Los lugares sagrados de los celtas se hallaban al aire libre y estaban
íntimamente relacionados con la naturaleza. De esa naturaleza forma
parte importantísima el agua en sus distintas manifestaciones: fuentes,
lagos, ríos, pozos votivos.
La fascinación por el agua es algo inherente al hombre. Las fuentes
están presentes en leyendas de origen galés e irlandés, donde las
doncellas ejercen de sacerdotisas guardadoras. Una de estas tradiciones
culpa a la violación de una doncella por parte de un hombre ebrio, el
que la fuente se desbordara e inundara el país. Estudiosos del tema
celta afirman que la fuente que se desborda representa la fecundidad que
viene del agua a través de la mujer.
En Galicia abundan las leyendas que nos cuentan de muchachas habitadoras
de lagunas, ciudades sumergidas y fuentes. En Orense se conserva un rito
referido a Santa Marina de Aguas Santas. Marina se negó, como tantas
otras doncellas de la martirología cristiana, a estregarse a los
requerimientos amorosos del romano de turno. Fue torturada –en un horno
como otra santa emeritense, Eulalia, patrona de Mérida y de Barcelona- y
decapitada. Cuando el verdugo descargó el golpe mortal, la cabeza de la
después santa fue rodando, y a la vez que lo hacía, fueron brotando
fuentes de agua pura, llamadas, posteriormente, “Fuentes de la Santa”.
Desde hasta el paraje orensano se acercan los creyentes para solicitar
la abundancia de las cosechas, salud para sus animales, remedio para el
mal de ojo y posesiones diabólicas, fertilidad para las mujeres yermas y
en general todo tipo de curaciones.
En la Celtiberia y en el mundo antiguo en general, muchas de las fuentes
están asociadas a leyendas o se les atribuyen propiedades curativas. Esa
simbiosis lograda a fuerza de ser practicada durante siglos, en la que
se ensamblan la ciencia y la religión, se da en la utilización del agua
curativa de forma determinada, es decir, en novenario. El mundo helénico
llamó al agua sagrada agua lustral, instituyendo así unos ritos mágicos,
que tenían su origen en la creencia de que el agua no sólo limpiaba el
cuerpo sino también el espíritu llegando incluso a borrar los delitos de
sangre. Recordemos el significado del lavado de manos llevado a cabo por
Pilatos ante la inminente crucifixión del rebelde nazareno. El mismo
Apolo, dios de la Medicina y las Artes usó el agua lustral para lavar la
muerte que dio a Pitón.
Soria y sus tierras
En la provincia de Soria nos encontramos casos de la mezcla
agua-religión para curar enfermedades, pues el agua sola no cura si no
va a compañada de un cierto rito, como tomarla o lavarse con ella
durante siete o nueve días, según los lugares. En los despoblados de
Sarnago y Aldealcardo hay fuentes medicinales. Hasta allí
iban los hombres y mujeres de la zona, montados en caballerías, a tomar
el “agua empudia”, durante nueve días seguidos, después de almorzar.
Servía para curar herpes, eczemas y otras afecciones de la piel. Después
se untaban el moho o verdín directamente sobre la parte afectada.
Otro tanto puede decirse de la que mana en Cigudosa, llamada
“Aguas podridas” o “El Brocal” y que sirve también para curar las
afecciones de la piel, siempre que se beba durante nueve días seguidos y
que ninguno coincida con la noche de San Juan.
En Débanos, frente al Moncayo, encontramos la conocida como “Agua
podrida”, sulfurosa. El cauce del río la ha tapado, pero se cura con esa
agua afecciones de la piel. Debía tomarse nueve días seguidos, en
ayunas. El primer día un vaso, el segundo dos, y así hasta nueve. A la
vez la zona afectada debía lavarse directamente.
En Valdeprado mana una pequeña fuente sulfhídrica cuya agua se
utilizaba para afecciones de la piel. Acudían de lugares de alrededor, y
los de Fuentes de Magaña aseguran que debían ir nueve días y el noveno
la madrugada de San Juan. Cuando la afección era grande, se untaban con
el moho que provoca el agua, a modo de pomada.
