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La quinta estación

Antonio Ruiz Vega

Edición  propia

Soria, 2019

 

Vuelta a los orígenes

Tras un tiempo de silencio productivo, de esos que uno mira hacia dentro, Antonio Ruiz Vega ha retomado con fuerza aquello que ha dado siempre sentido a su vida, al margen de lo fundamental: hijas y nietas. Y hemos de decir, afortunadamente. Son varias las publicaciones con las que nos ha regalado en los últimos tiempos y, entre ellas, esta que va a leer a continuación, para mí muy grata, a pesar de la dureza del tema. Si algo nos une a Antonio y a mí es, precisamente, el tema de la Guerra Civil Española y sus consecuencias en la ciudad y provincia que compartimos. Después, cada uno por su lado, tiene otras querencias literarias.

Es muy propio del autor utilizar recursos literarios tales como documentos hallados por casualidad (cofres de ideas) en una maleta que compra en un viejo mercado-rastro londinense o, en este caso, una cinta magnetofónica antigua, despistada en su querida casa de la Antesierra soriana. En ella aparece una grabación de Edorta, un anarquista, que le narra en Bilbao un episodio vivido por él durante la guerra por las sierras que rodean las tierras de Soria. Siguiendo la ruta de su universo literario: Navalesa (pueblo imaginado por él desde hace mucho tiempo), los autobuses de Gonzalo Ruiz (su abuelo), Numancia, William Ernest Henley..., Antonio Ruiz relata las peripecias de dos centurias de las Juventudes Libertarias sorianas, la “Megara” y la “Lintennon”, a las que el inicio de la contienda sorprendió (o no tanto) en Sotillo del Rincón, pueblo situado en el Valle del Río Razón. Cuando todo comenzó, cuando la columna de Mola entraba en Soria y percibieron que era irremediable la lucha y que ésta, muy posiblemente, no se iba a inclinar a favor de ellos, instalaron el campamento cerca de la laguna de Cebollera, haciendo incursiones, que al principio, como vemos en películas de esa época, eran

“... pequeños golpes de mano. Ataques a polvorines, represión contra los fascistas más señalados, aquellos que, por aquellos días, capitaneaban los fusilamientos indiscriminados. También apropiaciones revolucionarias, asaltando las casas de los más adinerados, etc. Creábamos un sano terror pues nadie podía considerarse a salvo y, en un caso dado, tenían que dar cuenta de su conducta. Naturalmente las autoridades detectaron esta actividad, pero tardaron mucho en localizar el foco de donde irradiaba”.

Cuando leía esto, me imaginaba a esos libertarios prendiendo fuego, por no ser más cruel, a las propiedades de los ricachos (todavía a día de hoy) cuyos nombres aparecen en documentos, y a cuyas manos iban a parar todo aquello incautado a los asesinados o represaliados de la izquierda, para que sus rentas fueran enviadas al “Glorioso Ejército Español que lucha por Dios y por España”. Pero terminaban en sus cuentas corrientes, o compraban pueblos deshabitados.

Había que ir más allá, se dijeron. La espoleta fue un cartel que los italianos habían colocado cerca de las ruinas de Numancia donde anunciaban que Roma había vuelto. ¡En Numancia!, ¡En su Numancia! Era necesario atacar el campo de aviación de Garray, desde donde salían para bombardear el Norte, y quemar los aviones de los italianos. Caminaron de noche, lo hicieron por las cumbres de las sierras, por el cauce de los ríos, eliminaron a los centinelas y quemaron los aviones. Después..., eso tendrán que averiguarlo los lectores. Edorta, el protagonista, acaba en el interior de una cueva con reminiscencias legendarias de tesoros ocultos, que también deberá averiguarlo usted que está leyendo esto.

Pero, ¿a qué se debe el título de La quinta estación? Dejemos que lo explique el autor:

La quinta estación es la que encuentra Edorta cuando sale de la cueva. En las Tierras Altas de Soria el verano acaba pronto. Depende de los años, pero a partir del 15 de Agosto ya hace frío por las tardes y por estas fechas o un poco más adelante suelen desencadenarse fuertes tormentas que a veces duran días. Según el calendario queda más de un mes y pico de verano pero, en la práctica, puede decirse que ha acabado. Ya en Julio todo se ha agostado. Lo verde, como sabemos quienes hemos vivido en el Alto Duero, dura muy poco... Y entonces, con aquellas lluvias y el frescor que suelen traer los vientos que vienen del Moncayo y del Urbión, llega la Quinta Estación. Mucho antes de que llegue el Otoño, adviene una segunda primavera. Todo vuelve a verdecer, muchas plantas florecen y el clima se suaviza. Es quizá la mejor parte del año, la más proclive a los largos paseos y al disfrute de la naturaleza. Son fechas descartadas, porque no hay tareas en el campo, los turistas se han marchado y el curso escolar todavía no ha comenzado (...)”.

En esta nueva novela de Antonio Ruiz Vega hay también una historia de amor-sexo con una mujer de Villar del Ala, compañera de otro huido. Con la delicadeza que acostumbra a utilizar el autor para este tipo de conteras, la historia-triángulo, con bastante componente sórdido, se convierte en algo sutil, delicado y hasta amable.

La quinta estación es una novela corta pero muy intensa. Quizá la historia daría para alargarla, material hay, pero perdería mucha esencia. Creo que en esta novela corta o relato largo, que se lee de un tirón, Antonio Ruiz Vega transmite todo lo que desea, sin rodeos ni florituras, yendo directamente al corazón de la historia que Edorta le contó muchos años antes.

Isabel Goig Soler

Ficha del autor

 

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