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TIERRAS DE SAN PEDRO Diego Rafael Cano García Edición propia |
Diego Rafael Cano García, de 67 años, es alicantino. Suponemos no lo encontramos referenciado- que se trata de su primer libro. En la década de los sesenta llegó a San Pedro Manrique para ejercer la Medicina, tanto en la villa como en los pueblos de la sierra del Alba y de Alcarama, cuando, todavía, se hallaban habitados. Ha esperado casi tres décadas para dar a conocer las vivencias de esos años, en una actividad que le permitió conocer a fondo a las gentes, tan a fondo como es posible, es decir, allí donde el ser humano se siente más vulnerable, en sus enfermedades, partos y dolencias. Sedimentadas aquellas experiencias, Cano García lleva a cabo unos relatos que se perciben auténticos, vividos, sobrecogedores, a pesar de ser tan conocidos por los que residimos en esta tierra de Soria. El autor no se regodea en las miserias y las desgracias, que las hay, más las primeras que las segundas, ya que, tanto en aquella zona como en el resto de la provincia, los aldeanos no consideraban desgracia lo que ellos entendían como la única forma de vida posible. Antes bien, en la narración se explica, de manera clara, que, esa forma de vivir, de entender la vida, estoica y sin asomo de queja, influye más en el propio autor que lo que él intenta, a veces, influir en ellos. La lectura, muy interesante, de este volumen, nos muestra la vida en toda su crudeza, sí, pero aprehendida y vivida por y desde la naturaleza, en contacto, inevitable, con ella. Suicidios, absentismo escolar, muertes, partos y dolencias en general, están reflejadas de forma tan natural como lo es el propio hecho de vivir, y de hacerlo en lugares alejados de la civilización, si se puede llamar así a la villa sampedrana de los años sesenta. El autor, una vez reposados aquellos aconteceres, llega, a través de su obra, a ver, casi con naturalidad, que alguien se suicidara, como la tía Segunda, viuda, madre de una hija residente en Bilbao; se pasaba el año esperando la semana que la hija debía acompañarla, y, en uno de esos intermedios, se le debió hacer larga la espera, y decidió suicidarse. Buena parte del libro, está relacionadas con los partos. Diego Cano, el autor, neófito en las lides de la Medicina, se las veía y deseaba tratando de conseguir que las mujeres parieran, al menos, en San Pedro Manrique. Pero, ¿qué significaba el hecho de parir en aquellas fechas? Veamos la respuesta del marido de una parturienta de Valdemoro nacían niños entonces en Valdemoro por mucho que nos extrañe- cuando el médico-autor de Tierras de San Pedro, trataba de convencerle, en vista de que el niño llegaba de nalgas, de la conveniencia de trasladarla: "las cabras paren solas". O en otro caso: "Al hospital, no, que vale caro. Quiero tenerlo en casa". Decíamos líneas arriba que en ocasiones la forma de entender la vida de estas gentes llegaron a influir en el propio médico. Siguiendo con los partos, en Bea, después de haber logrado con éxito el que un serranito viera la luz, Cano comprobó que estaban administrándole al pequeño una pócima a base de agua, azúcar, harina y unas hierbas del monte. Al preguntarles porqué le daban semejante brebaje a la criatura, respondieron "para que se ponga fuerte". El hombre, sintiéndose intruso, todavía preguntó cuántos hijos habían criado así aquella pareja: con este cinco, todos viven y muy sanos. "Pues entonces, hagan con este lo mismo que han hecho con los otros". Historias tremendas, como la del pastor de Montaves, al que fue a visitar con su Ondine recién estrenado antes recorría los pueblos a caballo- para encontrarse "con un rostro que no parecía humano... La mejilla una masa fibrosa pegada al hueso... El hombro, el brazo y la mano atrofiados". Le explicaron que, a los nueve años, había sido atravesado por un rayo, llegando a darle por muerto. "Cuando salía a la calle no podía contener la emoción... Si existía (el Cielo), el Escolástico y yo no podríamos estar nunca en el mismo peldaño". No faltan en el libro hechos históricos concretos de aquellos años, como el terremoto que logró secar, por unos días, el manadero más importante de Soria, en Vozmediano. O el comienzo de la repoblación forestal, con el inicio de la diáspora. Escenas de caza en las que interviene su compañero, José Ignacio García Fernández, afincado en Soria en el ejercicio de la Medicina hasta fechas recientes. Y, lo que suponían, tres décadas atrás, las tremendas nevadas que aislaban los pueblos, muchos de ellos sin tan siquiera caminos de herradura, y, con ello, la dificultad para poder atender a toda una comarca. El autor, pese a la dureza de lo relatado, intercala, sabiamente, relatos esperanzadores, incluso divertidos, redondeando así lo que, en realidad, debía suponer la vida en esta zona serrana de los años sesenta, no muy distante, en vivencias, de otros lugares de la provincia de Soria. No procede, en un libro de estas características, pasar al análisis del estilo del mismo. En todo caso, sólo reconocer la frescura del autor, el cual solamente se apoya en los recuerdos y las propias vivencias. En resumen, un libro que no debe faltar en toda biblioteca de temas sorianos. © Isabel Goig |
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