En Fuencaliente de Medinaceli, se ubica la “Fuente de
los Baños”. Mana al pie de un paraje conocido como “la cordillera de
Esteras”. Lo hace en forma de un pequeño chorro e impregnando la zona
del característico olor a huevos podridos de las aguas sulfurosas. Cura
las eczemas y, en general, todas las afecciones de la piel. Su agua es
transportada en garrafas hasta algunos lugares de la provincia de
Zaragoza, por todo aquel que cree en sus propiedades curativas. Desagua
en el Jalón.
La de San Pedro Manrique se la conoce como la de “los legañosos”.
En la dehesa de Ágreda mana, además de los importantes ojos que
alimentan al Queiles, una fuente de aguas sulfurosas, junto al “pozo de
la Zorra”. De unos años para acá ha sido remodelada, aunque canalizada
se halla desde 1948. Una de las distracciones de los chavales era echar
dentro de la fuente monedas de cobre para recogerlas blancas. Su agua es
muy útil para curar los granos, ezcemas y demás afecciones de la piel,
tanto el agua como el sedimento que deja su componente sulfuroso.
Con otras propiedades curativas aparecen pequeños manantiales en la
provincia de Soria. Es tradición, por aquello de la magia simpática, que
las aguas con componente ferruginoso curan las anemias y abren el
apetito.
En el hermoso acebal de Garagüeta, en la falda de la Sierra del
Alba, se encuentra la fuente de la Madrastra, que forma el arroyo del
mismo nombre. Su agua, aseguran, abre el apetito. Otro tanto puede
decirse de la de Castillejo de Robledo, de nombre “fuente de la
Salud”. Por cierto que este manantial brota próximo a un supuesto
castillo de templarios, y sobre Castillejo se conservan leyendas
relacionadas con esta orden de Caballería. En Cidones manan
fuentes de aguas ferruginosas: “Tío Adrián” y “Vieja”. Y en el
despoblado de Malluembre, perteneciente al mismo término, sale la
llamada “del Cubillo”, ferruginosas, para curar las anemias.
La fuente de la “Zaticona”, en la dehesa de Cuevas de
Ayllón, en el límite con Noviales, mana en forma de ojo, rodeada de
juncos y vegetación frondosa. Dicen los cuevanos que abre el apetito. Es
tradición que el agua de la “fuente de la Salud”, en Serón de Nágima,
sirve para curar anemias. El agua que mana en el conjunto de cuatro
fuentes conocido como “de la Quintanilla”, en Valdanzuelo, cura
las afecciones de riñón y abre el apetito. Este pequeño lugar, donde
sólo residían dos vecinos en el año 92, cuenta en su término gran número
de manantiales en forma de hoya. El agua del “manatial del Sobaquillo”,
en Talveila, era bebida por los tuberculosos; era tradición que
curaba esa enfermedad. Mana en la zona del Soto. El agua de la “fuente
de Olla Ceresar”, en Valtajeros, sirve para abrir el
apetito.
Otras resurgencias de la provincia de Soria ayudan en las anomalías
digestivas. Por ejemplo, la del paraje del “Batán”, en Andaluz,
se tomaba en ayunas.
En las faldas del Torruco, en Sotillo del Rincón,
dentro de una finca particular, nace una fuente de la que no ha sido
posible saber el nombre, cálidas las aguas, tradicionalmente considerada
buena para las afecciones de estómago.
En Valdeavellano de Tera, el agua de la fuente del
“Covacho”, pequeña resurgencia próxima al caserío, en el paraje del
mismo nombre, contiene hierro y, desde siempre, ha sido utilizada para
paliar afecciones estomacales.
En la composición del agua de la “fuente del Salogral”, de
Vinuesa, en la comarca de Pinares Altos que se prolonga por la
provincia de Burgos, entraba una fuerte cantidad de potasio. El análisis
de este manantial, que todavía mana en forma de dos chorros canalizados,
hizo que en su entorno se edificara un hotelito-balneario a mediados de
siglo. Este tipo de aguas, que manan frías o calientes, sirven para
curar reumatismos, afecciones de garganta y de la piel. Su entorno
vegetal se compone de pino, roble, maguillos y espinos.
