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SORIA, AYER II Joaquín Alcalde Rodriguez
Imprime: Santos Ochoa |
De nuevo Joaquín Alcalde ha querido que sea yo quien presente su libro Soria Ayer (II), también prologado por César Millán, como el primero. Tal vez ambos le hemos dado buena suerte. Aunque creo que no la necesita, no se puede hablar de suerte y sí de trabajo bien hecho lo que hace que un libro, una foto, un cuadro, o lo que sea, reciba la aceptación de las personas hacia las que el trabajo va dirigido. Ese es el caso de la narrativa costumbrista de Joaquín Alcalde. El acertado sentido del humor, la ironía y el buen gusto, pues a nadie hiere, es el estilo de Joaquín. No cabe decir nada de su impecable forma de escribir. Si ha de echar una reprimenda a determinados personajes de la vida social y política soriana, lo hace hasta con cariño, siguiendo la máxima de un filósofo existencialista que apuntaba la mejor manera de ayudar: mostrando el lado más amable de las personas, en lugar de enfrentarles constantemente con sus defectos. Le basta al autor con mostrar cómo y de qué manera actuó determinado poncio, o tal político, o cual jefecillo, y después cada uno saque sus conclusiones. Hay algo más que caracteriza la forma de hacer literatura, como dice César Millán, el prologuista, “no haber caído, en ningún momento, en esa nostalgia que desprestigia a los propios relatos, nostalgia engalanada con la sempiterna cantinela de “cualquier tiempo pasado fue mejor””. No es Joaquín Alcalde pesimista, sino todo lo contrario, es de los que piensa que hacia atrás ni para tomar impulso, sí para recordar y escribir esos relatos que enganchan. Y enganchan, sobre todo, porque se notan vividos, conoce el material humano con el que recuerda, él mismo forma parte de esas vivencias. En el anterior volumen, Soria Ayer (I), fueron el tren, las verbenas, los bares..., en el Soria Ayer (II) el recorrido es el barrio con sus lecheros, traperos, estañadores, areneros. El racionamiento y como consecuencia lógica el estraperlo, la beneficencia, el auxilio social. El cabezazo de los más señalados del régimen, ese golpe casi reverencial ante el poncio u otra autoridad con poder y medallas que se practicaba, con riesgo de romperse las vértebras, en el cumpleaños de Franco, el Día de la Victoria o la Exaltación a la Jefatura del Estado, que no recuerdo si todo es lo mismo o son tres cosas distintas, como la Santísima Trinidad. La Venta de Piqueras, con mucha vinculación personal en la vida del matrimonio Alcalde, pues fue allí donde se casaron Joaquín y Mary Carmen al ser los padres de ella los venteros, y el pasmo sufrido por el autor cuando se encontró, frente a frente, con don Simón, párroco del Salvador, de paisano, o sea, sin sotana. Los chismorreos, esa señora que envía a la criada a por un zapatero pequeño y regordete, la muchacha se dirige al remendón, lo lleva a casa, y la señora, desde otra habitación, le dice que lo abra de arriba a abajo y le saque las tripas, el hombre todavía está corriendo. Soria Ayer (II) es también anécdotas de López Pando, relato del ritual funerario, las fiestas de San Saturio, la alcaldesa ondeando la banderita en la Vuelta Ciclista, y mucho más. Por ejemplo la plaza de Toros de Deza. Joaquín ha salido de la capital para explicar una escena que tiene lugar en el que está considerado el coso más antiguo y peculiar de la provincia, el de Deza, escena que él tilda de cargada de plasticidad y de sabor añejo que pone la guinda en una hermosa tarde de toros: los toreros, a mitad de la lidia, recorren la plaza con el capote presto para que los espectadores depositen en él un óbolo, costumbre que se mantiene desde tiempos, sino remotos, sí antiguos. Lean, pues, con atención, este precioso libro de Joaquín Alcalde, la vida tal y como él la vio, durante los años cincuenta, sesenta... Tiene buen ojo para mirar, buena memoria y una pluma que merece usía, no un cabezazo, que eso pasó a la historia, pero usía, sí. Y las fotos... Podría pensarse que en una publicación de estas características no son necesarias, pero las imágenes amplían e ilustran lo que Joaquín nos dice con la pluma. Así podemos