Presentación del libro |
Los pasados días 9 de octubre, en Oncala, 15 de octubre, en Sarnago, y 30 de noviembre, en Madrid, se presentó la novela “La vida entre veredas”. Las autoras quieren dar las gracias más cariñosas a todas las personas que han hecho posible estos actos. En primer lugar, y siguiendo el orden de presentación, a los habitantes de Oncala. Para ese día, en el salón que fuera restaurante, de propiedad municipal, los oncaleses, con Martín Las Heras, su alcalde, al frente, recrearon el ambiente trashumante, encendieron el fuego para hacer todavía más cálido el ambiente, decoraron la mesa con flores silvestres, nos recibieron con todo el afecto posible, y para finalizar el acto, agasajaron a todos los participantes con productos de Soria, y más concretamente de Tierras Altas, y unas migas pastoriles, hechas, entre otros, por el trashumante que inspiró la novela, Alejandro Muñoz. Fue presentada por Fidel Fernández, quien se ocupa con mimo del Museo Pastoril, y por el periodista y amigo muy querido, Fernando Boíllos. Unos días después acudimos a Sarnago, donde el presidente de la Asociación Amigos de Sarnago, José María Carrascosa, se encargó de abrir el acto. Qué decir de Sarnago y de los sarnagueses que no hayamos dicho ya. Reiteraremos, pues, que el acto fue tan cálido y entrañable como en Oncala, algunos de cuyos vecinos también se desplazaron para acompañarnos. José María repasó la importancia de la Mesta en la Castilla medieval y que permaneció durante siglos. Para ampliar este acto se puede acudir a la web de la Asociación: www.sarnago.com .
Por último, el pasado 30 de noviembre, La vida entre veredas se presentó en la Librería Tierra de Fuego, de Madrid. El acto fue organizado por la Asociación Los Abedules, que tiene una de sus sedes en el pueblo soriano de Muriel Viejo, y a cuyo frente está Herminda Cubillo. Fueron Herminda, la poeta y escritora María Ángeles Maeso, de Valdanzo y residente en Madrid, y el abogado y escritor Javier Narbaiza, de origen soriano, los encargados de decir cosas estupendas de nosotras y de la novela, hasta tal punto que no nos reconocimos. Dos canciones populares, cantadas por Belén, y acompañada a la guitarra por Marta, se escucharon al principio y al final del acto. Después tuvimos ocasión de beber vino de La Ribera del Duero y queso de Oncala. A todos ellos, a Miguel Angel, responsable de la librería Tierra de Fuego, al personal de ella, y a todos los que acudieron para interesarse por nuestra publicación, muchas gracias. Isabel Goig y Leonor Lahoz
La vida entre veredas Mª Ángeles Maeso
Quiero empezar dando las gracias a Ias autoras por haber escrito este libro. Lo he leído paseando por lugares que tenía que buscar en el mapa, anotando el habla de un oficio que desconocía, disfrutando con el modo de nombrar lo real que emplearon gentes vinculadas a la trashumancia. Paso a paso, en cada una de sus tareas se nos entrega un saber para encarar lo que importa y esto incluye tanto el punto de vista de la narradora, el de los personajes, como el de los animales. Sólo por este valor documental mi lectura ha merecido la pena, pero nada de esto da cuenta del valor del trabajo de las autoras, porque este libro no pretende una mirada nostálgica, complaciente y costumbrista, recreadora de un oficio perdido. Es una historia de los de abajo y lo que se sobresale tras la lectura es su modo de estar en el mundo de unas gentes humildes, un modo de ser y estar que implica un vivir con inteligencia y dignidad. A los personajes de La vida entre veredas les es adversa la naturaleza que no da buenos pastos, las noches de intemperie, los lobos y los bichos, las tormentas, la dureza del frío, de las caminatas y de las faenas. Para encarar todo esto van armados de fuerza, de costumbre y de paciencia. Y con ese saber planifican metódicamente calendarios, contratos de pastores, ventas del ganado, horarios y rutas de su vida itinerante. Pero estas gentes saben que hay otro peligro mayor que las acometidas de la naturaleza y la rudeza de los trabajos. Es gente lo suficientemente inteligente para mirar con respeto la naturaleza humana, (que es también naturaleza) y para prever en ella