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MANUAL DE ACTUACIONES
 (POEMAS 1995-2010)
Lorenzo Soler

Edita: EKPHRASIS, 2012

 

Atónito. Ese es el estado habitual del hombre contemporáneo. Atónito ante lo inalcanzable del enigma. Atónito ante lo estéril de la voluntad personal. Atónito ante la magnitud de su soledad. Se desliza el mundo por los arcos del universo indiferente ante los deseos del individuo. La suprema posesión de la tierra se divide desde sus orígenes entre los poderosos y el hombre no puede hacer más que pertenecer atónito. Desde tiempos de Atila, Alejandro el Magno, Almanzor, Napoleón o Hitler –salvando distancias y circunstancias- pusieron bajo su bota, con la razón de la fuerza, una buena parte del mundo conocido. Con este ciego vasallaje hemos contado desde siempre. Pero lo peor es que este siglo que acaba de nacer ha aportado nuevos, mayores e inesperados motivos de recelo ante lo oscuro e indescifrable de nuestro entorno cotidiano.

Espero y deseo que la poesía sea un lenitivo para todos nosotros en el escenario de la infamia. O al menos, como afirmaba Luis Rosales “que todo cuando llevo escrito sean las huellas de mi intento, quizá cenizas. Pero a mí nadie podrá quitarme el gozo y el dolor que me dieron estos versos”. Confío en que el lector participe de estos sentimientos. Y que todos lo veamos.

Lorenzo Soler

En Calatañazor (Soria), 2012

 

Se trata de la última publicación del director de cine, pintor, escritor y poeta, Lorenzo Soler. El texto anterior es el que aparece en la contraportada del libro, que ha sido editado por EKPHRASIS. La foto de portada y la del autor, en la solapa, son de su compañera Anna Turbau.

Está dividido en tres apartados, I De este oscuro fondo; II Los creyentes, acaso; y III Fieramente retratos.

De Los creyentes, acaso, vamos a reproducir las “Instrucciones para andar por la calle”, largo, pero…, juzgad. Está dedicado a Manuel Barrios, on the road.

 

Instrucciones para andar por la calle

 

Antes de que resbale mi pie por el asfalto debo pensarlo bien.

He de palparme los ojos a dos manos

y peinarme los labios con paciencia, mansamente,

como si no fuera esta crucifixión conmigo.

He de pensarlo bien y no dejarme ninguna emergencia en el bolsillo,

ningún paño de lágrimas en la cafetería

de ciento veintiocho, esquina a donde siempre, dos casas más abajo

de mi duelo.

He de pensarlo bien.

Primero olfateando sin prisa el ascensor y su descenso.

(El viaje puede durar cien días con sus noches y un largo recorrido

entre paredes,

hágase de dios la luz entre mis piernas y ábrase paso mi esqueleto

como pueda).

He de pensarlo bien, he de pisar primero con el tacón oculto de los

días más prósperos

y salir a la calle disimuladamente armado de conciencia y cercanía.

¡A la calle! ¡A la calle! ¿A las barricadas? A veces.

Porque son tiempos voraces, no cabe la menor duda,

mientras los humanos, a su sudor de bestia abandonados, gritan,

vociferan en las esquinas pardas, proliferan esclavos de liturgias

letales.

Porque hay que saber abrirse paso entre los estatutos,

entre las leyes ácidas, las ordenanzas múltiples, las disposiciones

sextas,

los apartados sin apartar que se mueren de aburrimiento y asco porque

nadie ha leído

los párrafos quintos de la letra pequeña…

Saber acelerar los pliegos de descargo, las transfusiones de tinta en el

papel, la relación

de daños en el alma, las instancias en la prosa grisácea de los

acojonados.

Hacer balance de las dimisiones, presencias, sobresaltos, cojeras

del pie izquierdo

y amontonamiento de huesos que nos duelen. Indagar la raíz del

mediosueño,

del duermevela que acorrala, de las afiliaciones in extremis, de las

lecturas agrias.

Olvidar que la lista de teléfonos contiene mi apellido y el de mis

enemigos,

pero también los nombres a millares de hermanos ocultos entre

enebros, pinos, huertas,

casas adosadas y hasta rascacielos. Todos.

Hay que pensar bien en todo esto cuando nos decidimos a pisar la calle

como números

y nos cruzamos con quienes van a la oficina cinco veces por semana y

por costumbre

con su hedor de hormiguero y catástrofe a cuestas, los esclavos.

Hay tanto por ahuyentar que antes de poner el pie sobre el asfalto

hay que saber de qué arteria cojea el vecino del ático, el portero sin

luces,

la empleada de la gasolinera de la esquina, el taxista de espaldas todo

el rato,

el dueño del estanco, el vendedor de trajes, el fresador en paro,

el zapatero que trafica con las tallas de los zapatos que vende,

el farmacéutico siempre serio, el carnicero que comercia con carne de

caballo.

2.

¡Protejámonos de las multitudes de los seres grises!

Tres personas por metro cuadrado (según cálculo de la policía local)

es ya un suicidio consentido por las leyes al uso,

ésas que acatan más o menos ciegos de dudas los homínidos.

Ahí están representados todos ellos, abriendo sus fauces, ahítos de

victoria,

proclamándose al sol de la mañana, al sol que más calienta,

sin saber que saber perder es nutritivo para el alma y sus orillas.

Hombres, hombres fatuos, poderosos, y sus mujeres de tercer nivel

que los adoran. Librémonos de ellos, pero más del influjo de las

mujeres-látigo,

infranqueables mujeres de piel limón oscuro, que hieren cuando ríen.

Mujeres que hoy amamantan lobos y mañana lagartos.

Mujeres que huelen a princesas, a cristal de Bohemia, a incertidumbre

y a paloma en celo. Hombres que las crucifican y hombres que

se dejan crucificar

por ellas.

Que entienden el amor a dentelladas, a golpes de zapato viejo

(aquí te abro una herida), a maldición y odio.

Hombres de arena con los ojos dañados, (porque la luz del sol

de la mañana es torva),

hombres que se adoran a sí mismos. Que cada tres palabras dicen YO.

Que cada siete pasos dicen MI, y que encantados de haberse conocido,

se olvidan

de llorar por los poros abiertos como cuando eran niños y tenían

amigos de pantalón corto. Hombres sodomizados por mujeres-pene,

librémonos también de ellos, porque ríen, hablan, piensan, bullen,

tejen una cortina maliciosa para ocultar su soga miserable.

Hombres que les tiemblan las corvas cuando te acompañan del brazo

por la calle

camino de la humana miseria cotidiana.

Con semejante fauna la vida es un espectáculo en 3D no apto para

menores de 18 años,

una película de Walt Disney contada por un sádico.

3.

No contaminarse es la consigna. Pero eso no se enseña, se aprende en

el camino

y se goza en la intimidad de los devotos.

Afirmo que me siento sustantivo con mis culpas sin culpa,

pronombre posesivo desnudo por delante, libérrimo, pájaro que vuela

tercamente

y que no me doy por aludido cuando los vendedores de espuma

me señalan la lista amarga de los confesos donde yo nunca inscribiré

mi nombre.

De eso estoy seguro.

                              Mas de otras cosas, no.

© Lorenzo Soler

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