basta,
se le hacia estallar petardeando). El proceso de elaboración de estas
mascaras, era el siguiente: se humedecían los mixtos, y friccionando
repetidas veces sobre la cara, se lograba dejar una fina película de
fósforo sobre el rostro, esto producía un efecto fosforescente en la
cara, que deslumbrante, resaltaba en la oscuridad en forma de calavera, lo
que provocaba un susto impactante en la victima a la que se trataba de
asustar, y que era seguido, con las risas de los asustadores y de las
sorprendidas victimas.
Si quisiéramos
dibujar, el perfil del perfecto disfraz
de carnaval en Brias en los
años 60, el resultado seria el siguiente: un joven, entre los catorce y
los dieciséis años, que va calzado con unas abarcas de color negro y que
protege sus pies, con unos gruesos calcetines de lana de color blanco, el
pantalón, es de gruesa pana de color marrón, sobre el, lleva unos
zagones ( calzones ) de cuero ennegrecido, que van sujetos a la cintura y
atados a las piernas a la altura de la rodilla. El jersey que abriga su
pecho, es de lana de color marrón, con franjas negras, sobre el que se
enfunda la zamarra de color blanco, una zamarra, con la lana de oveja
vuelta hacia el exterior y las mangas recortadas. La zamarra, va abrochada
por la parte delantera, con unas presillas de madera, que se sujetan con
unos finos cordeles de cuero, que van cosidos a ambos lados de esta
tradicional prenda, tan típica entre los pastores de la tierra. La
cabeza, la lleva semioculta por un vistoso gorro, también de lana, con
franjas trasversales, y una enorme bola en el extremo superior, el peso de
la bola, es el que le obliga a inclinarse sobre uno de los costados, el
gorro, trata de deslizarse hasta alcanzar las orejas, ocultándolas del
riguroso frío y protegiéndolas de los fastidiosos sabañones. En torno a
las rodillas y rodeando los puños, lleva unas pulseras de cuero llenas de
cascabeles de color plateado, de la cintura, cuelgan dos enormes trucos, a
los que hace balancearse y sonar, golpeados por el impulso de las piernas
al saltar, y sobre ambos hombros, colgados en bandolera, lleva dos
elegantes y decorados correajes, llenos de campanillas doradas el uno, y
de sonoros cencerros y ennegrecidas esquilas el otro. Colgando del cuello
con un fino cordel de cuero, va el cuerno hueco de un enorme buey, sobre
el que se pueden ver algunas inscripciones, talladas a fuego las mas
gruesas y labradas a punta de navaja las mas finas, en los grabados, se
puede leer una fecha y un nombre, el retorcido cuerno con tonalidades
grises y negras, se balancea de uno a otro lado de los correajes y
descansa golpeando sobre el pecho del chaval. La cara, la lleva oculta
tras una colorida y pinto rojeada careta de cartón, de la que cuelga una
basta melena que hace de barba, y un largo bigote con aspecto de
Fumanchú. Pero no solo son los chicos los que se disfrazan, las chavalas
también tienen su sitio en la diversión, aunque en la sociedad machista
de estos tiempos, uno de sus papeles principales en la fiesta, es el de
ser el blanco de muchas de las bromas de los chavales, pero aparte de
esto, la originalidad y lo variopinto de sus disfraces, aportan colorido y
alegría a la fiesta.
Solo retrocediendo
unos años atrás, nos encontramos con el personaje mas tradicional de los
carnavales de Brias, se trata de los Vaquillones.
El vestido del
Vaquillon, era el siguiente: en
los pies, las abarcas y unos gruesos calcetines de lana blanca, que se
montan sobre el pantalón de pana, por encima del pantalón, llevaban unos
calzones marianos blancos, muy utilizados por aquellos tiempos, de los que
llegaban hasta los tobillos, por encima de los marianos y cubriendo los
calcetines, llevaban las polainas de piel de cabra, cubriendo la chaqueta,
llevaban un largo blusón blanco, que colgaba por encima de la cintura, y
sobre la cabeza, un caperuchón puntiagudo, también de color blanco, que
cuando no llevaban careta, les serbia para ocultar el rostro, en la
cintura y a la espalda, llevaban los cencerros, igual que el personaje que
hemos descrito anteriormente. Estos personajes, que eran siempre dos,
sujetaban en sus manos unos enormes cuernos de buey, los dos cuernos,
están unidos por la base, base que se cubría con un pedazo de piel, o
con unas largas melenas de pelos de mula. Los cuernos, eran los elementos
mas destacados de estos dos personajes tan característicos.