Luis Camporredondo, en su monografía sobre Yanguas,
villa serrana limítrofe con la comunidad de La Rioja, dice de las aguas
de su término que son “abundantes, sin excluir las medicinales, para
enfermedades herpéticas, estomacales y depurativas”. Por otro lado,
Manuel Blasco, en su Nomenclator de 1909, recoge: “brotan diferentes
manantiales de finas aguas que se deslizan murmuradoras hasta el llano y
convidan con su puro caudal al fatigado cazador que regresa de su
expedición por las alturas, en las cuales se encuentran señales de
material ferruginoso”.
La “fuente del Rovellano”, en Navaleno, despide un fuerte olor a
azufre, aunque, al parecer, contiene hierro en su composición. Es muy
estimada al ser creencia que cura las afecciones de estómago. Mana en la
dehesa vieja.
Nati
de Grado nos ha enviado este poema sobre la fuente:
... Caminante si al pasar por aquí pasas sediento
Detente por un momento
A beber y descansar
Que en medio de este pinar
A la orilla del camino y al alcance de tu mano
Ha colocado el destino
Dentro de un cubo de pino
La Fuente de Robellano ...
La “Fuente de la Salud”, en el paraje “Las Serras”, de
Gallinero, contiene hierro. Dicen los gallinerenses que tomando agua
de ella nueve días seguidos, en ayunas, “cura el mal de las mujeres”.
En La Cuenca, Plácido Soria, invidente, llevó a cabo
toda la obra de canalización de la fuente que mana en “el Coladillo”,
paraje próximo al “alto del Frontal”. Dicen que cura las anemias. Mana
grasienta y con sabor a hierro.
En Momblona, se ubica la “Fuente Salomón”, evocador
nombre que sugiere las artes de un médico judío, cuya agua sirve para
curar afecciones del riñón. Acuden a por ella desde el vecino Morón de
Almazán.
Vayamos ahora a las fuentes con leyendas añadidas a las
propiedades curativas. De la fuente de Riocabado, en Fuentetecha
(Soria), localidad al pie de un castro rebautizado con el nombre de
“Cerro de San Sebastián”, dicen que abre el apetito. “El abuelo Bruno
–dice María Morales- nos mandaba ir allí a por agua cuando estaba muy
enfermo. El hombre no se curó. ¡Cómo iba a hacerlo si tenía un cáncer”.
Alrededor de esta fuente existe la leyenda de que una mora encantada,
que vivía en el cerro, bajaba, cada día de San Juan, por la mañana, a
lavarse la cara en ella.
Con frecuencia aparece una ermita construida junto a una fuente. En
Santa Cruz de Yanguas (Soria), junto a la de la Virgen de las
Espinillas existe una fuente del mismo nombre que la ermita, de agua
grasienta (ferruginosa). La gente pensaba que allí no faltaba nunca
fuego en honor de la imagen, porque cuando faltaba el aceite, el agua
ardía y daba la luz. Cosa harto rara, según el estudioso local Félix
Jiménez, ya que, las partidas de dinero destinadas a la lámpara de la
virgen, eran constantes y abultadas, según el libro de cuentas de la
ermita. Por cierto, una ermita con tantas propiedades, que tuvieron que
impedirle el que siguieran sus responsables comprando tierras.
Al santuario de la Virgen de la Cabeza, en Bliecos (Soria),
acuden en romería toda la comarca del Campo de Gómara, y de la zona de
Zaragoza. La ermita se halla en un bello paraje, y su edificio muy bien
cuidado. Dicen que aflora el agua debajo de los mismos pies de la virgen
y se halla canalizada a través de grandes chorros. Le atribuyen
propiedades milagrosas, entre ellas la de aliviar el dolor de cabeza.
Junto a la ermita de la Virgen de la Blanca, en Suellacabras
(Soria), manaba, antes de que la ruina haya cubierto el entorno, la
llamada “fuente de los huevos podridos”, por el característico olor de
las aguas sulfurosas. A esta fuente acudían, la mañana de San Juan,
antes de que saliera el sol, a lavarse la cara para evitar las
impurezas. Suellacabras, al pie de la sierra del Almuerzo, conserva
muchas leyendas de las que ya hemos dado a conocer algunas.
