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CALATAÑAZOR.
LA HUELLA DE LOS PASOS Antonio Ruiz Vega Prólogo:
Fernando
Sánchez-Dragó |
Presentación
del libro
“Calatañazor. La huella de los
pasos” El libro del autor soriano Antonio Ruiz Vega, “Calatañazor. La huella de los pasos”, editado por el ayuntamiento de la histórica villa y la Asociación de Amigos de Calatañazor, con motivo de la celebración del milenario de la batalla en la que intervino Almanzor, mereció la presentación del cineasta, escritor y pintor valenciano, asentado en Soria, Lorenzo Soler, que tuvo lugar, el 11 de junio pasado, en el Casino Amistad Numancia, de la capital soriana. Entresacaremos de su impecable e interesante exposición, algunos párrafos; recortamos por economía de espacio, aunque resultará difícil, pues los casi seis folios que tenemos delante merecen ser reseñados. Referente a la batalla, Lorenzo Soler, hombre preocupado por los problemas derivados de la inmigración, como dejó patente en su película “Said”, dice: “No creo que a estas alturas del conocimiento histórico debamos cargar las tintas en conceptos tan relativistas, tan evanescentes o tan subjetivistas como los de victoria o derrota. El pasado está lleno de claroscuros y los siete siglos de permanencia de los musulmanes en la Península Ibérica constituyen un enrevesado magma, un laberinto de idas y venidas, de vuelta y revueltas, de ascensiones y hundimientos demasiado complejo y asombroso para que hoy, mil años después de la que se conoce como “la Batalla de Calatañazor”, hagamos un hincapié especial en el sabor de la derrota. No seamos tan elementales y simplistas como para que aquella batalla, escaramuza, choque, invento o lo que fuera, recordada como “la derrota de Almanzor”, se erija en el motivo indiscutible de nuestra celebración, propiciando que hagamos leña del árbol caído. Poco contribuiríamos al entendimiento de cultura y pueblos, -que debiera ser la aspiración de todo ciudadano bien nacido, de todo hombre de noble corazón-, si nosotros pusiéramos el acento sólo en los aspectos negativos que para los seguidores del Islam significó aquel trance. Nada tendría de noble nuestro intento de celebrar esta efemérides, que tuvo la virtud de dar a conocer el nombre de nuestra Villa de Calatañazor por todos los confines del mundo, a partir de aquella frase tan conocida que afirma: “en Calatañazor, Almanzor perdió el tambor”. El paso del tiempo debe suavizar y curar viejas heridas”. Como se ve, Lorenzo Soler duda, como la mayoría de los historiadores, de la veracidad de la batalla o, al menos, de la importancia que se le ha querido dar, y, consciente de la necesidad de dar a conocer esta tierra en toda su extensión, leyendas, ritos, batallas verdaderas o menos, Soler dice que “la ocasión es buena para que Calatañazor haga oír en el siglo XXI su modesta voz hasta donde sea posible. Si la Batalla pudiera haber sido una fábula, y su existencia un mito cuyo eco se ensanchó a través del paso de los años, lo cierto, real y palpable es que la Villa existe, vive y respira, a veces penosamente, porque ciertos olvidos de nuestro reciente pasado la han situado en un estado precario de conservación, del cual, afortunadamente, está saliendo ya, gracias a las Administraciones y, no lo olvidemos tampoco, a la iniciativa privada”. Del autor del libro, Lorenzo Soler dice: “Una vez tomada la decisión nos exigía buen tino en la elección de la persona a quien debíamos encomendar la recopilación y los comentarios de los textos seleccionados. Aquí no había duda ninguna. Entre los intelectuales residentes en la provincia, Antonio Ruiz Vega representaba para nosotros la figura del erudito, del letraherido, del investigador literario, cuya acrisolada vocación por Soria y por todo lo soriano estaba edificada desde ras de suelo, desde el puro y real conocimiento de las cosas, no desde el alto andamio de las lecturas ajenas y de la especulación. Yo no me voy a extender en cantar la idoneidad de Antonio Ruiz para esta tarea, pues sin duda, es bien conocida por parte de todos ustedes la carrera intelectual de este hombre y su vinculación a aventuras editoriales de todo género, pero siempre motivadas por la necesidad de dar rienda