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CENSO DE ERMITAS DE SORIA Juan-Luis de Sorondo
Publicaciones de la
Diputación Provincial de Soria |
INTRODUCCIÓN Después de una conversación distendida, en la que comentando mis treinta y tantos años de veraneo en la entrañable villa de Navaleno, repasábamos las distintas Posibilidades que ofrecía el sitio para disfrutar en los momentos de ocio, mi sobrino Antxon me brindó la idea de realizar un reportaje fotográfico de las ermitas de Soria. Así fue como, de una simple sugerencia a la que al principio no presté demasiada atención, suavemente, casi sin darme cuenta, me encontré envuelto en un proyecto que cada vez me interesó más y que terminó convirtiéndose en un placer absorbente. En los meses que duró este periplo fotográfico, recorrí con mi cámara toda la provincia de Soria; interrogué a sus habitantes, comí en fondas modestas pero limpias y de generosa cocina conversando con los comensales vecinos (frecuentemente trabajadores de la construcción). En remotas aldeas, bajo un sol ardiente, cuando las fuentes estaban secas, amas de casa me dieron agua del frigorífico y varios jubilados, en distintas ocasiones, me ofrecieron amistosamente bajo la sombra de un árbol o en el zaguán de su casa, una cerveza fresca. Recibí cordial acogida de sorianos anónimos quienes, por propia iniciativa, me acompañaron a ermitas lejanas y escondidas que sin su desinteresada colaboración me hubiera costado encontrar. Dondequiera que fui aprecié la amabilidad y generosidad del pueblo soriano. Tuve la oportunidad de contemplar maravillosos paisajes, bien desde las ermitas o de otros lugares de paso, disfrutando a veces de un vientecillo placentero, difícil de describir, que invitaba a detenerse y olvidarse de todo, para gozar de aquella tranquilidad, de aquel ambiente y de la bella visión de los campos y montes sorianos. Pero el interés por las ermitas podía más, y después de un breve descanso continuaba la ruta a la búsqueda de otros templos. Al final del camino, después de transitar por toda la provincia varias veces en una y otra dirección, llegó la hora de poner en orden todos los materiales, consultar libros y estudiar las notas de campo. El resultado es este CENSO DE ERMITAS DE SORIA, en el que figuran, salvo omisión involuntario, fotografías de todas las ermitas actualmente existentes en la provincia (que son 338 según mi recuento), y se añaden otros datos. Este trabajo podrá servir de referente de la situación actual de ermitas y pueblos, y como base de selección y recuerdo para pintores, dibujantes, etnógrafos o historiadores. Pero sobre todo, estas fotos deben recordarnos que esos templos están ahí, relativamente próximos con los actuales medios de locomoción. Es muy interesante verlos en su emplazamiento, pues las sensaciones son distintas y gratificadoras si nos acercamos a contemplar las ermitas en su ambiente. Las hay modestas, de líneas sencillas, que producen agrado y simpatía; algunas son románicas, de gran belleza, y admiramos otras por su magnífica obra y su traza arquitectónica de gran señorío. Pero todas, de alguna manera, nos dicen algo. Si tenemos la suerte de acceder al interior de una ermita mientras se celebra culto -el día de su festividad, por ejemplo-, podremos comprobar la profunda devoción que inspira a los fieles. Me complace ofrecer este CENSO DE ERMITAS DE SORIA a sus verdaderos protagonistas: las mujeres y los hombres de Soria, que a través de generaciones han edificado estos espacios de culto popular, desde el más humilde al más relevante, con su esfuerzo, su sacrificio y con su fe. Al presentar este trabajo, es justo que exprese mi agradecimiento a la Diputación Provincial de Soria por el apoyo otorgado para que pudiera ver la luz. Mi sobrino, citado al comienzo de estas líneas, es Antxon Aguirre Sorondo, conocido etnógrafo guipuzcoano, autor de varios libros y quien más profundamente ha estudiado las ermitas de su provincia vasca. Él me ha aconsejado. Sin su colaboración no hubiera sido posible esta obra. Antes de terminar, quiero relatar algo que me ocurrió recientemente. El protagonista es un varón de treinta y tantos años, culto, natural y vecino de un pueblecito de Guipúzcoa. Aunque se expresa correctamente en castellano, instintivamente tiende a continuar la conversación en su lengua vernácula que es el vascuence. No sé cómo, empezamos a conversar sobre Soria, que conoce muy bien. Se transformó. Habló un rato con verdadero entusiasmo y admiración. Después, aquel vasco del pequeño pueblo calló unos segundos, pensativo, y dijo con voz reposada: "Amo a Soria". Le comprendí perfectamente. Juan-Luis de Sorondo San Sebastián, 1 de febrero de 1996 |
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