Una vez analizados
los argumentos de nuestra historia y definido el perfil de nuestros
personajes, nos vamos a trasladar, al escenario en el que se van a
representar los actos mas
importantes de nuestro carnaval.
Son
las siete de la tarde, es domingo de carnaval y el sol ya hace mas de una
hora que desapareció por el horizonte, la oscuridad de la noche, se deja
sentir en la plaza y apenas si se puede distinguir la silueta de la torre
de la iglesia, sobre la poca claridad que queda en el cielo de poniente.
La plaza esta vacía, el intenso frío de la tarde noche, ha recogido a
todos los vecinos en sus casas, entorno al calor del fuego del hogar. En
la plaza, el atenazador frío, hace que los chavales se lleven las manos a
la boca, y con el calor de su aliento, tratan de calentar los doloridos
dedos que les arrecian de frío. Pero en un momento, la plaza empieza a
llenarse de jóvenes y menos jóvenes, que esperan la salida de los
Vaquillones. Cuando hacen su aparición en la plaza los dos Vaquillones,
se produce una estampida entre los chavales, que tratan de esquivar el
encuentro con esos dos enormes cuernos, los que portan los dos personajes
en sus manos. Pero si temerosos e intranquilos se muestran los mas
jóvenes, mas inquietas parecen estar las mujeres, que son sus victimas
favoritas, y muy especialmente las mozas, a las que no dudaban en correr
por cualquier callejón de la plaza hasta darles alcance, cobijada la moza
sobre la pared, el Vaquillon, con la punta del cuerno trata de remangarle
las faldas, dejándole las enaguas al descubierto, lo que provoca el
sonrojo de la moza, ante las risas de los presentes . Los Vaquillones, que
son los primeros en hacer su aparición en la tarde de carnaval, recorren
las calles del pueblo una y otra vez, tratando de alcanzar a alguien con
la punta de sus dos enormes cuerno, son los personajes que mas diversión
ponen en la calle. Después de un buen rato de carreras, de gritos y de
risas, les pasan el testigo a los demás carnavaleros. Es el momento
elegido por los chavales para abandonar la plaza, y marchar a sus casas
para enfundarse su disfraz y ocultarse tras sus mascaras de carnaval. El
punto de encuentro, es la plaza, poco a poco, se empiezan a sentir los
sonidos de los cencerros, y los carnavaleros, van apareciendo por todas
las calles que llegan a la plaza mayor. En unos momentos, la plaza que
había quedado semivacía y silenciosa, se vuelve a llenar de sonido y
alegría, y empiezan de nuevo las carreras, la fiesta esta servida. Los
grupos de chavales, con el estruendoso sonido que les acompaña, parten
por la calleja, corriendo, saltando, bailando y cantando, van recorriendo
todas y cada una de las calles del pueblo, semiocultos por la oscuridad de
la noche, oscuridad, que solo es alterada por la escasa luz que da la
bombilla que se alza sobre la esquina, y que apenas si alcanza a iluminar
unos pocos metros y dejarnos ver el embarrado suelo de mes de febrero. Sin
que parezcan percatarse del intenso frío que acecha de tras de cada
esquina, los jóvenes del pueblo, recorren una tras otra todas las
esquinas y rincones del lugar. Unos, corretean agarrados de la mano y
marchando de uno a otro lado de la calle, otros, se ocultan tras la
oscuridad de una esquina, para asustar con su careta recién estrenada al
primero que aparezca por la calle, los menos, se afanan en hacer sonar su
cuerno hasta quedar sin aliento. Pero no solo en la calle se disfruta de
la fiesta, también se acerca la fiesta al interior de los hogares, y se
intenta introducir ese ambiente de broma y diversión dentro de las casas,
casa en las que a estas horas, ya se disfruta en familia del acogedor
fuego del hogar. No se libra nadie de las bromas de los carnavales, y los
mas allegados a cada familia, serán los encargados de acercar la broma y
la diversión, a los que se encuentren en la cálida y oscura cocina,
ajenos al jolgorio que se respira en la calle. Sin hacer el menor ruido,
saltan por encima de la puerta bajera, y sigilosamente, se acercan hasta
la cocina, en ella se ve al abuelo, sentado en una esquina del banco junto
al fuego, con los ojos semicerrados y la cabeza recostada sobre la pared,
en el banco de enfrente, están la tía y una vecina, enzarzadas en una
interesante discusión , también se puede ver a la abuela agachada frente
al fuego, en la mano lleva la sartén, que deja apoyar sobre las
trébedes, esta friendo unos torreznos para la cena, pegado al fuego, se
deja oír el castañeteo de la cobertera de porcelana, la que tapa el
puchero de barro donde se calienta el agua para fregar. El momento es el
idóneo para actuar, y a la de tres, saltan los dos chavales hasta el
centro de la cocina, con el estruendo de sus cencerros, proporcionan tal
susto al abuelo, que con los nervios no acierta a coger la gayata que
tiene a sus pies, pero el tiempo de coger la garrocha y esta salir lanzada
contra la puerta por la que se han perdido los chavales, es todo uno, por
fortuna, al golpear la gayata contra el marco de la puerta, lo único que
quedaba de los chavales, era la suela de sus albarcas y desde el fondo de
la cocina, se oye el grito del abuelo "ya os pillare yo a vosotros
truhanes, y os voy a dar carnaval de palo con la gayata" . Pero el
enfado del abuelo es pasajero y al momento, en la cocina se oyen las risas
de los presentes, comentando la travesura de los nietos que se divierten
en su carnaval.
