
ÍNDICE
SOCIEDAD
NACIMIENTO
EMBARAZO
PARTO
SUPERSTICIONES "MAL DE
OJO"
CUARENTENA
BAUTIZO
INNOMINADOS
TALEGUILLOS
HIJOS ILEGÍTIMOS Y NATURALES
BAUTIZO
TUMBAR A LOS NIÑOS
LA PRIMERA COMUNIÓN
ASOCIACIONES DE SOLTEROS
EL ZARRAGÓN
NOVIAZGO
AMONESTACIONES
LA BODA
CEREMONIA DE LA BODA
LOS FESTEJOS DE LA BODA
PRIMER AÑO DE MATRIMONIO
MUERTE
DESPUÉS DE LA MUERTE
SOCIEDAD
La
calidad de miembro del pueblo se adquiere, en primer lugar, por
nacimiento. Los nacidos en la localidad son "hijos del pueblo"
hasta el día de su muerte, prescindiendo de su lugar de residencia. La
vecindad se adquiere por empadronamiento.
Los habitantes de Alcozar reciben el apodo o sobrenombre colectivo de
gatos. Según aseguran los
moradores de la aldea, este mote les ha sido impuesto por la frecuencia
con que usan la palabra mia o mia si, que son utilizadas como localismos y
no se emplean en los pueblos vecinos. Se aplican para negar rotundamente
algo, o bien para poner en duda una aseveración ajena. Por ejemplo: mia
si ha traído albérchigos, lo único unas cuantas peras modorras; o mia
si no va a llover, a ver si tenemos que volver a casa a escape.
Estos apodos colectivos son utilizados cuando surgen conflictos entre
grupos pertenecientes a diferentes pueblos, y se manifiestan, así como la
hostilidad que conllevan, en diversas costumbres. Era habitual, por
ejemplo, que los jóvenes de una determinada aldea se opusieran a las
visitas de los denominados "forasteros", especialmente si el
propósito de éstos últimos era cortejar a las muchachas de la vecindad.
En estas ocasiones "los forasteros" podían ser apedreados, ya
que los mozos creían tener ciertos derechos sobre las jóvenes de su
localidad.
Alcozar, al igual que los pueblos vecinos, posee sus propias coplas y
una serie de refranes y anécdotas destinadas a loar las excelencias
propias y a vilipendiar los supuestos defectos de las aldeas cercanas. Las
estrofas son múltiples, por lo que se recogen aquí únicamente las que
consideramos más significativas.
(1) En Velilla de Duero las hay
hermosas,
las cubas del tio Leto, que no las mozas.
(2) Langa pitanga, / Zuzones y La Vid
tocan a misa / con un tamboril.
Tocan en Guma, / repican en Aldea,
todos los más burros / son los de Morcuera.
(3) Al entrar en este pueblo, / lo primero que se ve
son las ventanas abiertas / y la casa sin barrer.
(4) Santa Cristina bendita, / a qué pueblo te han traído:
las mujeres sin peinar / y borrachos los maridos.
Entre las letrillas
cantadas para enaltecer las virtudes propias, hemos recogido las que
siguen:
(I) Somos de Alcozar, señores; /
no lo podemos negar,
y por eso les decimos: / ¡viva la formalidad!
(II) Dicen que Alcozar es feo / porque no tiene balcones,
pero tiene unas chavalas / que roban los corazones.
(III) En Alcozar no hay tranvía; / tampoco tenemos metro,
pero tenemos un vino / que resucita a los muertos.
La rivalidad
entre jóvenes tuvo antaño su máximo exponente durante las fiestas
patronales. En Alcozar, el
hecho de haber sido siempre más numeroso el grupo de muchachos que el de
chicas, provocó más de un altercado, aunque estas luchas han ido
remitiendo con el paso del tiempo, y hoy tienden a desaparecer.
En contra de lo que pudiera suponerse por lo anteriormente expuesto,
prestar ayuda a "los forasteros" se consideró como un verdadero
deber, y los alcozareños, a excepción de en las ocasiones que hemos
apuntado, se mostraron siempre hospitalarios y trataron a sus visitantes
con amabilidad y consideración.
Similar rivalidad existió entre los habitantes de "el barrio de
arriba" y los de "el barrio de abajo", que también se
plasmó en la consiguiente letrilla: "los del barrio arriba, patas
arriba; los del barrio abajo, cabeza abajo".
