Dos jóvenes investigadores y un erudito algo más veterano, Frías Balsa (tal vez el más erudito de todos los de Soria, desaparecidos los Higes), han alumbrado esta breve obra que lleva un grato prólogo de Avelino Hernández. La edición - portada, ordenación, papel, tipografía- está muy cuidada, y es muy meritoria, más aún habida cuenta de que la han sufragado los autores.

Uno de los fenómenos positivos testificables en la España de hoy - no todo han de ser negruras, muchas ciertas, muchas inventadas o exageradas - es la floración y proliferación de investigaciones sobre temas locales: en el campo de la arqueología, en el campo de la historia, o de la geografía, el arte, la etnografía y tantas otros. O de la conjunción de todos ellos, referidos a una población.

Soria no ha sido excepción en los estudios locales. Más bien, dada su larga tradición culta, fue pionera. Sin pretensión antológica alguna, sino más bien al voleo de una mala memoria, podemos recordar la obra, breve pero intensa de don Pelayo Artigas sobre San Esteban, el opúsculo de Ortego titulado "Almazán" o los densos y circunstanciales tomos del presbítero Peña sobre Ágreda y Ólvega, fruto del esfuerzo y de la paciencia compilatoria. Estos ejemplos y el aquí comentado (y otros muchos, claro está) valen la pena y deben ser fomentados. Pero, en estricta prolepsis a lo que se me pudiera argumentar, debe decirse paralelamente que son demasiadas las instituciones - y esto es lo grave, la pólvora del rey de cajas, autonomías "and on one"- que están produciendo una ganga de ensayos, de trabajitos y tesinas impublicables, generados por ristras de licenciados en vías de "curriculum". Faltan filtros en esas instituciones.

Vuelvo sobre Fuentepinilla. El librito va al grano y no se anda por las ramas literarias o nostálgicas; está redactado en firma sincopada, relativamente ordenada y muy eficaz. Comienza describiendo - tras de obligada referencia a los hombres prehistóricos o protohistóricos que han podido detectarse en el ámbito inmediato- la presunta repoblación, el fuero del vecino Andaluz y la modesta comunidad de Villa y Tierra a que quedó vinculada Fuentepinilla, que acaba siendo la villa preponderante (ya se explica en la magistral obra sobre estas comunidades de Gonzalo Martínez).

Por aquí pasaría, din duda, Almanzor moribundo. Luego el desierto del Wadi-Dower, en el que se incluye Fuentepinilla (con Calatañazor cristiano y vigente a principios del siglo XI) y los musulmanes en Andaluz, Berlanga y Gormaz, se rellena con Alfonso VI, tras la algara de Fernando I, en 1060 (circa). Los autores, con muy buen instinto, se refieren al Castro de Andaluz como pieza clave, a fines de siglo. Al fuero hay que añadir el dato del coetáneo milagro de Santo Domingo de Silos. Luego viene la compactación de los espacio vacíos, con la repoblación de "Piniela" por don Alonso Fernández de Portugal (1137, citado por los autores sin más explicación) y "Secam", en 1138. Y a partir de ahí, la historia condenada, los edificios, los blasones, la casa de San Jerónimo, las jurisdicciones de la villa y de los Aguilar..., historia de una modesta villa castellana, murada de muro terrero en la época todavía incierta de las últimas confrontaciones.

Viene después otra historia menor, curiosa, de capellanías, cofradías y festejos. Pero, cuando se empieza a hablar de la parroquia, la obra va cobrando autoridad y por tanto interés, pues los autores - si bien se apoyan en Martínez Frías- emiten hipótesis históricas, enjuician dataciones, estilos, aventuran artífices. Cuando se llega al capítulo de la platería, la seguridad de Herrero Gómez desarrolla una erudición magistral.

Un cuadro, muy útil, muy contemporáneo, resume las fechas principales. Por último, la bibliografía es el digno remate de tan meritoria obra.