suelta a su recalcitrante y hasta visceral sorianismo de choque”. En cuanto al libro “Calatañazor. La huella de los pasos”, Lorenzo apunta: “Un trabajo ordenado y sistemático ha permitido reunir bajo el mismo paraguas de papel, este libro, a nombres tan conocidos como Gerardo Diego, Gaspar Gómez de la Serna o Julián Marías, junto a otros que, no sonando tanto, han aportado su humilde contribución a construir el paisaje literario de Calatañazor. Sin importarle relumbrón o fama más o menos reconocida, Antonio Ruiz trata a todos los autores con igual deferencia, con igual cariño: aquel al que se han hecho acreedores por dedicar unas páginas de su inspiración a Calatañazor... Pasará el tiempo, pasará el Milenario de la Batalla, se extinguirá nuestro año 2002, y el libro de Antonio Ruiz quedará como testimonio de una curiosidad literaria que ha unido en la misma intención, plumas tan diversas y, a veces, tan separadas en el tiempo y en el espacio, como las representadas en esta obra"” |
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Este “soriano de verdad, soriano hasta la empuñadura del alma”, como dice Sánchez Dragó en el prólogo del libro, que es Antonio Ruiz Vega, ha hecho un recorrido literario, ha seguido la huella de los pasos de aquello que, desde el Venerable Palafox hasta el novísimo Jorge Larena, han dejado escrito de esa singular villa que es Calatañazor. Es en este campo de la Literatura donde Ruiz Vega se mueve mejor. Su familiaridad con los libros, no exenta de profundo respeto, le hace moverse por las líneas y entre ellas, con la misma soltura que los personajes de “La saga-fuga de JB”, de Torrente Ballester –uno de sus libros de cabecera- se mueven entre las empanadas de lamprea. Por eso sabe como nadie quiénes y qué se ha dicho sobre esta provincia de Soria, la suya, con la que mantiene una relación en la que cabe el amor, la dialéctica, el cabreo, la ternura y, a veces, la impotencia de no poder hacer nada contra la estulticia de gobernantes y algunos habitantes, empeñados en hacer de ella un lugar insulso y homologado, ignorando sus raíces y dándole una manita de barniz cosmopolita que se descascarilla a cada paso, afeándola y mutilándola. Ruiz Vega dice “Les hemos convocado –a los que escribieron sobre Calatañazor- y han acudido”. Por las páginas del libro pasan, además de Palafox y Larena ya mencionados, José Tudela y su reportaje publicado en la prensa provincial de los años veinte, donde hace una descripción de la villa y sus edificios. No nos atrevemos a escribir monumentos, pues Calatañazor conserva el encanto de su pobre medievalismo, sus casas de adobe, su calle empedrada, y una hermosa iglesia, acogedora, pero no monumental. Gervasio Manrique, Ezequiel Solana, Teodoro Rubio, Gerardo Diego, Gómez de la Serna, Gaya Nuño, Julián Marías, Heliodoro Carpintero, Kurt Schindler, Blas Taracena, Ferrer Vidal, Emilio Ruiz, Ramón Carnicer, Dionisio Ridruejo, Flor Ortíz, Delfín Hernández, Avelino Hernández, Josep Marìa Espinàs, Isabel Goig, Sáenz Díez, García Valenciano, Lorenzo Soler y Pérez Rioja, buen número de sorianos los que desfilan por las páginas. De Calatañazor no se ha escrito en profundidad y con detenimiento –no me refiero a guías turísticas, sino a una historia seria basada en documentos- pero sí en cantidad, pues todo el que ha pasado por este lugar ha quedado tan impresionado, que se ha visto en la necesidad de plasmar esa impresión en papel o en lienzo. Y de lienzos vamos a escribir ahora, pues a Ruiz Vega se le ha unido en este proyecto Lorenzo Soler. Él, acostumbrado a la cámara de director de cine, al pincel y al lienzo, a la poesía y a todo lo que signifique mirar la vida y las cosas desde dentro, obviando lo superficial y fijándose en lo otro, ha tomado plumilla y papel y ha plasmado una parte de Calatañazor en diez láminas, colocadas en un sobre y aparte del cuerpo general del libro, con muy buen acierto. La chimenea cónica, el castillo, la vieja casa de adobe y madera, paisajes, los roquedales, el árbol desnudo..., sin cuerpos, pero dibujos con alma, con las almas de todos los que fueron y por allí pasaron dejando la huella de los pasos. © Isabel Goig |
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