Javier
Serrano Copete
Es difícil encontrar un término
más actual, polémico y con semejante vago contenido que el de nación.
Presunta vital esencia de la personalidad de unos, inmisericorde
moscardón cansino para el resto, no son pocas la disputas
interpersonales e interterritoriales provocadas por la irradiación de un
término, ficticio como el que más, que en no pocas ocasiones oculta
intereses que le transcienden. Si acaso habláramos estrictamente de
naciones, ningún sentido tendría ello si nos situamos fuera de la Edad
Industrial, no obstante, si de hecho hacemos referencia al concepto de
región-territorio, espacio en el que habitan gentes con unas costumbres
afines en función de las características de un medio
determinado-peculiar que hacen de todo el conjunto algo endémico, algo
propio, no cabe duda alguna de que la Celtiberia es uno de esos
territorios, y si acaso, el menos reconocido de todos.
Por Celtiberia podríamos
considerar a un considerablemente grande pentágono que podría tener como
vértices las poblaciones de Soria, Calatayud, Daroca, Molina (con toda
la zona del Alto Tajo) y Sigüenza, polígono al que habría de sumarse dos
complementarias porciones que serían: el oeste de Segovia y el sureste
de Burgos. Así pues alrededor de estas 5 villas (escogidas por su
significativo peso histórico y demográfico) se puede observar como se
reúne un territorio caracterizado por el terreno montañoso (Sistema
Ibérico), las extremas temperaturas tanto invernales como estivales así
como por la presencia de gentes, pastoras y agricultoras en su mayoría,
que "abarren" los platos y
no los rebañan o que acaso les quedan muchas veces, después de opíparas
comidas "pretes" los
pantalones que no ajustados. El nombre vendría dado por las beligerantes
tribus celtíberas que antaño poblaran estas montañas, gentes audaces, y
brutas como las que más, que consiguieron firmar episodios
dignos de la mejor
prosa como la resistencia de Segontia o la más conocida toma de
Numancia.
Ante todo, el
celtiberio estaba hecho para la celtiberia en el sentido de que los
ritos -
costumbres que de ellos nos han llegado están estrictamente relacionados
con las peculiaridades de nuestro ecosistema. Por poner algún expresivo
ejemplo, no construían grandes templos, sino que adoraban los sagrados
bosques, o las abundantes cuevas de la zona, qué decir que el gran
coloso guardián de la región, el Moncayo con sus 2.315 metros, era
tratado como una divinidad más dentro del naturalista panteón celtíbero,
igualmente asignaban misiones divinas a seres típicamente esteparios
como los buitres, a quienes solían brindar sus cuerpos difuntos para que
fueran alzados al cielo estrellado donde moraba Lug, dios de la luz.
A diferencia de
otros pueblos como romanos, egipcios o babilonios, los celtiberos no
conocieron la noción de estado/imperio puesto que se agrupaban en tribus
como la de los lusones, nombre que nos recuerda a los vecinos términos
de Luzaga (lutia en el mapa) o Luzón[1].
Por otra parte, la famosa canción, tal vez himno de Anguita (aquella que
afirma que bebiendo nos conoce hasta el Papa...),
ya parece haber sido conocida por estas gentes como testimonia la
elaboración de cerveza de trigo (caelia) producida en la región[2].
El término alrededor
del que se configuraba la presunta identidad celtibera tradicionalmente
ha sido el honor. Se trataba de gentes sin miedo a la muerte, y que de
hecho acudían al suicidio como herramienta para evitar bien un futuro
crudo por las insalvables dificultades de la avanzada edad, bien como
respuesta ha no haber sabido defender a su líder muerto por el enemigo,
todo ello en virtud del pacto que contrajeran con las divinidades
infernales, la conocida como devotio iberica. No obstante, pese al nexo
inquebrantable con el honor existente en este pueblo, más claro parece
que a aquello que mejor respondían, al igual que cualquier ejemplar de
la especie humana, era al dorado material hacedor de la felicidad, ya
que como dijo Woody Allen:
"el
dinero no da la felicidad pero produce una sensación tan parecida que
sólo un auténtico especialista podría reconocer la diferencia".
Tal conclusión se desprende del hecho de que a semejanza de sus vecinos
iberos, formaron parte del ejército invasor, ya fuera romano o
cartaginés, como tropas auxiliares de incalculable estima por su fiereza
y adiestramiento en la denominada, guerra de guerrillas.
Los celtiberos no
llegaron a tener conciencia alguna de pertenecer a una unidad mayor que
la de la tribu, sin perjuicio de que en episodios puntuales, como el
archiconocido de la resistencia de Numancia, algunas de sus tribus
llegaran a aliarse. De hecho, la norma general era la guerra entre las
diferentes tribus con el sino de incrementar los escasos recursos
propios de un tierra dura y apta solo para los más fuertes. La falta de
pertenencia a algo mayor fue heredada por sus presumibles descendientes,
nosotros, no habiendo menor constancia de movimiento alguno a favor de
una presunta región celtibera. De hecho hay quien afirma que lo mejor
que ha ocurrido a nuestra región
"celtibera"
es que ha nadie se le haya ocurrido defender una presunta nacionalidad
celtibera, siendo algo, a mi ver, realmente cierto en tanto la
improductividad de la discusión de términos más propios de la metafísica
como identidad, derechos históricos o nación, no obstante, sí que parece
ser evidente que la región celtibera, en buena parte el posterior Ducado
de Medinaceli, presenta no solo unos rasgos culturales-folklóricos
peculiares sino unos intereses económicos, educacionales así como unas
necesidades parecidas, sino idénticas, que se basan en las propias
carencias de un sistema que, lejos de beneficiar a la
"antigua
Castilla",
en virtud de una "castellanización"
del Estado, en lo referente a nuestra parte, le privó no solo de
esperanzas sino también de sus gentes. Por eso, tal vez pudiera ser
conveniente la adopción por nuestros gobernantes de medidas que vinieran
a impulsar medidas eficientes a toda la región, no reduciéndose las
mismas a meras políticas autonómicas pues es precisamente dicha división
territorial, y aun antes la división provincial la que quebrantó
reduciendo a la nada una región, ya al parecer, irremediablemente
partida, pues poco parece tener que ver Medinaceli con Astorga, Ariza
con Fraga o Anguita con Valdepeñas, o incluso, valga decir, con
Azuqueca, no teniéndose, claro está, nada en contra de los lugares
citados.
[1] Sobre qué tribu fue la que ocupó
nuestro pueblo existen controversias e incluso se opina que fueron
varias a lo largo de los tiempos.
[2] Acerca de su elaboración se
conserva un texto del escritor latino Orosio que explica que se
trata de un "jugo
de trigo artificiosamente elaborado, jugo que llaman caelia, porque
es necesario calentarlo. Se extrae este jugo por medio del fuego del
grano de la espiga humedecida, se deja secar, y, reducida a harina,
se mezcla con un jugo suave, con cuyo fermento se le da un sabor
áspero y un calor embriagador...".
Nota:
mapa sacado de la web
http://www.uwm.edu/Dept/celtic/ekeltoi/volumes/vol6/6_4/images/fig04_600.jpg
Segunda
imagen (Viriato): sujeta a
Creative
Commons Attribution ShareAlike 2.5
©
Javier Serrano Copete
www.nubiru.blogspot.com
Artículo publicado en la revistal
El Cantóon
(revista de la Asociación Cultural de Amigos de Anguita) verano 2007
blog El Cantón de Anguita
|