“Llorens Carrasco”
Un artículo sobre Soria, de 1892, escrito en catalán y traducido
(Pulsar
sobre las fotos para ampliarlas)
En
el año 1892 se publicaba el nº 3, de la segunda época, de la revista
RECUERDO DE SORIA. Aunque en la primera página puede leerse “Soria.
Establecimiento Tipográfico de Pascual Pérez-Rioja. Plaza de San
Esteban, 3, bajo”, se refiere en el interior, como novedad, que se ha
llevado a cabo en la Fototipia Hauser y Menet, de Madrid. Podría ser que
en el establecimiento de Pérez-Rioja se hiciera el montaje, y en el
otro, la impresión, o que el primero actuara de editor.
En este número, de
113 páginas, colaboraron las mejores plumas del momento: el propio
Pascual Pérez-Rioja, Mariano Granados, Manuel de Palacio, Un soriano,
Pedro Ibáñez Gil, Bonifacio Monge, Bonifacio Sanz de Pablos, Antonio
Pérez-Rioja, Víctor Balaguer, Nicolás Rabal, Manuel Ortiz de Pinedo,
Eduardo Saavedra, Filomena Brieva, Celestino Lázaro Adradas, Llorens
Carrasco, Tomás Redondo y Granado, Francisco Benito Delgado, Eduardo
Alvarez, Santiago Arambilet, Saturnino Domínguez, Benjamín Oncins,
Conrado Mestre, Lorenzo Aguirre, Ricardo Tovar, Ricardo López y López,
Joaquín Arjona, J.J. García, y Damián Balsa.
Entre los
colaboradores encontramos, al menos, tres catalanes: Víctor Balaguer,
Eduardo Saavedra y Llorens Carrasco. Mientras que los dos primeros hacen
su colaboración en castellano, Carrasco la escribe en catalán, y así es
publicada. Balaguer (miembro destacado de la Renaixença, prolífico
escritor, ministro) debió tener alguna relación con Soria a través de
algún intelectual de la época, pues encontramos varias de sus
publicaciones en la Biblioteca Pública de Soria, alguna de ellas en
catalán.
Del tarraconense
Saavedra sabemos que trabajó en Soria durante parte de su vida como
ingeniero. Pero de Llorens Carrasco, que firma la colaboración desde el
Burgo de Osma, no hemos encontrado, hasta ahora, nada que le relacione
con Soria.
Como hasta la
fecha no hemos visto traducido el artículo de Llorens, escrito en un
catalán decimonónico, lo damos a conocer a continuación.
De Soria
Excmo. Sr. D.
Víctor Balaguer
Muy
distinguido señor mío: con gran y grata sorpresa he leído en el
Noticiero de Soria que usted ilustrará este año las hermosas páginas del
RECUERDO, con alguna de las bellas producciones que suele dar por fruto
su imaginación fecunda, a los dos días de haberme comprometido a
escribir algunas cuartillas para el mismo efecto. Para todo verdadero
catalán es siempre halagador la compañía de un maestro del Gay saber, de
un autor de la Trilogía que ya antes de nacer ha alborotado a los
críticos y animadores de la literatura patria.
Y ¿Qué podré
escribir yo para el RECUERDO DE SORIA, que sea, no ya digno de ponerse
al lado de vuestra firma, sino que, ni siquiera sea indigno y no resulte
un menosprecio para esta acreditada revista, a la vez que del buen
nombre y fama de los elegantes escritores de mi tierra?
He aquí la gran
dificultad que usted me ha presentado, al leer la arriba dicha noticia,
en el preciso momento en que yo buscaba una idea para desarrollar estas
líneas. Y tal ha sido el apuro en que me ha puesto, que me dormí fija la
imaginación en esta labor y, rumiándola, analizaba la historia de este
dichoso y al mismo tiempo desgraciado país, cuna de tantas gestas y de
tantas desventuras.
