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JULIÁN SANZ DEL RÍO Antonio Machín Romero
SoriaEdita |
INTRODUCCIÓN En 1825 partía de su aldea, Torrearévalo, con un pequeño zurrón colgado de su frágil espalda, un muchachito de poco más de diez años de edad, llamado Julián Sanz del Río, en dirección a Córdoba donde le esperaba el manto protector de su tío, Don Fermín A. del Río, a la sazón canónigo de la catedral de dicha ciudad. El viaje, con ribetes épicos y románticos, podía haber sido un acontecimiento de no mayor resonancia que la destinada al ámbito familiar o, a lo sumo, local. Pero no fue así. Este viaje inicial y el que posteriormente haría nuestro protagonista a Alemania tuvieron una repercusión inmensa en el devenir cultural y político de nuestro país, como tal vez no lo haya tenido ningún otro acontecimiento de similares características. Andando el tiempo, aquel joven, cobijado bajo la sombra protectora de su tío, se convertiría en un adolescente inquieto e insaciablemente ávido de cultura. Se ganó fama de experto en temas alemanes por diferentes artículos publicados en revistas de la época y su inquietud y saber cultural lo catapultaron a las alturas académicas que lo señalaron como la persona idónea para desplazarse a Alemania para asimilar los conocimientos filosóficos de allende Los Pirineos, para después ponerlos en circulación y a disposición de los alumnos a través de la cátedra universitaria. Su estancia en Alemania fue relativamente breve, o al menos insuficiente, para profundizar en los estudios encomendados, y si no hubiera habido por su parte una actitud especialmente interesada y receptiva no habría alcanzado, a buen seguro, el éxito y aceptación que tuvo. Se centró, como sabemos, en la filosofía de Karl Christian Friedrich Krause, un filósofo que, a fuerza de ser sinceros, hemos de calificar de menor, y que si no hubiera sido por la difusión que de él hizo Sanz del Río no ocuparía más que unas cuantas líneas en los manuales al uso. Pero lo importante es que a él le sirvió de pretexto, tras un proceso de lenta asimilación y maduración de su doctrina, para elaborar un pensamiento personal acorde con lo que él creía que el pueblo español necesitaba. Pero con el tiempo, más incluso que la filosofía de Krause aunque estuviera adaptada por Sanz del Río, lo que impactó en nuestra sociedad fue la nueva manera de preocuparse por la vida, de vivirla, de pensarla y de interpretarla haciendo uso de la razón, tanto para dar sentido a esta vida como para interpretar el mundo. Él y sus seguidores, los krausistas, creyeron en la perfectibilidad humana, en el progreso de la sociedad y en la belleza de la vida. Acabó convirtiéndose en un hombre muy preocupado por el futuro de España, atrasada con respecto a Europa, y asumió que la mejor vía para enderezar el rumbo de nuestro país para aproximarlo a Europa era educar y formar bien al hombre de carne y hueso. Por eso su proyección social es más pedagógica que filosófica, y él nos interesa más como educador que como filósofo. Incluso creo que no es arriesgado afirmar que su auténtica vocación era la de educador, como ocurrió con sus más destacados seguidores. Su sistema filosófíco se conoce como racionalismo armónico. En él busca la belleza y armonía en el ser humano, cuyo ideal sería el de un ser equilibrado, respetuoso y tolerante. Pero además, a su sistema racional le añadía un profundo sentido ético que era fácil de arraigar en un país como el nuestro, de espíritu ascético y de honda tradición moral, pero que, paradójicamente, estaba siendo gobernado por quienes podían ser ejemplo de cualquier cosa menos de moralidad. Si a todo lo anteriormente dicho añadimos que su sistema ofrecía a un sector liberal de la sociedad, insatisfecho con el mundo que le rodeaba (el neo-catolicismo imperante), una forma nueva de vida, de pensamiento liberal y de contenido ético, se puede comprender el arraigo inmediato que tuvo en ella. Su pensamiento comenzó a divulgarse en 1854, cuando él se reintegró al trabajo académico en la Universidad de Madrid. Sus primeros frutos fueron ya visibles en la revolución de septiembre de 1868, en la que mucho tuvo que ver, y su influencia como ideología liberal dominante llegó hasta la Restauración. Desde entonces, su pensamiento, modulado por sus continuadores en la Institución Libre de Enseñanza, continuó alimentando ideológicamente a las sucesivas generaciones al final del siglo XIX y en las primeras décadas del XX hasta pasada la contienda civil, momento en el que los vencedores decidieron anular todo rastro del movimiento, anatemizando con tendenciosos libros sus ideas y a sus defensores, y confiscando sus bienes. Pero