Algunos de los pueblos deshabitados están envueltos en leyendas en las
que intervienen aguas envenenadas, así Masegoso, Mortero, Badorrey. La
Iglesia “bendijo” otras leyendas haciendo intervenir a moros y
cristianos donde sólo había amor entre dos personas, casi siempre junto
a una fuente. Esto lo encontramos en el relato “La heredera de Tobajas”,
junto a la fuente de “los moros”, nombre conservado. En la leyenda de la
mora “Estrella de mar”, ubicada en el nacimiento del río Alhama, en
Suellacabras.
El cuento de la colodra, en Añavieja, explica de forma poética la
comunicación entre la laguna de ese lugar con la ciudad de Tarazona,
pasando por debajo del Moncayo. En la leyenda de “los ojos verdes”,
escrita por Gustavo Adolfo Bécquer, el señor corre detrás de una cierva
herida; al llegar a un punto determinado, el servidor le frena
argumentando la imposiblidad de seguir, toda vez que el camino tomado
conduce a una fuente, concretamente la de los Álamos, y en ella habita
un espíritu del mal y “el que osa enturbiar su corriente, paga caro su
atrevimiento”. En esta leyenda se lee una hermosa descripción de la
fuente, que puede corresponderse con muchas de las que riegan esta
provincia: “… la fuente brota escondida en el seno de una peña, y cae
resbalándose gota a gota por entre las verdes y flotantes hojas de las
plantas que crecen al borde de su cuna. Aquellas gotas que al
desprenderse brillan como gotas de oro y suenan como las notas de un
instrumento, se reunen entre los céspedes, y susurrando, con un ruido
semejante al de las abejas que zumban en torno a las flores, se alejan
por entre las arenas, y forman un cauce, y luchas con los obstáculos que
se oponen a su camino, y se repliegan sobre sí mismas, y saltan, y
huyen, y corren unas veces con risa, otras con suspiros, hasta caer en
un lago. En el lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos,
palabras, nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor
cuando me he sentado solo y febril sobre el peñasco, a cuyos pies saltan
las aguas de la fuente misteriosa para estancarse en una balsa profunda,
cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la tarde”.
Ya los clásicos supieron ver y analizaron, en la medida de sus
posibilidades, las propiedades de las aguas, algo que puede verse en sus
tratados, sobre todo de Galeno, uno de los médicos que más ha influido
en la época Moderna. Asimismo, a partir de las terrible epidemias de la
Edad Media, los ojos de los médicos se fijaron en las aguas como foco de
infecciones, al no estar mínimamente saneadas y ser frecuente que se
utilizaran las estancadas cuando la carencia o la sequía impedía que
pudieran usarse las de los manantiales.
El agua corriente sirve como solución mágica para arrastrar y llevarse
con ella las enfermedades, si el enfermo se coloca frente al curso
fluvial mirándolo fijamente. En León, para curar la tosferina,
estreñimiento y otras enfermedades que produzcan fiebre, hay que cruzar
un río, creyendo que la corriente arrastrará el mal.
Pozos
Aparte de las corrientes fluviales, los pozos y estanques también han
sugestionado a los pueblos de la antigüedad, tomándolos con mucha
frecuencia por residencias de genios del lugar. Es el caso del dios
ibérico Airo o Aironi, al cual se dedica un ara en Fuente Redonda
(Cuenca) y en Uclés y San Esteban de Gormáz (Soria). Este es uno de los
casos más claros de pervivencia de un culto prerromano, pues existen en
la actualidad varios pozos llamados “Airones”, no lejos, por cierto, de
los lugares donde han aparecido aras. Así en Garci Muñoz, en Cuenca,
Ciudad Rodrigo (Salamanca), Baraona (Soria) y Hontoria del Pinar
(Burgos). Cerca de La Almarcha, en Cuenca existe o existía un pozo
mefítico llamado Pozo Airón, donde no se criaban peces y cuya agua era
de sabor desagradable. De él se cuenta una leyenda ambientada como
tantas otras “en tiempos de moros” y en la cual un tal Bueso, casado con
24 mujeres, comprensiblemente abrumado por la situación tomó por la
calle del medio y las zambulló a todas en el susodicho cenagal. No sin
antes –a Dios rogando y con el mazo dando- despojarlas de todas sus
joyas. Hasta se cuenta este refrán “Madrid es como el Pozo Airón, que
nada bueno cría y para lo malo no se le haya fondo”. En cuanto a Baraona
están los Pozos Airones, en una comarca de tradición mágica y no lejos
del llamado “Confesonario de las Brujas”.
