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POR LOS FOGONES SORIANOS Isabel Goig Soler Edita: la autora |
"Más vale vuelco de olla que abrazo de moza", pregona el sabio refranero castellano. Y, ¡vive Dios!, que es verdad, porque el comer es la primera necesidad del género humano como, por otra parte, asegura el adagio latino cuando dice: "Primum vivere, deinde philosophare". Por si fuera poco, Miguel de Cervantes, en su Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha - en el que retrató a la humanidad- afirma que "todas nuestras locuras proceden de tener los estómagos vacíos y los cerebros llenos de aire", añadiendo que "el peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas", para concluir rotundamente que "la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago". El estómago y las tripas - una vez establecida la premisa mayor- han recibido, en tierras sorianas, cumplida satisfacción, como sería prolijo demostrar. Ya desde tiempos remotos los moradores de estos pagos trataron de convertir en placentera la necesidad de alimentarse, hecho cultural que hoy nadie se toma la molestia de cuestionar. Los distintos pueblos que pasaron por la geografía soriana fueron dejando, a golpe de calendario, su huella en las diferentes manifestaciones de la cultura autóctona, y cómo no, en el arte culinario. Alguna de estas influencias han llegado hasta el día de hoy; si bien la situación sociológica por la que ha pasado la provincia ha sido la causa de la pérdida de no pocas de ellas, lo que se ha hecho patente, también, en el mundo de la gastronomía soriana. Así las cosas, en una provincia que ronda los 97.000 habitantes, Isabel Goig, cual "fémina inquieta y andariega", ha hecho un apetitoso viaje Por los fogones sorianos entre cuyas ollas, ¡cómo no!, anda hasta Dios. Testigo de ello será, querido lector, una vez que haya degustado los sabrosos platos que, desde tiempo inmemorial, se vienen cocinando a lo largo y ancho de la provincia de Soria. La variada y rica gastronomía soriana, basada fundamentalmente en los productos de la tierra, se prestigia, como demuestra sobradamente la autora del libro - que se enmarca dentro de las publicaciones de técnicas culinarias que han visto la luz a raíz de la creación de las comunidades autónomas- en el acierto de la combinación y en la gracia y punto del aliño. Es verdad. En cocina vale todo, con la condición de que no falte un sabroso condimento ni un vino aterciopelado. Y el vino también tiene partida de nacimiento soriana: de la ribera del Duero. El caldo, "flojito, espumoso, acidillo..., no se sube a la cabeza, y permite ingerir considerables cantidades sin que se trastorne la crítica de la razón pura", como escribiera Juan antonio Gaya Nuño, y más tarde apostillara Dionisio Ridruejo: "No es de mucho empuje y se marea si se saca de casa". Ante la lectura del libro, seguro que se te ha abierto el apetito y los jugos gástricos han comenzado a segregar. Hazme caso: vete a la cocina y, con mimo, prepárate cualquiera de las recetas que siguen. Extiende los manteles. Escancia el vino... y come de buena gana. No te preocupes de las calorías. Olvídate del colesterol. Esconde la báscula. Que ¿por qué?, pues llana y simplemente porque es inútil, ya que "el que nace barrigudo, tontería que le fajen" y, además, porque "no hay que luchar contra el destino, el que nace lechón muere cochino". Seguro que después del buen yantar estarás en desacuerdo con mi primera aseveración y dispuesto a abrazar la olla que te ha dado fuerza y vigor para dar vuelco a la moza. ¿O no?
© José V. Frías Balsa Ficha de la autora |
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