El martes de
carnaval, unos años atrás, se
consideraba día de "cendera" y después del trabajo
comunitario, los vecinos se reunían en concejo, para dar cuenta de unos
garrafones de vino y celebrar así su carnaval. Los chavales que
correteaban por las calles, también hacían sus incursiones a la casa
concejo, para sacarle algún traguillo de vino al porrón, que este día
había vino hasta para los mas jóvenes. Al principio, los mayores se
limitaban a mirar las gracias y las ocurrentes genialidades de los
jovenzuelos, y mantenían las manos ocupadas con la navaja, que se
introducía en el coscurro de pan de la merienda, pero conforme el vino
del garrafón se iba mermando, el ambiente también se iba caldeando entre
los mayores y no faltaba quien se montaba su carnaval particular dentro
del salón, provocando con sus particulares interpretaciones, las risas y
la diversión de todos los allí reunidos, hasta la de los chavales, que
también se acercaban a contemplar los extraños efectos, que en algunos
puede provocar el tintorro. ¡Que no pasa nada, que para eso estamos en
carnaval! se escuchaba dentro del salón, a la vez que desde la calle,
entraba la voz de algunas de las mujeres mas intransigentes, y que corra
el porrón, le decían al alguacil, que ya tenia problemas para llenarlo
cuando apenas quedaba el culo en el garrafón.
Desenlace fatal:
Por aquel entonces, ejercía de maestro en Brías, un tal D. Teofilo, al
que no tendrían por que parecerle tan extrañas estas costumbres,
máxime, cuando el mismo había nacido y vivido en un pueblecito muy
similar y cercano al nuestro, en la carretera que une Berlanga con Soria.
Como educador, D. Teofilo fue uno de los mejores, sino el mejor maestro,
que paso por el pueblo en muchos años, el nivel cultural de los escolares
durante su estancia en el pueblo, subió varios enteros. Pero por
desgracia, no podemos decir lo mismo, de su intervención en algunas de
las tradiciones y viejas costumbres, que con orgullo e ilusión se
conservaban en el pueblo. Por las tardes, al finalizar las clases, el
maestro se reunía con un grupo de (pudientes alumnos), a los que
instruía en las "permanencias" (clases particulares), con estas
horas extras, el maestro se ingresaba unas pesetas, muy útiles por otra
parte, para su economía personal. Las permanencias, era algo que solo
estaba al alcance de un reducido numero de vecinos, los demás, no podían
privarse tan fácilmente, de un dinero que a duras penas podían
acaudalar. Tal vez, los pocos asistentes a estas clases, no estuviera en
los planes del maestro, o quizás, fuera el temor a perder a los generosos
clientes, lo que constituyera una preocupación para el educador. Un lunes
de carnaval, cuando el grueso de chavales se encontraba en la plaza,
disfrutando en su particular fiesta de disfraces, se produce un suceso,
que no estaba en los planes de los allí presentes, por lo que
difícilmente lo habrían podido intuir. Tras las ventanas de la escuela,
se observa a los tristemente privilegiados con las permanencias, y digo
esto, por que ellos mismos se consideraban desafortunados de no poder
participar en la fiesta, agrupados sobre la ventana, se asomaban con caras
de extraña satisfacción, pero con el sonido de los cencerros y el
bullicio de los chavales corriendo y saltando por toda la plaza, nadie se
percataba de ello, ni tampoco del maestro, que desde la puerta de la
escuela se dirige gritando airadamente hacia el centro de la plaza. ¡He
dicho que os acerquéis todos aquí inmediatamente! , se empezaba a
escuchar la voz del maestro que gritaba desairadamente para hacerse oír
entre el bullicio de la plaza, voz, que poco a poco, conforme dejaban de
sonar las ultimas campanillas y esquilas, se dejaba oír por todos los
rincones de la plaza. Los sorprendidos jóvenes, no acertaban a comprender
los motivos que habían desatado las iras de su maestro, pero lo que si
quedaba claro, era, que por su irritado tono, su enfado debía de ser
