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LOS ÚLTIMOS
Voces de la Laponia española

Paco Cerdà

Edita: Pepitas de calabaza/Los úlltimos
Logroño, 2017
163 páginas

 

Paco Cerdà es un periodista del Levante-EMV, nacido en Genovés (Valencia). Aquello que indujo a este joven que apenas ha rebasado los treinta años, a recorrer un triángulo que comienza en el Mediterráneo y tiene su vértice en la Meseta, nos es, por el momento, desconocido. “Los últimos” no es un tratado sobre la despoblación, tampoco una novela donde todo el peso de la soledad y la nostalgia recae sobre un personaje. Si no fuera por el tema de fondo y por la austeridad del autor, podría enlazar con la novela de Jack Kerouac, En el camino, aunque sin drogas ni bohemia, algo que, por cierto, tampoco utilizó el norteamericano por muy bien que describiera sus efectos. 

La prosa rápida, fresca y fluida y a la vez mesurada, da lugar a unas descripciones que, sin embargo, son perfectamente detallistas. Al acabar de leer alguna de ellas, el deseo de saber más parece que fueran escasas, sin embargo, al releerlas, se observa que no falta ningún detalle.

Conducir en solitario hasta los 1095 metros de altitud sobre los que se eleva El Collado [La Rioja] invita a dejar volar la imaginación para, poco después, querer enjaularla de nuevo. Primero las altas e interminables montañas erguidas como un mundo ideado por Tolkien, aunque sin anillos ni tesoros, evocan la imagen de un paraíso virgen. De una tierra cuya rotación y traslación discurren al margen del biorritmo general y los tempos humanos. La tierra ondulada compite con la montaña. La vid con el olivo. La soledad con una sensación nítida de destierro y extinción.

El tema, como se deduce, es la tremenda despoblación de ese triángulo llamado Serranía Celtibérica, bien poblado, aunque en asentamientos aislados, por las tribus prehistóricas que le dan nombre, y en la actualidad en fase de coma poblacional. Paco Cerdà, el autor, ha dividido esta publicación en diez partes que coinciden con los lugares que él ha visitado: Guadalajara. Zona Cero; Teruel. Demotanasia; La Rioja. “O te mueves o te vas”; Burgos. Templo de silencio; Valencia. Maquis del sistema; Cuenca. Campo de tierra; Zaragoza. El último pupitre; Soria. El origen de la fe amarilla; Segovia. Lejos del mundanal ruido; Castelló. La chaqueta de Simón.

Ha visitado lugares concretos de cada provincia. En Guadalajara algunos de los que se asientan en los montes Universales. En Teruel se informa a través del profesor Francisco Burillo de la problemática de esta Laponia española. En La Rioja viaja hasta El Collado. Una entrevista al abad de Silos, Moisés Salgado, es elegida para exponer la despoblación en Burgos:         

Así como al habitante de la gran ciudad el ajetreo que le rodea le inocula una velocidad excesiva, desde su andar a su forma de comer rápido, en estas zonas rurales la tranquilidad y la paz que imperan influyen en sus habitantes. El castellano es tranquilo, sereno, parsimonioso. El paisaje influye. El frío también (Dice el abad)

El Rincón de Ademuz (“de la otra Valencia que mira a Poniente, castellana en el habla”), es el espacio elegido para informar -e informarse- de la despoblación de la zona. En Cuenca adquiere importancia para el autor no la población de Campillo, si no el campo de fútbol de ese lugar. Un guiño a los valores eternos, con o sin población. Para Zaragoza elije los pueblecitos que se alinean a la orilla del río Manubles, soriano de nacimiento. El maestro, recuerda para Cerdà una anécdota sucedida en su primer año de magisterio, en Cuevas de Cañart (Teruel), que refleja a la perfección el carácter del hombre rural. Héctor, el maestro, ve, mientras come en el bar, cómo se derrumban las torres gemelas (“llamas, humo, terror”). A su lado, un grupo de hombres juega a las cartas. Se dirige a uno de ellos diciendo “¿Ha visto? ¡Están cayendo las torres gemelas!”. El hombre, impasible, responde: “Ah, sí, sí. Bah, qué jaleo... Pues este invierno va a hacer frío, maestro, va a hacer frío”.

A Soria llegó también, naturalmente. Visitó Sarnago, Aldealcardo y Bretún. Recuerda especialmente en este capítulo a Julio Llamazares a quien, según sus propias palabras, le hubiera gustado escribir este libro. La lluvia amarilla está presente también en el título del capítulo “Soria, el origen de la fe amarilla”. Aunque Llamazares no ubicó su obra en Sarnago, si no en Ainielle (Huesca), también influyó en el autor la visita que una noche de San Juan hizo a Sarnago. Aquí habla Paco Cerdà con José Carrascosa y su hijo José Mari. Hablan de la dificultad para conseguir que el obispado ceda por cincuenta años las ruinas de lo que un día fuera iglesia, de la lucha por conseguir que Sarnago no se convierta en despoblado, o mejor, volver a renacerlo, pues despoblado, aunque por poco tiempo, llegó a estar. Acompañado de Isabel Goig, se acercó a Aldealcardo, casi a pie de carretera, deshabitado y arruinado. Y desde ahí a Bretún, donde todavía resisten algunas personas y, especialmente, la fundación de Vicente Marín.

El precioso pueblo de Maderuelo (Segovia) sirve para el objeto de la publicación, aunque llega en fechas en las que la población se encuentra reunida para celebrar unas fiestas que en Segovia son muy importantes, las Águedas. Maderuelo padeció inundación por las aguas de un pantano que sumergió buena parte de las tierras de su municipio y perdió, con ellas, su importante vacada.

El recuerdo de “Cien años de soledad” sirve para introducir el último capítulo de este fascinante libro, Castelló y, concretamente, un despoblado del interior, Les Alberedes: 

Muchos años después, frente al pelotón de casas derruidas, Lucía habría de recordar aquel día en que el abuelo Blas murió en su aldea. Una caballería llegó a Les Alberedes y cargó el ataúd. Con unas cuerdas ataron la humilde caja y la cubrieron con una sencilla sábana blanca. La comitiva fúnebre, enlutada... 

Y llegado a este punto, el libro se nos ha hecho muy corto. Recopilemos. Paco Cerdà, pese a su juventud y a residir en una gran ciudad, conoce perfectamente las claves de la despoblación, que ha dado, explícita o implícitamente, en cada capítulo. Por un lado la dignidad de la resistencia de aquellos a quienes ha entrevistado, los últimos, en efecto, esos que, a decir del profesor Carmelo Romero, cuidan el pueblo y todo lo que fue, como la Macorina de uno de mis relatos, a fin de que Cerdàs, Goigs, Abeles, puedan, podamos, seguir escribiendo sobre ellos y recogiendo con todo el amor lo que resta para que nunca se olvide. Por otro lado, en cada capítulo, aquello que marca a los últimos: el recuerdo de la Escuela, los juegos de naipes, el amor por el fútbol (especialmente si se trata de su equipo local), la continuidad de las fiestas populares (aunque en muchos pueblos se hayan trasladado al verano, cuando vuelven los descendientes), el monasterio como lugar de recogimiento dentro del reposo general, el lamento por la falta de niños, de servicios básicos, la falta de comprensión de los habitantes de los pueblos cercanos con abundancia de población. Y, desde luego, el elemento físico, montaña y frío.

Isabel Goig 

 

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