Así como aguas curativas de superficie hemos encontrado muchas, en los
pozos no es tan habitual que sus aguas tengan propiedades benefactoras.
Pero sabemos que en el pozo de Saint-Mandron, en Cornualles, se sigue
practicando en la actualidad la costumbre de sumergir a los niños
enfermos en sus aguas. En otros lugares se sustituia la presencia humana
por la ofrenda, pidiendo para esa persona concreta los favores y
lanzando dentro del agua algún exvoto.
En el mundo misterioso de las aguas existen los pozos votivos, pero
también los malditos, aquellos que se cobran tributos. Entre ellos
podemos citar las nombradas torcas, simas propias del relieve kárstico,
primordial en Soria. Entre los términos de Fuencaliente del Burgo,
Muñecas y Fuentearmegil se encuentra una conocida como “la Torca”, sobre
la que no falta la leyenda de soldados franceses caídos en ella mediante
trampas de los lugareños. Otro tanto sucedió en el “pozo del Francés”,
en Bayubas de Abajo, durante la misma época. En casi todos los lugares
donde los manantiales tienen forma de hoya, se mantiene la creencia,
transmitida de generación en generación, de que en ella cayó, alguna
vez, una yunta de animales de la que nunca más se supo. Por ejemplo
Dombellas, San Esteban de Gormaz, Torreandaluz, Maltoso, Valdanzuelo…
A veces los racionalistas se empeñan en desentrañar
misterios y dejar sin alma y sin leyenda a aquello que siempre ha
logrado deslumbrar a los hombres. Esto fue lo que sucedió, en 1899, con
el “Ojo de Torreandaluz”, en la provincia de Soria. Este manantial se
asienta al pie de un monte donde la tradición coloca al despoblado de
San Miguel, y son varios los molinos que el agua de este ojo ha movido a
lo largo de la historia. Tenía, como tantos otros, su leyenda, que no
era otra que la desaparición en su “fondo sin fondo” de una yunta de
bueyes y la moza que los guiaba. El gaditano asentado en Torreandaluz,
Romualdo de Gracia y Pacheco, decidió un buen día acabar con la leyenda
midiendo la profundidad del pozo, que no logró superar los ocho metros.
Ahora bien, el agua de esos pozos no son remansadas, ni de
filtración, si no que, como el bien estudiado de la Fuentona de Muriel,
un boquete más o menos grande según las condiciones geológicas, se abre
en el centro y por él asciende el agua subterránea y por él, también,
pueden descender hacia el depósito general del manantial lo que por ello
caiga. Si a esto añadimos el peso de una yunta cayendo a plomo ocho
metros, podemos sacar conclusiones.
En el mundo rural el agua de lluvia es la base de la vida.
Sin agua no hay cosecha, con exceso de ella tampoco. No existe, ni ha
existido, sector más aleatorio en cuanto a su producción que el
agro-ganadero. Naturalmente, no ya las grandes civilizaciones han
surgido alrededor de los ríos (Mesopotamia, Egipto...) sino que hasta
los grupúsculos más pequeños, necesariamente, se han instado junto a un
río, grande o pequeño, o un manantial. Pero cuando la agricultura se
instaló en la civilización, ese recurso hídrico era insuficiente, y las
miradas al cielo, lor ruegos, plegarias y sacrificios, han supuesto, y
siguen haciéndolo, la actividad principal de los agricultores.
Por eso la cultura del mundo
rural está empapada de rogativas, procesiones, fiestas, bailes y ritos
pidiendo el agua o rogando porque cese la abundancia de ella. Al mundo
urbanita les pueden parecer, cuanto menos, extravagantes estas
costumbres, pero en el mundo rural son vitales. Si, en alguna ocasión,
ha coincidido la procesión del santo devocionado con la lluvia (y se dan
esas casualidades) el fervor se transmite de generación en generación,
así como la práctica del rito.
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