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ENRIQUE TIERNO GALVÁN: Antonio Machín Romero
Ediciones Lobohombre,
Getafe, 2004 |
PRÓLOGO Es ya una idea generalizada, y, por lo tanto, convertida en manido tópico, que un intelectual, si realmente lo es, no debe ni puede estar involucrado en la práctica de la política activa ni estar sometido a la militancia y disciplina que los partidos políticos imponen para poder ser operativos. Al intelectual se le concibe como hombre independiente, y se quiere que esté libre de ataduras y condicionamientos para que actúe como conciencia moral y crítica de la sociedad, que deja oír su voz y denuncia -si se producen- abusos de poder, corrupción económica, abandono social, trapicheos diversos… de los sucesivos gobiernos y de los partidos políticos que los apoyan, dando por sentado que militancia política y ejercicio libre de la crítica si no son incompatibles son difícilmente reconciliables. Pero ¡hete aquí!, que, fiel a su idea de que “La consideración exclusivamente política de los acontecimientos, que, en general, llamamos políticos, es por completo insatisfactoria. Hay una unidad en la vida pública, en cuanto objeto de estudio científico, de tal vigor, que fraccionarla es romper su recta comprensión",(1) nos encontramos con él ante un intelectual vocacional brillantísimo, que no sólo interviene activamente en política, sino que crea su propio partido, sin que su vertiente intelectual se tenga que rendir a la del político, ni ésta tenga que estar condicionada por aquélla; antes, al contrario, ambas vertientes se ayudan y complementan para formar un todo único sin que se sepa -en su caso- dónde acaba el intelectual y dónde empieza el político; o, al revés, dónde el político y dónde el intelectual. Y ambas vocaciones -intelectual y política- están al servicio de una vocación de no menor trascendencia política y social: la vocación ética. Por lo expuesto, podemos darnos cuenta de que Enrique Tierno Galván es un caso poco frecuente, no por extraño, sino por insólito. El suyo es un buen ejemplo para poder estudiar las relaciones y posibles -o no- compatibilidades entre la actividad intelectual, la práctica política y el compromiso ético, tarea nada fácil y con pocos ejemplos, fuera del suyo, en que apoyarse. Pero la figura de Tierno Galván no acaba ahí, porque hay un Tierno Galván pedagogo que -sobre todo- a través de sus clases particulares para la preparación de alumnos a la Carrera Diplomática influye con su impronta en toda una serie de promociones de jóvenes que acabarán siendo, cuando llegue la democracia, figuras destacadas de la política y de la actividad intelectual. Hay también un Tierno Galván Alcalde de Madrid, cargo al que se le envía desde las alturas del PSOE, probablemente, para no tener que soportar permanentemente de cerca el “incordio” de su conciencia crítica, mordiente e irrenunciable, esperando, quizá, que este cargo ejecutivo suponga para el profesor la dura demostración de que teoría y práctica, utopía y realidad, no son compatibles. Pero este utópico y atípico Alcalde, lejos de resignarse a aceptar cualquier derrota anunciada, se sirve del cargo para demostrar que desde cualquier faceta de la vida pública se puede hacer alta política si se tiene voluntad e imaginación. Y él consigue desde este puesto ejecutivo transformar la ciudad en todos los órdenes de la vida, proyectar nacional e internacionalmente la capital de España, que se convierte en ejemplo de ciudad abierta y alegre, darse a conocer a los vecinos, divertirlos con sus célebres Bandos, y alcanzar para sí la mayor gloria mundana que un político puede anhelar: la de que sus gobernados no lo vean como gobernante, sino como un ciudadano más, como uno de ellos. Y hay un Tierno Galván ser humano, de carácter fuerte, ambicioso en lo político, desprendido en lo económico, sorprendente y paradójico, irónico, de ideas revolucionarias y formas conservadoras, agnóstico que jura su cargo de Alcalde con la presencia del crucifijo, que oculta misteriosamente sus orígenes, que actúa por vocación como “conspirador” contra el franquismo, que pospone sus ideales republicanos para apoyar la Monarquía como salida a la Dictadura… En Tierno hay muchos Tiernos, y se necesitará que pase mucho tiempo para desvelar su auténtica personalidad, si es que esto es posible. Mientras esto no suceda, hemos de conformarnos con ir acercándonos a él paso a paso para llegar a un mejor conocimiento y comprensión de su persona y de sus ideas. No más pretende el presente trabajo. Lo que es seguro es que el acercamiento a su apasionante personalidad no dejará indiferente, a quien lo intente, porque, como decían sus alumnos de Puerto Rico, “Tierno no tiene término medio: o te enternece o te galvaniza”. No es pequeña recompensa. Tal era la poliédrica personalidad de Enrique Tierno Galván. (1) Leyes políticas y españolas, p. XI. Antonio Machín Romero Ficha del autor |
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