monumental. Con el boligrafo en la mano, va anotando en su libreta a todos
y cada uno de los allí presentes, a la vez que murmuraba ¡ya os voy a
dar yo diversión para unos cuantos días!, ¡ahora todo el mundo a su
casa para quitarse esos andrajos que lleváis puestos, que parecéis
payasos!, dejad toda esa cacharrería que lleváis encima, y con el
cuaderno y el lápiz, inmediatamente en la escuela, que se os van a quitar
las ganas de estar haciendo el gamberro por la calle. Nadie de los allí
presentes, podía entender a que se refiere el educador cuando habla de
hacer el gamberro, ellos se divierten de la manera como lo han hecho todos
los años por carnaval, igual que lo hicieron sus padres, e igual que les
cuentan sus abuelos. Conforme los incrédulos chavales iban llegando a la
escuela, el maestro, les ordenaba copiar todos los trabajos que el anotara
en la pizarra. Durante dos largas horas, estuvieron en la escuela copiando
trabajos en sus cuadernos, cuentas de dividir, multiplicaciones, raíces
cuadradas, quebrados, redacciones etc. Al abandonar la escuela, una vez
terminado de copiar el severo castigo, alguno de los chavales, no podían
impedir, que las lagrimas de sus ojos se deslizaran por sus mejillas
cuando bajaban por las escaleras. La actitud del maestro fue recibida con
estupor por parte de muchos de los padres de los chicos, por lo que al
día siguiente, irían a pedirle al educador una explicación a su
desmesurada actitud con los críos. Pero la actitud del maestro fue
tajante y prepotente, no solo no se digno a darles una explicación
razonable a los padres, sino que amenazo con suspender, a quienes no
presentara terminados los trabajos antes del fin de curso. Algunos padres,
dieron orden a sus hijos, de no hacer ni uno solo de estos desmesurados
castigos, y los problemas con el maestro se prolongaron durante todo el
curso. Problemas, que a los que mas afectaron, fueron los propios
chavales, que tuvieron que soportar con reprimendas y castigos, las iras
de un maestro, que pudo haber pasado por el pueblo dejando una imagen
inolvidable, y lo que dejo en el recuerdo de muchos de sus alumnos, como
en el que escribe estas notas, fue la nostalgia de una fiesta, que por
tradición era muy querida y respetada entre jóvenes y mayores por
aquellos años de represiones y recortadas libertades.
Nunca mas volverían
a desempolvarse los viejos correajes que colgaban en el desván, y el
tiempo terminaría por deteriorarlos, dejando en el olvido una vieja
tradición, que durante años había tenido como único enemigo, al duro
clima de estas tierras, y que de un plumazo, se cargo un personaje, que
quiso inmiscuirse y convertirse en protagonista principal en una historia,
en la que el no tenia asignado papel alguno, en la que debiera haberse
resignado a su papel de protagonista pasivo, figurando solo como simple
invitado de excepción.
COMENTARIO:
Desde estas líneas,
quiero hacer una llamada a todos los que tengáis en vuestra memoria, un
recuerdo de viejas tradiciones y costumbres ya perdidas en vuestros
pueblos o lugares. Quiero invitaros, a rescatar de vuestra memoria estos
recuerdos ya casi olvidados, y que puedan volver a resucitar, estas
tradiciones hace tiempos dormidas en la historia de nuestros pueblos. Las
tradiciones, constituyen muchas veces, el mas vivo relato de una historia,
que se ha ido transmitiendo de generación en generación. Son estas
tradiciones y costumbres de nuestros lugares, las que han dado vida al
espíritu y al alma de cada pueblo, y que con la presencia activa del
hombre, son las razones mas puras, que podrán garantizar la supervivencia
de unos pueblos, que hace tan solo unos años estaban llamados a la
desaparición, y que poco a poco, vuelven a intentar recobrar un
protagonismo en la historia, un protagonismo que desafortunadamente,
durante muchos años se les ha venido denegando.
©
Víctor García Pascual
Zaragoza 10/01/02
|