Allá,
en la cima de la perezosa sierra de Garray, parecen los fornidos
compañeros de Hércules abriendo los cimientos de aquella ciudad valerosa
en el devenir, levantando poco a poco las clásicas tapias que después
representarán el papel de muros de la ya populosa Numancia. Se
construirán lo mismo aquellas antiguas Barcino, Tarraco, Huro y Ausa,
que han depositado sus restos en el tan celebrado Museo Balaguer, cuya
alabanza no corresponde hacerla en una carta dirigida a V.E.- Más tarde
contemplaba a aquellos bárbaros numantinos (hablando a la romana de
aquellos tiempos) adorando en el corazón de la espesura del bosque a
aquel dios desconocido, a aquel Ignot, importado de Oriente; a los
pobladores de Segeda protegiéndose de la lluvia en la famosa ciudad
invencible, para librarse de la tempestad romana, que vomitaba por toda
España las furias de su tiránico despotismo y de su famélica avaricia,
que en castigo de su hospitalidad se desplomaba sobre Numancia; seguía
paso por paso, todas y cada una de las vicisitudes de aquella guerra,
aterradora para todos los que no sean hijos de la tierra numantina, y me
fijaba especialmente en la idílica escena de los dos enamorados que
disputándose la posesión de la amada y acudiendo al torneo más
caprichoso y más numantino que imaginarse pueda la fábula, volvían a la
ciudad con la placentera nueva de la huida de los ejércitos romanos; o
bien me entusiasmaba con el coraje y firmeza de la ciudad celtíbera, o
me indignaba la perfidia y la codicia de aquel Escipión que, después de
haber vencido a Cartago, removía la nueva frase de “Delenda Numantia”,
y, por fin, temblaba al ver a los numantinos correr desesperados en
busca de la cervecenca y espirituosa Celia para emborracharse, y así
desafiar, no ya solamente a la furia romana, si no a los más
horripilantes elementos de la naturaleza, al incendio y a la misma
muerte. ¡Locura de libertad e independencia! Entonces, como en aquella
cruz en que un día se representaba el más grandioso drama del valor, se
podrían esculpir estos versos de Pastorini:
Ruine, si; ma servitú non mai!
Covadonga, Sagunto,
El Bruc, Zaragoza y Gerona, se arrodillarían a los pies de aquella
montaña sagrada, verdadera ara en la cual se consumó el mayor sacrificio
que el pueblo español ha quemado en el altar de la Patria.
“… no
cal jamechs ni sospirs fenyer
vehent
penjar son estat prims en l’ayre,
cantar
no deu ab alegre becaire
mes ab
bemolls alegría constrenyer…”.
Todo
hombre que contempla las feroces llamas que se alzan de aquella ciudad,
hace espanto y terror de las huestes romanas, y convertida en campo de
desolación, en medio de escombros humeantes, que sepultan sencillos
palacios de aquellas almas bravas que, entre la esclavitud y la muerte,
han escogido a ésta. Ha caído Numancia, y ha caído tal vez para siempre.
Pretendieron reconstruirla vecinos admiradores de tal gesta; aquel
recinto se volvió cementerio sagrado que el cielo no permitirá que
profanen los hombres venideros, tal vez indignos de pisar aquel suelo
regado con la valerosa e inmortal sangre numantina.
Por delante de
aquel cimborrio han pasado siglos y siglos, y todavía hoy no se ve un
monumento que recuerde aquella hazaña.
¿Es que el valor y
el olvido se confunden en el corazón de los españoles? ¿Es que no hay en
la tierra mármol suficiente ni jaspe digno de expresar nuestra gratitud?
Cerca de un
pequeño recuerdo que los sorianos han querido dedicar a la memoria de
sus predecesores, sin otras inscripciones que las que pintan de vez en
cuando algún corazón entusiasta, se ve un diminuto monumento a Júpiter.
Menos afortunado Escipión que sus dioses, estos extienden su sombra,
sobre aquella ara sagrada, no sé si para recuerdo del odio de sus
moradores o como testimonio de la más vergonzosa de las derrotas
sufridas por el más célebre de los generales de la República.