ver a don Simón con su sotana, la alcaldesa con la banderita, los brazos en alto... ¡Felicidades Joaquín, y gracias por tu libro! Isabel Goig Prólogo Al prologar Soria, ayer quedaba patente el deseo, seguido de inmediato por muchos lectores, de una ampliación de temas y aconteceres que lo completaran. Éramos los propios lectores, más que el autor, los que veíamos la necesidad de que la narrativa costumbrista que Joaquín Alcalde había iniciado tuviese una continuación en los mismos términos. Ha pasado poco más de un año y ahora se nos ofrece de nuevo la Soria de ayer, la Soria intacta que conocieron nuestros padres y nuestros abuelos. Y Joaquín lo vuelve a hacer de la mejor manera, dejando que sea su memoria, y con ella la memoria colectiva de cientos y cientos de sorianos, la que dibujara las gentes y los escenarios de aquella ciudad de mediados del siglo XX. Todo ello sin necesidad de recurrir a ningún tipo de estudio etnográfico que tanto caracteriza a muchos de los trabajos actuales. Pero quizá lo que más caracteriza tanto a Soria, ayer como a Soria, ayer (II) es la sencillez de sus planteamientos y, lo que es más importante, la comodidad de su lectura. Todo ello unido a un completo dominio del lenguaje que hace que el libro se abra al lector desde sus primeras páginas, invitándole a echar un vistazo a esa Soria que aún se conserva en las conversaciones de los mayores. El “automotor”, el “racionamiento”, las “públicas” y otras muchas denominaciones hoy perdidas o usadas exclusivamente en conversaciones nostálgicas, aparecen aquí de tal manera que el lector resolverá todas las dudas tanto sobre su significado como la manera en que se entendían en aquellos años. Y es que Joaquín Alcalde no se conforma con reflejar la Soria de la postguerra, sino que dibuja a modo de fresco las situaciones cotidianas de aquellos que fueron los verdaderos protagonistas, desde el hombre y la mujer común (los que chateaban de bar en bar y las que acudían a las colas del racionamiento) hasta aquellos que ostentaban algún tipo de cargo político o eclesiástico (López Pando y Santiago Gómez Santacruz entre otros), pasando por muchas personas conocidas, muchas de ellas sin mencionar siquiera su nombre que tampoco es cuestión de hacer de un libro como este una sucesión inacabable de nombres y más nombres. Además, otro de los logros de Joaquín es no haber caído, en ningún momento, en esa nostalgia que desprestigia a los propios relatos, nostalgia engalanada con la sempiterna cantinela de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. El autor simplemente se ha conformado con rebuscar en la propia experiencia y en la memoria para mostrar un universo diferente al de hoy en día, pero tan cercano como para que muchos puedan aventurarse a comparar no el que ellos vivieron, sino el que ellos recuerdan, pues nunca hay que olvidar, y así lo refleja en varias ocasiones el propio Joaquín, que la memoria también es capaz de jugar con nosotros, no engañándonos, sino desvirtuando algunos acontecimientos. En este libro el lector no sólo encontrará situaciones reconocibles, sino que descubrirá, en especial aquellos que no lo vivimos directamente, la vida de la Soria de aquella época, cómo y qué significaba entonces la palabra “barrio”, cómo eran las navidades, las Fiestas de San Juan y San Saturio y cosas tan dispares como los entierros y los festivales de verano. De tal manera, resulta muy fácil dejarse llevar por la prosa de Joaquín Alcalde y descubrir, en el orden que se quiera, cómo transcurría el día a día en una ciudad como lo era Soria en aquellos años de la postguerra española. No hay que olvidar que a pesar de tratarse de la memoria del propio autor, el reflejo de las situaciones, costumbres y oficios permite que el lector sí acerque la obra de Alcalde a la recuperación del patrimonio etnográfico soriano, con unas fuertes dosis de costumbrismo a caballo entre el mundo provinciano y la propia capitalidad. Con lo que el propio autor se ha convertido en un importante e indispensable cronista de la Soria de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. César Millán |
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