un infierno mayor si no se consideran otras necesidades como paliar la soledad o la tristeza. De ahí que en el trato con los otros predomine la comprensión, la disposición a la ayuda, la búsqueda de calor humano siguiendo un código no escrito que lleva a tomar partido por el pobre y que vacía de sentido cualquier ley que no contemple la necesidad para sobrevivir en un mundo hostil. Alejandro, el amo, no hace preguntas a cuántos le salen a las veredas por los motivos de sus viajes: pueden ser maquis, bandoleros, curas renegados… El camino es de quien lo hace y es bueno hacerlo en compañía. El vivir del trashumante se hace sin cumplimientos de religión, es acorde con la naturaleza, comer, joder… dice el escéptico Alejandro (p.79) El sabe muy bien como lo saben las mujeres serranas que la soledad chupa el alma. Si los pastores comparten el camino con quien sea, en la sierra también se da la misma comprensión y hasta cierta naturalización de los robos por necesidad. Si han robado una caldera, la abuela responderá que la necesitarían…Si Paloma le cuenta a su madre, que han robado en la tienda 1000 pesetas, Daniela dirá que ya será menos. (p.226) No es por ahí por donde va lo importante, parecen advertir los más viejos, sino por evitar caer de pena (p.213-5) Podríamos decir que no vemos pastores o jornaleros o agricultores, vemos personas midiendo su resistencia, no sólo ante el invierno o la pobreza, sino ante la tristeza, ante la soledad. Y es aquí donde los esfuerzos de estos personajes se nos revelan héroes en su individualidad. No queda sino descubrirse ante la vida de la serranas que trabajan fincas, huertas, hacen matanzas, crían y educan a los hijos, cuidan el ganado, limpian casa y corrales, ajustan los tratos, venden corderos… Todo en las condiciones de aislamiento y de inclemencia. ¿Cómo no enloquecer? Rosalía de Castro nombró el mal de la ausencia ubicado en Galicia.
La vida entre veredas nos lleva a otra geografía donde las mujeres de los trashumantes, mujeres de fantasmas, también viudas de vivos y muertos, pasan solas la invernada con sus largos ocho meses, resistiendo en soledad y luchando para no derrumbarse. A algunas, aunque se acojan al trasnocho, donde en grupo nombren sus pesares, se les pondrá muy difícil soportar el mismo mal de ausencia que nombrara Rosalía de Castro para las mujeres de Galicia y que ahora, gracias a este libro, reconocemos también para las mujeres sorianas. Para ellas y también para ellos. Entre los hombres algunos languidecen del mismo mal. No todos sueñan que si les tocara la lotería comprarían más rebaños, contratarían más pastores y no dejarían nunca el oficio heredado. En ellos también hace mella el dolor del alma que, al ser percibido por los demás, despliega en el grupo gestos de inteligencia compasiva.¿Qué habría sido del niño-hombre José María, el único que no puede vencer la tristeza, sin las atenciones solidarias del grupo? (129) La vida entre veredas nos pone ante gente humilde, que ha recibido una formación escolar precaria, pero lo suficientemente poderosa para hacerles valorar ese otro mundo, al que se accede por la lectura; gentes que respetan lo que les llega por los libros, que les da palabras para nombrar lo que importa, como los poemas de Bernabé Herrero, que les apuntan algo más hondo que los romances pasados de boca en boca sobre su tarea. Estos pastores reconocen los sentimientos que emergen ante los paisajes y ante el encuentro con los otros, los mismos que nombra el poeta. Y saben, y transmiten a quien no lo sabe, la importancia de ese mundo de la palabra y de la escritura sin la cual vivirían como nómadas por desierto, desvinculados de los sentimientos. De la consideración hacia la palabra escrita da cuenta que en casa de esta familia, en 1952 compraran a un buhonero un boli con recambios, pagando por él lo mismo que una oveja. No sabemos lo que costaba el boli ni la oveja, pero lo que sí indica el dato es que estamos ante personajes que no confunden valor con precio, tal como nos advirtió Machado que le ocurre al necio. Creo que esta obra da cuenta de la aparición de esta sentimentalidad reivindicativa, como la de Paloma ante la soledad, como