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PASEANDO SORIA. Isabel Goig Soler Editorial Ochoa |
A la Ciudad de Soria se la ha llamado “la bien cantada”. Casi siempre, ha sido su río, el Duero, y los pequeños monumentos que a sus orillas se asientan, el motivo de ese canto, lo que ha inspirado a los poetas. La mirada detenida en los ríos nos convierte a todos en Heráclito, por eso ejerce esa fascinación en el alma humana. Cuando, entre la fronda de las orillas, haciendo un hueco con las manos, lo encontramos, el nerviosismo da paso a la serenidad, ahí está. Físicamente sólo es una corriente de agua que se dirige al mar, pero arrastra con ella la vida, una y otra vez. Por otro lado asienta esa vida. Dicen que alrededor del río Duero llegaron hombres íberos o celtíberos, qué más da, antepasados, en todo caso. El caso es que el río Duero, antes de servir de inspiración a todos los poetas que han pasado por esta ciudad, ha sido despensa del pueblo, vía por donde entraban novedades y productos de otros pueblos, a veces, enemigos, lavadero donde las mujeres blanqueaban la ropa, donde se lavaba la lana de las ovejas y después se bataneaba, donde se limpiaban y blanqueaban las pieles, de donde se conseguían las cañas. El río Duero tuvo otra tarea no menos importante, servir de frontera natural en la Alta Edad Media entre moros y cristianos. Se puede decir que esa frontera cambiaba la Historia repetidamente, a lo largo de los siglos. Quizá por eso, la Ciudad de Soria, primero villa, tardó tanto en fundarse, porque las tierras eran fronterizas y el Duero marcaba ese confín. Por otro lado era necesario poblar estas tierras, fijar la población, dar fueros, para que los propios habitantes, guiados por los caballeros, hicieran frente al enemigo que venía del sur. Antes que Soria se fijó población en Osma, Berlanga de Duero, Calatañazor y Andaluz, a las que después se unirían Garray y otras aldeas que siglos después serían Tierras de Soria. La villa de Soria se formaría para la Historia a principio del siglo XII, y en el padrón que mandó hacer Alfonso X en el año 1270 ya estaba compuesta por una comunidad de 273 aldeas y colaciones, estas últimas en número de 34, dentro de los límites de la Ciudad, cada una con su iglesia advocada, en la mayoría de los casos, al patrón del lugar de procedencia de sus habitantes. Se construiría el castillo, alrededor del cual se iría configurando la nueva ciudad. Antes, con seguridad, que habría en ese lugar, como estratégico que es, una atalaya de vigilancia sobre el río, que conectaría con otras, formando el más primitivo sistema de comunicación regulado conocido. Después se fortificaría la ciudad, pero parte de sus murallas fueron derruidas en el siglo XIX por la francesada. El resto, salvo algún lienzo disperso por los terrenos que formaron su perímetro, pasaría a convertirse en material de edificación. Todo permanece, aunque no sepamos dónde buscarlo. Bodas y paces o paces y bodas, pues lo uno conllevaba lo otro, se celebraron en Soria a lo largo de la Edad Media, o se pactaban y después, villas de la provincia fronterizas con Aragón, acogían las firmas y celebraciones. El Honrado Concejo de la Mesta de Pastores, creado por Alfonso X en 1273, daría un auge importante a las tierras sorianas, al discurrir por ellas el tejido de cañadas, cordeles y veredas. Para Soria, algún siglo después, supuso la residencia en la Ciudad de los más importantes ganaderos que, con el tiempo, conseguirían títulos nobiliarios, pero antes, habían construido, pegadas a las murallas, sus hermosas casonas blasonadas. Cinco mil cuatrocientas almas cuenta Pascual Madoz en su Diccionario, elaborado entre los años 1845-50, residentes en ochocientas cincuenta casas de dos y tres pisos la mayoría, y otras, pocas, de cuatro y cinco. Pocos más habitantes tenía a principio del siglo XX, unos siete mil. Casi todos vivían de la agricultura, la ganadería y el comercio. En las dos primeras actividades tenían mucho que decir los nobles, dueños de tierras y rebaños. Es a partir del siglo XX cuando se forma en Soria un grupo de intelectuales, alrededor primero de la figura física de Antonio Machado, después de su obra y recuerdo, asentado en el Casino. Más tarde sería Gerardo Diego, y luego personajes sorianos, enamorados de Soria y, por supuesto, de su río Duero. ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?, podríamos decir, recordando a Lope de Vega. ¿Qué tenía la ciudad para que a ella llegaran, en visita, después de marcharse Machado, personajes ilustres de las letras y la filosofía? Uno de los anfitriones, quizá el principal, fue don José Tudela de la Orden. Llegaban de visita, pero su espíritu, lo que después escribían sobre ella, iba haciendo mella entre una élite de la ciudadanía. Las tertulias tuvieron su importancia, algunas, a mediados de siglo, alrededor de Julián Marías. Se estudiaban las canciones tradicionales, se daban conferencias, hubo dos ateneos, había un ambiente cultural importante que la llegada de la Guerra Civil cortó de cuajo, convirtiendo la Ciudad en coto privado de miembros de la Iglesia Católica, llegando a ser tan levítica como cualquier otra castellana de la época. Por otro lado, el clero en Soria nunca se había sentido acorralado. La ciudad ha crecido a costa de la provincia, cuyos pueblos han mermado en algunos casos hasta el noventa por ciento de la población, no todos se instalaron en Soria, la mayoría de ellos marcharon a zonas industrializadas, pero con todo la capital acogió a bastantes. Así que, a partir de los años sesenta, alcanzando el cénit en los noventa, se desarrolló en Soria, como en el resto de España, una pasión devoradora por utilizar la piqueta primero y el ladrillo después, convirtiendo a la ciudad castellana que era Soria, en un remedo de modernidad tirando a vulgar, por lo menos. Hoy Soria es un lugar cómodo para vivir, digna de ser paseada y, desde algunas zonas, contemplada. Cualquier época del año es buena, pese a la fama de fría que tiene, bien merecida por otro lado. En muchos lugares, sobre todo del norte del país, soportan más frío, el problema del clima de Soria es que el invierno se prolonga demasiado, dejando que la primavera se retarde. Muchos sorianos estarán de acuerdo con nosotras, si decimos que una gran nevada en la ciudad, hacen de ella un hermoso monumento natural, a lo que se une el silencio. Sólo por contemplarla, blanca, y escuchar cómo rompe ese silencio la nieve que cae de pinos y abetos, en la Alameda, merece la pena una visita. La población actual de Soria, rondando los cuarenta mil habitantes, tiene su base en personas de más de sesenta años, los más activos y participativos, por otro lado. Como otra ciudad cualquiera, existe el emigrantado, variado y colorista. Los jóvenes, tan bulliciosos como en todas las ciudades, tienen sus zonas de recreo, ruedan en motos ruidosas unos, y otros, intervienen en actividades sociales y políticas agrupados, o no, en asociaciones. El comercio abunda, no es necesario que se traslade al extrarradio, a las grandes superficies, para comprar. Los establecimientos de bebidas, vulgo bares, pululan todavía más. El soriano, en cuanto nota que el viento ha parado de soplar, y el sol hace acto de presencia, se lanza a la calle, nos lanzamos a la calle, a pasear, ver, saludar, comprar y, naturalmente, tomar unos vinos o unas cañas. Costumbre muy mediterránea, por otro lado. El Ayuntamiento de Soria, Caja Duero, la Fundación Duques de Soria, y otras entidades, pero en especial estas tres, programan variadas e interesantes actividades a lo largo del año, por lo que debe estar atento, pues alguna de ellas le va a resultar atractiva. Museos, de momento, sólo tenemos dos, el Numantino y el de la Colegiata de San Pedro. Los restos de aquella Soria que fue, junto a la Soria vivida hoy, es lo que queremos mostrarles, a nuestra manera, paseando, sin detenernos demasiado en descripciones artísticas, toda vez que eso ya está hecho, y no haríamos más que copiar el trabajo de otros. Por otro lado, la Oficina de Turismo ofrece folletos donde eso ya ha sido copiado. No vamos a decir dónde deben comer, beber o dormir, por lo mismo, vivimos aquí, por lo que nuestra necesidad de acudir a establecimientos de este tipo, es nula. Aún hay más, podríamos haber conseguido publicidad directa o encubierta, pero quienes nos conocen a través de nuestros trabajos, tanto en la red como en papel, saben que nunca hemos utilizado la publicidad. Por el hecho de pagar un canon, no se asa mejor el cordero. Sí recomendaremos entrar en algún establecimiento singular, por puro gusto, porque nosotras también lo hacemos. © Isabel Goig Todos los libros de la autora |
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