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Una buena chica Alfonso Bengoechea Miravalles
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En esta ocasión, el prolífico escritor Alfonso Bengoechea, se mete en la piel de una muchacha joven, tierna e inexperta, para dejarnos una muestra más de su agilidad en esto de la escritura. De nuevo, la narración transcurre en Lisboa. La narradora, la joven tierna e inexperta, busca afanosamente armar una novela, y lo intenta trabajando como asistenta en casa de una señora artrítica, con amigas de avanzada edad, juegos de canasta y lectura de Tarot. Juego inocente, el de la canasta, que acabó convirtiéndose en una timba que le hizo perder a la protagonista bastante dinero, llegando a empeñar objetos heredados de sus padres. Un día cambió su suerte. Leamos el prólogo a continuación, pero antes decir -escribir- que agobiada por el trabajo acumulado, pensé en pasar los ojos sobre el texto y, como me ha sucedido con toda la narrativa de Alfonso, me enganchó y la acabé, a las horas de comenzarla, habiéndola leído detenidamente. © soria-goig.com Prólogo “Me costó Dios y ayuda, para usar el término de nuestras abuelas, lograr que este libro no acabara convertido en una novela moralizante. Los escritores como yo, jóvenes, tiernos e inexpertos, vivimos presas de la irresistible tentación de mostrar el buen camino a nuestros lectores. No sospechamos, desde el abismo sin fondo de nuestra ignorancia, que mientras crece el número de escritores pretenciosamente moralizantes, el de lectores que gustan de ser guiados mediante novelas, hace tiempo que está en franca caída. Al fin y al postre, que dirían también nuestras abuelas, la protagonista de esta historia resolvió la espinosa alternativa de si moralizar o entretener, relatando por su propia boca una experiencia personal sin necesidad de intermediarios literarios con pruritos instructivos. Esta es su historia. Una historia que discurre entre la tristeza, la ingenuidad y el humor negro que narra cómo desde un universo benevolente, ingenuo y bien intencionado, puede descenderse al mundo real sin alborotarse demasiado los cabellos. Y, sobre todo, que el hombre -o la mujer en este caso-, encuentra a menudo su destino, justamente al final del camino que había elegido para intentar evitarlo”.
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