la del niño-hombre José María, que emerge entre quienes viven con animales y que les empuja a vislumbrar un horizonte nuevo. Con ellos acaba el último rebaño trashumante. El fin de la trashumancia tiene otras causas, y las autoras señalan la mecanización del campo. Pero el malestar de estos personajes no se debe tanto a condiciones económicas como existenciales. Es sabido es que la humanidad se hace las preguntas cuando está en condiciones de responderlas. Estos personajes se las hacen, barajan hipótesis sobre otras formas de vida. Preguntas que se hacen los hombres-niños en su primera invernada y que tiene por tanto carácter iniciático. Como lectores vemos por su asombro cuanto ellos ven por primera vez, ya sea el Duero, las sierras de Jaén o la pobreza de otros más pobres que ellos en los cortijos. El camino les interroga sobre lo que quieren de la vida y mide su capacidad de resistencia. Cuando regresan al pueblo, son hombres decididos a no dejarse chupar el alma. Saben también, que esto no depende sólo del progreso que traerá al pueblo la luz eléctrica (p.215) que acabará con las velas, el farol de aceite y los carburos. El viaje le ha dado a conocer lo que importa, defender lo que a uno le hace sentirse feliz. Pedro, un niño-hombre de doce años, se puso en marcha movido por una foto de otra niña-mujer (p204) que aprende a escribir por seguir sabiendo de la persona que quiere… Lo que él vaya a ser en adelante tendrá que ver con la búsqueda de una vida donde quepa ser feliz y hacer feliz a otros. Es un mundo de los de abajo que ya no puede organizar su vivir sólo con paciencia geológica; son personajes que ya no pueden repetir el andar de los antepasados sin atender el mal que les chupa el alma como le repite Daniela a su hija, sin que la abuela sepa qué hacer, pues la vieja, que cuenta con tantos remedios para los males del cuerpo o para sanar animales, desconoce cómo tratar el mal de la ausencia. (47) Gentes que ya saben que ser persona no es sólo sacar para comer y obedecer las costumbres que se hacen ley. Y es en esa certeza donde se mueven resistiendo en dignidad, leales a la palabra y a los sentimientos. Es un grupo humano que aspira a otra vida que incluya el ser en sociedad y lo busca a sabiendas de cuánto les pesa el destino. Es la voz del narrador quien nos hace llegar que ese destino es dirigido por otros que dan limosnas o latigazos, que son otros los que mueven los hilos de los humildes para llevarlos de un teatrillo a otro. Es un final que añade al fatum la dignidad que los más pobres ejercen calladamente. El poeta Jorge Riechmann ha señalado que si bien el problema que se planteaba a principios del XX (Robert Musil) era el hombre sin atributos, el del ser humano del XXI será el del ser sin vinculaciones. La detención en el vivir de estos pastores, agarrándose a la palabra como pueden, es una buena muestra de ese abismo que hoy nos desafía. Por esto, acabaré como empecé: dando las gracias a las autoras y animándoles a ustedes a comprobar cuanto he dicho. Mª Ángeles Maeso, 30 de noviembre 2011
La vida entre veredas Javier Narbaiza
Salutación: Me corresponde el honor de copresentar el libro de Isabel Goig y de su hija Leonor Lahoz, titulado “La vida entre veredas”, libro que va de hombres y de ovejas, y que recorre y rememora ese tránsito, ya olvidado, que duró siglos y siglos, de hombres y animales que se desplazaban por las cañadas, en este caso desde las Tierras Altas de Soria hasta los pastos del Sur. He de comenzar hablando de Isabel Goig Soler, que sin haber nacido en Soria, es una de las voces que más han hecho para difundir las bondades de esa tierra y ha suministrado mas pistas a viajeros e interesados en conocer nuestras costumbres y tradiciones. Tuve mi primer contacto con Isabel Goig a finales de los años noventa, cuando en un momento de mi vida, me planteé cierta pausa sabática en mi oficio de abogado, embarcándome en una especie de aventura turístico-sentimental, recuperando lejanas inquietudes literarias de juventud, y volví a mis escenarios sorianos, de los que había permanecido desvinculado, física y mentalmente, durante más de treinta años. Si bien entonces internet era