¡Oh, sueño
ingrato! No abatida todavía, mi imaginación recorría la historia de la
heredera de Numancia, de esa Soria que besada por el juguetón Duero y
vigilada por nuestra señora del Mirón, santa Bárbara y san Saturio,
duerme tranquila al son de la vida, viendo caer un día los muros que la
circundaban, otro día el soberbio castillo que la amparaba, más tarde
sus mejores templos… hasta quedar reducida a los términos que hoy la
estrechan y aprietan.
Veía
pasar entre sombras fantásticas las figuras de Garcilaso de la Vega, del
infante Juan y de aquellos bravos españoles que, como Rach de Roda
pagaron su españolismo en el palo levantado del campo de santa Bárbara,
erigido por los franceses en el Gólgota para los redentores y defensores
de nuestra independencia. Veía también una legión sin nombre de
verdaderos y célebres sorianos, espejo de caballeros, honra de nuestras
letras y modelos acabados de patricios; veía a Soria halagada por los
monarcas, distinguida con mil privilegios, y por fin, veía desaparecer a
estos, como nuestros antiguos fueros derrotados por la sanguinaria
espada del odioso Felipe V, en manos del infortunio y de la desgracia.
Perdido, a veces, en los recodos de los antiguos palacios, nido que
fueron en lejanos tiempos de amores románticos, de deleitosos torneos, y
de desgarradas tragedias; buscaba el cadáver de Tirso de Molina, el
harpa de fray Luis de León, el libro de notas de Ambros de Morales… pero
todo había desaparecido, hasta aquel codex soriense, único del Escorial
que contiene los decretos del Concilio de la Iglesia de Mérida,
celebrado en el XVIII año de Recesvinto, lo encontramos vendido por
Jorge Beteta a Felipe II. Admiro, de un golpe, la gentileza de la ermita
del Mirón, segunda ermita de la Gleba que ha cambiado el Ter por el
Duero; la atrevida y enriscada construcción de la otra ermita de San
Saturio, lámpara, como diría Mossen Cinto, colgada del cielo, y que
ilumina los corazones de los hijos de Soria; san Polo, san Juan, la
Merced, san Francisco… y otros conventos de los que han desaparecido
monjes y monjas, como palomares desiertos…; en fin: todas y cada una de
las glorias de esta tierra. Cuántos y cuántos personajes, cuántas y
cuántas escenas pasarían por mi imaginación repasando la Historia de un
pueblo… y en todas ellas me fijaba y me entretenía, y quedaba
contemplándolas absorto, sin saber escoger si cantar un asunto feliz o
bien dictar un episodio sobre la fosa de este antiguo esplendor, o bien
entonar una elegía a la pérdida de tantas grandezas. Los gritos de
indignación relevaban los himnos de entusiasmo; y al compás de la
Música, cuyo instrumento
son
los hierros y cadenas
de la presente
decadencia, unas veces exclamaba, mirando a Soria, como desfallecida
matrona, escondida en la falda de su castillo:
¿Chi
del tuo gran cadavere divise
Per
l’arena ha le membra’e sparce ha l’ossa?
Y al ver un gran
número de sorianos, pasar indiferentes por delante de las estatuas mudas
de la gentileza perdida, diría con Marchetti:
Ma
quello, ond’io più me querello e dolgo
E que
de figli tuoi crudeli intanto
Vede
il male e ne gioisce il volgo.
Mas, he aquí que
después de esta pesadilla, como diría hablando con propiedad el idioma
de nuestros amigos, me desperté, y después de haber meditado con gran
detención, no sé todavía escoger, y por fin, he pensado dirigiros esta
pesada carta, siquiera sea para cumplir el compromiso,
…parmoi
même quidé,
et de
mon seul génie en marchand secondé,
esperando que
usted se dignará admitirla y recomendarla a los afectuosos sorianos,
única manera como podrá ser digna de ser publicada entre las elegantes
imágenes del RECUERDO DE SORIA.
LLORENS CARRASCO
Burgo de Osma, 17
de agosto de 1892
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