Los miembros de la comunidad gozan de una cierta igualdad social. No
podemos en este caso hablar de "estratificación social"
propiamente dicha, a pesar que existen dos grupos de familias
económicamente diferenciadas. Al primero corresponderían aquéllas con
capacidad para mecanizar sus campos, y al segundo las que disponían de
poca tierra y que en tiempos pasados incluso alquilaron su fuerza de
trabajo, si bien los braceros no fueron nunca numerosos y sus contratos
eran predominantemente temporales, reduciéndose a las épocas de la
recolección y de la vendimia. Sólo en la fábrica de harinas hubo, y los
hay todavía, obreros fijos. Estos cobraban en concepto de salario, en el
año 1925, 3 pesetas diarias los fijos y 1,50 los eventuales. Diez años
más tarde los sueldos habían ascendido a 5 y 3 pesetas respectivamente y
actualmente (año 1978) perciben 800/1.000 pesetas diarias.
Tras el éxodo rural, el escaso número de braceros ha disminuido todavía
más. Cada familia debe realizar los trabajos agrícolas con la mano de
obra de que dispone, ocupándose, aquellos que poseen tractores y
maquinaria agrícola, de realizar las faenas más penosas y suplir la
falta de brazos jóvenes en aquellas familias en las que sólo el
matrimonio o el viudo/viuda reside en la aldea. Con la mecanización del
campo, el trabajo se ha reducido considerablemente. De cualquier forma, la
población activa es insuficiente para atender todas las labores
agrícolas y la maquinaria está infrautilizada a pesar de que existen
extensiones de tierra sin labrar.
Los campesinos han conseguido establecer una especie de
"asociaciones" dirigidas a la cooperación de algunos miembros
de cada familia para realizar los trabajos en conjunto.
Estas asociaciones no se rigen por ningún tipo de estatutos; ni quiera
son siempre las mismas personas las que se unen para trabajar. Los
agricultores, en vista de que lo más acuciante era solucionar el problema
de la mano de obra, a veces se agrupan en cuadrillas y salen al campo a
realizar las faenas que requieren la fuerza física, la habilidad o
destreza de varias personas unidas. Generalmente son tres o cuatro hombres
vecinos los que se ayudan mutuamente durante la recolección, la
siembra, etc. y especialmente en la época de la vendimia. Salen por la
mañana todos juntos hacia las tierras de un determinado miembro de la
cuadrilla y, una vez han acabadas las labores en éstas, siguen con las
parcelas de los componentes restantes. O, independientemente de quien sea
el propietario, van realizando las faenas requeridas en cualquier tierra
propiedad del grupo siguiendo una ruta previamente establecida.
Este mismo sistema de cooperación también es utilizado cuando lo que se
necesita es componer una "yunta" de labor. Generalmente se unen
dos "machos" que posean una fuerza física similar. Cuando uno
de los dos miembros de esta "cooperativa" necesita realizar un
trabajo para el que requiere las dos caballerías, no tiene más que
avisar al otro "socio" y viceversa con tal de organizar las
necesidades mutuas. De esta forma, se ha con seguido que no sea necesario
mantener una "yunta" de labor por familia, y los pocos
"machos" que todavía quedan en la aldea son prestados por unos
vecinos a otros. Con estas asociaciones de vecindad y el hecho de que los
trabajos más pesados sean realizados por los agricultores que poseen
maquinaría, se ha logrado liberar a las mujeres de los trabajos del
campo, al que acuden únicamente en casos muy específicos, pudiéndose
dedicar casi exclusivamente a las faenas domésticas.
La mayor parte de los aldeanos se dirigen unos a otros por sus nombres de
pila, y, a pesar de que prácticamente todos poseen un sobrenombre o
apodo, se considera de mala educación usarlo al hablar con el interesado,
si bien se utiliza habitualmente fuera de su presencia. La menor
excentricidad es premiada con un mote, que progresivamente llegará a ser
empleado por todos los habitantes del pueblo. Con el tiempo, incluso
traspasa las barreras locales y llega a extenderse por los pueblos
vecinos. El tuteo es habitual en las conversaciones cotidianas,
reservándose el "usted" únicamente para las personas muy
mayores y, en tiempos pasados, para las "autoridades" y los
padres.
Prevalece un amplio sentido de solidaridad. Cuando todavía existían dos
tiendas de ultramarinos, todas las familias procuraban comprar en ambas,
pues, como dicen los alcozareños: "hay que vivir con todos".
Cuando un niño es herido por otro durante sus juegos, se prefiere
acudir al médico diciendo que la herida fue consecuencia de una caída,
ya que se teme que, de descubrirse la verdad, el hecho acabe ante el juez
de paz o ante la Guardia Civil. Lo mismo ha ocurrido cuando alguien ha
atropellado con el tractor o con el coche a algún vecino de la aldea. La
norma general es evitar que intervenga la justicia y se prefiere
solucionar estos asuntos por medio de acuerdos mutuos entre las familias
implicadas y siempre de la mejor forma posible.
La unidad moral del pueblo se consigue a través de una opinión publica
activa. La gente vive tan cerca que la intimidad se hace prácticamente
imposible. Cualquier acontecimiento es considerado como algo que afecta a
toda la comunidad y es comentado ampliamente. Esta falta de intimidad
lleva a los naturales del pueblo a dominar el arte de la intriga.