una novedad un tanto en balbuceos, siempre que escribías en el cajetín del Google, Soria, de forma inmediata el nombre del territorio se conectaba al apellido Goig Soler, sorprendiéndome aquel adelantamiento de iniciativas, y sobre todo, el acierto y altura de miras de una web en la que aparecían artículos de enjundia, recopilación de textos, reseñas de autores, amén del más detallado relato de paisajes y rutas culturales que me llevaron a contactar con las autoras de la pagina. En aquel momento al que me refería de mi búsqueda de documentación y datos para reciclarme en torno a Soria, fue Isabel, quien me iluminó en mi regreso a la pequeña provincia, que seguía siendo la pequeña provincia de siempre, a pesar de las gestas deportivas del club deportivo Numancia. Éxitos compatibles con la escasísima demografía de una provincia, cuyos habitantes caben todos, y tal vez sobre espacio, en los graderíos del estadio Santiago Bernabéu. De esa provincia, mínima en gentes, pero rica en historia y hermosa en paisajes, Isabel ha plasmado cientos de artículos, libros sobre fuentes y fuentecillas, describiendo pueblo tras pueblo, despoblado tras despoblado, guías turísticas como la editada por Everest, con su hermana María Luisa, novelas, profundizaciones lexicográficas sobre el habla, amén de recetas de cocina, y mantiene su blog internautico, titulado Cartas a don Mandonio, abierto a todo tipo de inquietudes y visiones de esta realidad que nos ha tocado vivir. Centrándonos ya en el libro que estamos presentando, hay que indicar que de esas comarcas sorianas, tan distintas y heterogéneas, una de las más pobres y áridas, es la en las Tierras Altas, en la que uno de los pueblos de cabecera es concretamente el pueblo de Oncala, lugar donde históricamente se dan las mínimas temperaturas y las mayores nevadas, y allí es dónde Isabel ha fijado su punto de mira para componer esta novela, que tiene sus personajes, pero que más bien constituye un compendio de intrahistorias y enlazadas costumbres de los pastores trashumantes, con sus sentimientos, quehaceres y conflictos, y que nos trasladan a un mundo ya prácticamente desaparecido. Aquí, el argumento esencial, no es sino la liturgia y el rito de idas y vueltas, la marcha de hombres y ganados desde la sierra a extremo, y el regreso de ganados y hombres, avanzada la primavera. Un gran aporte, es que las autoras no hayan querido quedarse en la mirada local del “ya se van los pastores a la extremadura, y se queda la sierra triste y oscura”, y han contado también las pautas y las vivencias en extremo, en este caso el acontecer de los pastores en el tiempo de invernada, concretamente en la zona de Jaén, que Isabel conoce por ser también Andalucía su otra tierra, con lo que el libro enriquece su enfoque, y resulta más amplia la perspectiva territorial de la trashumancia, en la que con técnica cinematográfica, se superponen y simultanean los dos espacios, o sea la vida de los pastores en los pastos del sur, y el tempo de las mujeres sorianas, que se quedaban en esos pueblos sin hombres, añorándolos al amor de la lumbre en los trasnochos, mientras crepitaban las llamas en la chimenea entre conversaciones femeninas esperando el paso del invierno y añorando la vuelta del marido y de los hijos. El reto narrativo de “La vida entre veredas” que no es tema fácil, es mantener una tensión argumental para el lector, al tiempo que se desgrana un compendio abundante de costumbres, formas de vida, y tantas consecuencias sociológicas que derivan de las diferentes formas de explotación de tierras y ganados entre la sierra soriana y el latifundio andaluz, lo que se plasma, por ejemplo, en la suma importancia concedida a la escuela en los pueblos de Soria, y el tesón de los padres pastores en que los hijos tuviesen instrucción, lo que en el libro determina que los primerizos zagales sorianos enseñasen a leer y a escribir a las hijas de los jornaleros andaluces, lo que en otras lecturas he constatado no alegraba en exceso a algunos señoritos dueños de tierras y pastos. De otros aportes, que resultan de la lectura, es significativo el relato de costumbres ganaderas, como la fórmula consolidada de plus