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MOVIMIENTO DE TRASLACIÓN

Silvano Andrés de la Morena

Ediciones Granzas de yeros

SORIA 2002

 

Llega a nuestras manos un libro denso, de exquisita rigurosidad formal, en el que podemos encontrar desde el poema clásico como el soneto, hasta la fuerza expresiva del versículo moderno. Pero también una obra que retrata, en muchos aspectos, el malestar del hombre postmoderno y globalizado, en un momento límite de la historia humana, cuya incertidumbre planea a través de una lengua incisiva, cuidada, reflexiva y poética.

Sin duda, quien lea este poemario lo entenderá mejor si dispone de algunas claves biográficas del autor. Silvano Andrés de la Morena nació, en el seno de una dinámica familia de campesinos,  en Cuevas de Ayllón, uno de tantos pueblos de Soria que se fue desnudando poco a poco de gente desde los años sesenta. La vida rural, el paisaje castellano, rico en matices y alma, más la cultura de un extenso cancionero transmitido de generación en generación, y compuesto no sólo de romances sino también de tantas historias que cantaban y contaban las abuelas, fueron el pan reciente que empezó a nutrir el espíritu del poeta. Pero el padre quería que el hijo estudiase. Y así, tras pasar por el Instituto Antonio Machado de Soria, cursó los primeros tres años de Filología Hispánica en el Colegio Universitario. La inquietud juvenil, cuando no la necesidad, le llevaron a cursar los dos últimos años en la Universidad Central de Barcelona, ciudad a la que acabaría volviendo años después, tras los pasos de una mujer, con quien vive en el barrio del Ensanche. Cada mañana, huyendo del coche, coge el metro que le lleva a la vecina ciudad de Santa Coloma de Gramenet, por cuyas empinadas y caóticas calles anda quince minutos hasta llegar al Instituto de Enseñanza Secundaria Terra Roja, donde enseña lengua y literatura a unos alumnos que, si hasta hace poco eran hijos de emigrantes de las Españas, hoy lo son de todos los continentes.

Gran parte de las composiciones de Movimiento de Traslación presentan el paisaje y la vida del pueblo soriano como trasfondo sobre el que palpita el sentir del yo poético. De Noviembre a Octubre, el poeta vive y describe ese paisaje, recogiendo todos los matices, todas las transformaciones que el viaje anual de la Tierra nos regala. Es el paisaje de la infancia, el paisaje interior, que nos permite conocer, acariciar y revivir literariamente tantos detalles, tantas sensaciones. Silvano Andrés regresa a Cuevas de Ayllón siempre que puede, pero vive, trabaja y escribe en y desde Barcelona, por lo que puede descubrirse en esta obra una doble nostalgia. Una, la de lo amado que se sueña lejos

"Y hoy, noto tu piel por horizontes de asfalto,
al desplomarse sobre mi cara una hoja soñada
del roble lejano...".

La otra tal vez más grave, más profunda, con tintes más sociales, pues canta un mundo y unos campos que se quedan vacíos, una forma de vida que desaparece.

 "Pero las mielgas crecen
y los chaparros sueñan,
sin manos a las que ofrendar
sus alcancías."

 Se universaliza de esta manera una terrible paradoja, compartida, cada día que pasa, por más y más ciudadanos del planeta. El poeta, como media Humanidad, es un transterrado al que le duele el abandono en que deja el horizonte que le vio nacer.

"Había que volver.
A segar las lágrimas
de tantos campos yermos,
que oxidaban aldabas..."

Mas el poeta sí que dispone de algo para salvar ese mundo que desaparece: el poder de la palabra, de esa palabra que lo preserva en imágenes y que perpetúa la palabra misma. De aquí que, a la inevitable dificultad de toda lectura poética, surja una añadida: la del rico léxico que se reivindica. Por eso, de vez en cuando, hay que coger el diccionario, no vaya a ser que el lector se quede sin saber qué son las estevas, los alfanjes, las abarcas, el ababol, las zoquetas, las albardas ...

Si en los momentos más descriptivos pesan sobre todo los sustantivos, por el afán de nombrar todo lo amado: flores, aves, accidentes geográficos del paisaje, muchos ya desconocidos para la mayoría, las labores del campo..., la adjetivación se muestra discreta, humilde, justa, como lo es el paisaje castellano. Pero también es una poesía de verbos. A veces tan imperceptibles como el avanzar de las estaciones, ese movimiento de traslación que nos enseña, especialmente en Soria, la bondad del ritmo pausado, el discurrir del tiempo, y también el silencio, necesarios para  dejar paso a la vida, sentirla y  convertirla en poesía.

Pero no sólo hay paisaje en Movimiento de traslación. En su  camino por los doce meses del año, Silvano Andrés expresa, sobre la grupa de las estaciones, sus vivencias y reflexiones sobre la condición del ser humano, sobre la poesía y su proceso creativo, sobre el amor, sobre la historia y el hacerse de la cultura humana... Son todos los hilos que van tejiendo el poema, todos los "tú" que lo van urdiendo. En muchos de estos poemas encontraremos ese "tú" protagonista, cuyo nombre a veces es enero, otras abril, o Carme, o un dios o diosa griegos. Otras, somos  todos nosotros, en enero, en abril, en septiembre... Y el septiembre del año en el que elabora su obra, en ese fatídico 2001, se convierte trágicamente para la posteridad en un “11 de septiembre en Nueva York”, símbolo de un mundo desorientado, incierto y de globalidad unilateral, hasta en el terror.

 "... cuando gritaban las mieses de la siega
entre la ceguera del destrozo
y el luto del espanto.
Cambiaba el mundo cambiado,
en choque de dioses sin dios,
con redentores de trueno y rayo
".

Planea la asunción de que el escritor es un ciudadano comprometido en su reflexión sobre el horror, los dolores que el ser humano infringe al ser humano. En la única prosa poética del libro, Los dioses se confunden, parece que el poeta, después de haber cantado a tanta belleza, a tantos goces de la vida, hiciera una llamada de atención por la responsabilidad que todos tenemos del estado de cosas al que se ha llegado, que pidiera perdón por ser pesimista, por ese temor al futuro, a "estos nuevos umbrales", a que "tal vez hayamos bloqueado la estampa inmóvil del escombro".

Pero no quiere el autor acabar el libro con este dolor, con ese pesimismo. En septiembre comienza de nuevo el  curso académico, en Barcelona. Son pocos los poemas dedicados a la ciudad, pero muy significativos. Porque el poeta nos descubre que tiene ya dos patrias, si es que cree en las patrias (resulta muy significativo a este respecto el poema titulado La patria de la voz) : la que guarda las raíces y busca un futuro, en Castilla, y la abierta ciudad mediterránea donde todas las culturas y los sueños pugnan por tener cabida en libertad.

"Porque Barcelona
envuelve mundos en el mundo,
con la esperanza de mirar al Sur. Muchachos,
sobre el cemento de Barcelona danzan todas las vidas
con todas las palabras. A pesar de que las raíces de la hierba sueñen lejos."

Nada mejor que acabar este prólogo invitando al lector a disfrutar de esta nueva obra que nos ofrece Silvano Andrés de la Morena, justo un año después de la aparición de Aquietando luz, y a compartir con él la certeza de que 

"La poesía existe
en las márgenes
de la vida.
Contra la vida.
Entre la vida.
Sobre la vida."...

Así como que

"Tras la poesía
la vida se arrastre
para por
hasta el silencio y la risa
”.

 © Maijo Fresno Cardenal  

 

Ficha del autor

 

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