La vida pública se refleja principalmente en las reuniones que celebran
los mayores de 25 años ("ir a órdenes") en las que se toman
las decisiones por las que se habrá de regir la comunidad.
Todo varón que reúna las condiciones necesarias para asistir a dichas
asambleas, tiene derecho a exponer sus ideas, para lo que deberá ponerse
en pie, "descubrirse" (quitarse la boina o el sombrero) y decir:
"pido la palabra, señor alcalde o señor presidente",
dependiendo de si se trata de una reunión de Ayuntamiento o lo es de la
Hermandad. En caso de no llegar a un acuerdo, se hará lo que decidan el
alcalde y los concejales o se nombrará una junta encargada de estudiar
el problema y sus posibles soluciones. Si alguien insiste constantemente
en una idea que el resto de los reunidos no considera idónea o
simplemente lógica, éste puede ser expulsado del salón de actos por el
alcalde, aunque esto sólo ocurre cuando algún asistente insiste en
imponer un criterio no compartido por los demás o se conduce de forma
incorrecta a lo largo de las discusiones.
Otros puntos de reunión de los hombres son las bodegas, donde suelen
pasar parte de la tarde los días festivos hablando sobre las cosechas y
los asuntos que preocupan a la comunidad. Acostumbran a reunirse a la
puerta de una bodega (casi todas las familias poseen bodega propia o
arrendada) seis u ocho vecinos o amigos de la infancia, donde meriendan lo
que ha llevado cada uno de ellos de su casa y beben vino de la bodega a
cuya puerta están sentados. Generalmente aprovechan la ocasión para
probar los vinos de las bodegas de todos los reunidos y para hacer algún
comentario sobre la calidad de los mismos.
El alcozareño no suele enojarse si alguien comenta que su vino no es
bueno, pues considera que en la calidad del mismo intervienen varios
factores, algunos de los cuales no dependen directamente de su destreza en
podar las cepas, lavar las cubas, etc. Incluso, ellos mismos ponen en
antecedentes al catador cuando saben que su vino no es excelente. Sin
embargo, el hecho de que los remolachares de un determinado vecino sean
los mejores de El Soto, hace sentirse halagado al agricultor en cuestión,
que se considera conocedor de las técnicas que deben emplearse para
conseguir una buena calidad de remolacha; se supone que ha manejado bien
el arado y que no ha escatimado trabajo alguno para cuidar sus tierras
como es debido. La tierra fue escasa hasta hace algunos años y todo
campesino luchó por conseguir un palmo más de tan cotizado tesoro. Por
eso, aun cuando hoy, debido al número de habitantes, el terreno de que
dispone cada uno es muy amplio, todavía ven con malos ojos el que éste
quede baldío.
Volviendo al tema de las reuniones, hemos de añadir por último que, los
aficionados a jugar al "subastao" tienen también establecidas
sus cuadrillas de juego, dedicando parte de las tardes de los días
festivos en corrillos de hombres pensativos que meditan sus jugadas. Los
hombres y las mujeres no se mezclan en las reuniones y cada grupo sexual
cuenta con sus propios puntos de encuentro. Las mujeres se reúnen
principalmente en el lavadero, los corros de labor y los grupos que se
forman para jugar al "julepe". De las reuniones en el lavadero
parte la mayoría de las disputas femeninas. Los corros de labor se forman
durante los días en que el buen tiempo permite pasar las tardes al sol o
a la sombra. Varias vecinas se unen para repasar la ropa o para hacer
labores de ganchillo. Aprovechan estas ocasiones para intercambiar chismes
y comentar los acontecimientos cotidianos y las noticias que hayan llegado
al pueblo procedentes de algún familiar afincado en lejanas ciudades.
Los corros formados a fin de jugar al "julepe" son propios de
las tardes de los días festivos y se juega también en la calle cuando el
tiempo lo permite, escogiendo alguna casa vecina cuando hace demasiado
frío. Se apuesta poco dinero, de forma que a lo largo de toda una tarde
no se puede perder o ganar más de una o dos pesetas por jugadora. Al
efecto de poder apostar pequeñas cantidades, se utilizan judías o
garbanzos, de manera que diez unidades equivalen a una peseta actualmente
y a diez céntimos hasta hace algunos años. La liquidación y conversión
de judías o garbanzos por pesetas se hace al finalizar el juego, cosa
que ocurre en invierno a la llegada de los rebaños de ovejas, que cada
propietaria ha de encerrar en sus rediles, y durante el resto del año
cuando se pone el sol.
.../...
©Divina
Aparicio de Andrés
(Primer
capítulo del trabajo finalista del I Certamen Etnológico "José
Tudela")
|