económico salarial para los pastores, llamada excusa, y que consistía en la posibilidad de agregar un número de ovejas propias al rebaño, o de decisiones establecidas sobre pautas a seguir cuando alguna oveja moría, o las previsiones y formas de defensa ante la sempiterna amenaza del lobo etc. etc. Isabel adereza el cuento, con los amores entre el pastor y la cortijera, que es coartada literaria para añadir otros contrastes de costumbres etnológicas de cortejo y festejo, al tiempo que se recuperan palabras de una y otra zona en torno a la trashumancia, resuenan vocablos y dichos que algunos escuchamos en nuestra niñez, y hoy solo sirven para ilustración en museos de costumbres, como el que recién inaugurado en Oncala dedicado a la trashumancia, y que se acompañan en apéndice al final del libro, como : contenta, alboroque, arrecir, biznar, careo, carlanca, modorra, pesquisa, vedija, zahones… El viaje por cañadas y veredas del texto, se situa cronológicamente en los primeros años de los cincuenta, ya en pleno declive de la trashumancia, cuando el tránsito de hombres y ganados se conjugaba en buena parte en ferrocarril, y ciertos trechos a pata. Algunos conservamos el recuerdo de la capital de Soria con las polvaredas que ocasionaba el ganado en las épocas en que las ovejas se dirigían al embarcadero sito en la estación de tren de Cañuelo. Hoy, apenas queda nada del mundo que Isabel Goig recupera en su relato, si bien en Madrid vemos todos los años la ceremonia del paseo de ovejas y de pastores- actores desfilando por la Cibeles, que en su día fue también cañada, entre dulzainas y demás fanfarria. No obstante, todavía quedan los últimos pastores que viven del oficio, y son unas veinticinco mil cabezas las que desde Soria trashuman en la actualidad. Mi ultimo hallazgo al respecto fue en la Siberia extremeña, en el pueblo de Campanario, en cuyos pastos de invierno conocí a Florencio Jiménez y a su familia, y me contó que ahora agostaba en Santorcaz, no muy lejos de Alcalá de Henares, ya que allí le dejaban en verano el aprovechamiento de las rastrojeras para sus mil ovejas, que en reciprocidad estercolaban las fincas de cereal. Hoy el viaje se hace en camiones, y las temporadas trashumantes se ajustan, en el caso de Florencio, al calendario escolar de los hijos. A su lado, y como nos hicimos muy amigos, tuve la suerte de compartir vivencias, repitiendo el trasiego de calderetas, primero en los pastos de invierno y despues en los de verano, y tomando nota de sus razones para seguir siendo pastor en el siglo XXI, aunque con móvil y todo terreno, persistencia que me condensaba Florencio cuando me decía: “ con todo lo sacrificado que es el pastoreo, y con lo jodido que está lo de las subvenciones, vale mucho el no tener ni amo ni encargado…” Y concluyo, invitando a quienes todavía no lo hayáis comprado, a que leáis el libro de Isabel y de Leonor “La vida entre veredas” , con la esperanza de que os sirva de motivo y de guía de para escaparos en la próxima primavera, cuando las praderas verdeen, a ese rosario de pueblos entre la Sierra del Alba y Montesclaros, cuya excursión os propongo tanto a la Asociación Los Abedules como a Tierra de fuego, y estoy seguro que Isabel nos acompañaría. Porque todavía quedan pueblos o despueblos que se llaman las Aldehuelas, Taniñe, Sarnago, Las Fuesas, Buimanco, donde todavía hay ovejas y algún pastor de los que bajan a todos los años al sur, donde perdura la sabiduría en la elaboracion del buen queso y de los embutidos mejor curados, y quedan trechos y caminos limpios para caminar, que hoy se dice practicar senderismo, de aquellos que usaron generaciones de pastores, porque allí apenas ha llegado la especulación, ni la contaminación, y como me decía un paisano de Oncala, aunque haga frío en invierno, que es causa y razón de la longevidad de los nativos, siendo bastantes los que rebasan los cien años, allí, entre Oncala y San Pedro Manrique o en los aledaños de Yanguas, nadie tirará nunca bombas de mucho estrago, dado que como hay tan poca gente, no merece la pena hacer el gasto. Muchas gracias Javier Narbaiza, 30 de noviembre 2011
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