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"... Creo, pues, que debe verse en el relato
de Baroja, no un retrato de las gentes de Labraza, sino de la sociedad en general del
momento en que vivió. Juegos de cartas; el vivalavirgen del marido de la posadera,
dicharachero y simpático, el cual vive a costa del trabajo de la mujer; el liberal
propietario de viñas; la posadera ligera de cascos en su juventud, madre de dos hijas,
una más frívola que la otra, la cual le recrimina a su madre su afición desmedida por
las novelas románticas, y su fantasía, que la alejaba de las cosas de la tierra; las
murmuraciones; la inquina de las gentes por los que poseen más bienes¼
Todo ello forma parte del acervo cultural, o no-cultural, de aquella época, en cualquier
lugar donde quiera ubicarse.
A pesar de haber descubierto tan tarde esta novela de Baroja, es en ella, precisamente,
donde se encuentran, desde mi punto de vista, el mayor número de indicadores, de
conexiones, con otros autores de la llamada Generación del 98, o, mejor, Generación
Literaria del 98. El personaje principal, el Mayorazgo, como algunos personajes de
Valle-Inclán (Bradomín, por ejemplo) se reviste de una autoridad magnífica prende
fuego a las cosechas-; obvia leyes, convenciones, al marcharse con Marina, la hija de la
posadera, por ejemplo. O el silencio acerca de Dios. El considerar el cristianismo como
decadente, resignado. Y esta decadencia la encuentra en un libro que llegó a sus manos,
como veremos más adelante, sobre la Colegiata de Berlanga de Duero, para describir el
comportamiento de los responsables eclesiásticos de la iglesia. O la anarquía
intrínseca, aristocrática, ese valorar sobre todo, anteponer la vida a la razón, muy
nietzschiano, como queda recogido al final de la obra, cuando el señor, el noble, el
último de la estirpe, huye de un pueblo encorsetado, con una mujer de la escala más
inferior de la sociedad que lo habita....
Isabel Goig
(Publicado en ABANCO/COSAS
DE SORIA Nº 25) |