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CUENTOS DE UN PUEBLO CON PICOTA

Eutiquio Cabrerizo

Correo de Eutiquio Cabrerizo

lustraciones: Cruz López
Diseño e impresión: Ochoa Editores
SORIA, 2007
 

 
 

 

Entremorríos, Rivalba, Fuentearmegil…, un pueblo del Oeste provincial de Soria, una villa, un lugar como tantos otros, con río, torca, picota, nogalas, cocinas para contar historias, bodeguillas donde refrescar el vino clarete y ácido, sirve de marco para que Eutiquio Cabrerizo sitúe sus recuerdos, el mayo, los juegos, el reinado de mozos, las enramadas…

Unos cuentos que son historias, o unas historias que son cuentos, da igual. Unos trasnoches sabiamente ornados, rozados de palabras ya en desuso: pinguirucha, ubios, zapita, ascuarril, cachimanes, tresvales, todas colocadas en su justo lugar, como si no cupiesen –que no caben- otras.

Hermosas metáforas y descripciones, como la del tren “Contaban que el tren era como una fila de cubas atadas una detrás de otra, arrastradas por más de cien bueyes que corrían por un camino de hierro apaleados por trallas de puntas de acero”. O la del invierno “El invierno era en tiempo de niños un lobo solitario y viejo que buscaba comida hambriento y la cocina de mi abuela nos resguardaba de sus dientes rabiosos y del aliento helado que lanzaba por los ojos y por la boca”. O la utilizada para hablar de los recueros de su abuela “Mi abuela tenía la memoria desmadejada por los avatares de la vida”.

Pequeñas historias sencillas y creíbles, tanto que muy posiblemente hayan sucedido una y mil veces en todos los pueblos de las tierras de Soria, y que ahora ya, la despoblación, que Eutiquio llama “desarraigo”, se las lleva por delante y acabarán desapareciendo con el último anciano que nos deje para siempre, a no ser que, como hace Eutiquio, queden recogidas en cuadernos. Como la historia que cuenta en “El verdadero autor del Quijote”, donde va a dar con una confesión bien resguardada en un viejo armario del no menos vetusto Ayuntamiento. Confesión sorprendente, pues en ella se cuenta quién es el verdadero autor de los primeros capítulos de “El Quijote”. Imaginación tampoco le falta a Eutiquio, aunque todo podría ser.

Historias narradas con un tono intimista, rozado de nostalgia, la justa para hacer que el lector no levante los ojos del libro y se le haga corto, lo suficiente para desear pasear los pequeños pueblos, coger una manzana del árbol, beber un trago de vino de la bota, escuchar “las marzas”, ver la lluvia chorrear los cristales con una buena lumbre a la espalda… Todas esas cosas que tanto Eutiquio como nosotras hacemos con frecuencia.

© Isabel Goig

Ficha del autor

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