la voluntad de los triunfadores de la guerra civil no podía acabar con las ideas, y éstas se han dejado sentir durante todo el pasado siglo en los ambientes liberales. Resulta difícil explicar la historia de la cultura en España durante estos últimos siglos prescindiendo de la aportación cultural y ética de los krausistas. Nadie hubiese podido imaginar, ni el mismo Sanz del Río, que su aventura vital estuviese vinculada al más bello movimiento cultural y pedagógico de toda nuestra historia. En ocasiones los seres humanos son importantes y dignos de memoria por lo que han hecho; en otras, lo son porque han sentado las bases para que quienes les sucedieran lo hicieran; y, por último, pueden serlo por lo que han hecho y por la semilla que han dejado en quienes serán sus continuadores. Creo que a Sanz del Río habría que incluirlo en este último grupo. Fue hombre amante de la razón y de la ciencia, y fue ejemplo vivo y modelo de virtudes para sus alumnos. Su obra transcendió con mucho a su persona, caló hondo en determinados sectores de la sociedad y se prolongó largamente en el tiempo dejando sentir su benefactora influencia . Y, sin embargo, su figura y la influencia que ejerció están como teñidas de misterio, como si tal cosa no hubiera sido posible en las circunstancias en que se produjo, y casi resulta increíble que se pudiera transmitir su mensaje a las nuevas generaciones. Sus textos son tan herméticos y su sintaxis tan farragosa que sólo permite adentrase en ellos a quienes estén especializados, que siempre resultan ser una minoría. Su lectura y comprensión exigen paciencia sin límites, son “labor de buenos”. Esto puede explicar la carencia de ediciones de sus obras, originales o traducidas, al alcance del lector, y también que Sanz del Río no sea tan conocido como debiera, no ya entre el pueblo medianamente culto, sino incluso entre los profesionales del saber y difusores de la cultura. Sin duda su influencia mayor fue la que ejerció a través de su persona, en vivo y en directo, por medio de su ejemplo, de su palabra y de su laboriosidad. Fue más un agitador intelectual que un creador de doctrina rigurosa. He considerado oportuno presentar, aunque sea muy parcialmente, con la finalidad de que se conozca lo mejor posible nuestro protagonista, parte del contexto histórico en el cual desarrolló su actividad, pues si bien es cierto que lo que somos o hemos llegado a ser se deriva de nuestro esfuerzo personal, no es menos cierto que quedamos condicionados, para bien o para mal, por el mundo y el ambiente que nos rodea. Somos hijos también de nuestra circunstancia. Y como su actividad fundamental se desarrolló en el orden educativo, presento de manera general cómo se encontraba España en este terreno en el siglo XIX. Y como el sentido moral de la vida y el comportamiento ético fueron constantes en el pensamiento y en la personalidad de Sanz del Río, y como estos componentes están íntimamente ligados a la cuestión religiosa y como nuestro protagonista, que era hombre religioso, sin dejar de ser creyente, no nadó en las conservadoras aguas de la oficial corriente religiosa, motivo por el cual tuvo que soportar ataques de diversa consideración, me ha parecido conveniente acercar al lector el estado en que se encontraba la Iglesia y parte de su actividad en aquella época. También he querido rendir mi tributo en forma de recuerdo a estos pueblos diminutos y olvidados, tan caros a mi afecto por imperativo biológico, tan abundantes en la provincia de Soria, en trance de desaparición la mayoría de ellos, y contribuir a que la memoria no los olvide ni el paso del tiempo los borre, y más habiendo sido –como es el caso de Torrearévalo, que me sirve de pretexto- la cuna de un ser humano tan íntegro como tenaz, tan humano como riguroso, y tan ejemplar como crítico. En él, se puede afirmar que se aunaban la integridad y el hombre. De lo dicho se deduce que el lector no va a encontrar aquí un análisis de sus obras, sino un recorrido por lo que fue su vida y también su obra, con el fin de acercarle nuestro personaje. Respeto la ortografía en las citas de los textos de Sanz del Río, aunque pueda resultar chocante al lector de hoy en día, pero me ha parecido más oportuno el respetarla que el corregirla (aunque la tentación ha sido muy grande en algunos momentos), porque la forma puede contribuir también a transmitir el fondo, donde tienen asiento, junto a las virtudes que embellecen el alma humana, las miserias de cada uno de los mortales, que nos recuerdan nuestra condición imperfecta y nos invitan a asumir nuestras limitaciones. Antonio Machín Romero Ficha del autor |
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