José Ignacio Esteban Jauregui
soria-goig.com
Diciembre - 2020
En Agosto de este año 2020 diversos medios de comunicación se hicieron eco de una noticia sobre las obras que se estaban realizando para habilitar como centro cívico el antiguo cuartel de Santa Clara, aquel que años antes de destinarse para uso militar fue convento de monjas clarisas, el convento de Santa Clara de Soria.
El evento noticioso no era otro que el hallazgo de una necrópolis en aquel recinto, en la que se habían encontrado restos óseos.
Lo cierto es que yo no me enteré de ello hasta el mes de Octubre, al encontrar un artículo en Internet que aludía a las obras y restos del antiguo templo.
Tras enterarme un poco de qué iba el tema, pero sin intención de dedicarle mayor atención, en la última semana de Noviembre tuve la mala suerte de leer un documento que hace referencia al traslado de los restos mortales de las monjas enterradas bajo el pavimento del coro de aquella iglesia; así pues, publicamos el presente artículo tan sólo con la pretensión de dar a conocer (a quien lo desconozca) cómo se realizó dicho traslado, sin entrar en aspectos de la vida conventual o reformas de las instalaciones en otras épocas.
Cuando en el siglo XIX se instalaron las monjas clarisas en su sede actual, el convento que edificaron y ocuparon los dominicos, el número de religiosas que pertenecían a esta orden tal vez fuera bastante reducido, pues hay quien piensa que en el antiguo Santa Clara pudieron estar sólo entre 12 y 14.
Sin embargo hay que advertir que el 15 de Mayo de 1618 en aquel primitivo centro de clausura había 42 monjas, entre profesas y novicias, ya que en una carta de poder que otorgaron no sólo se citan sus nombres sino que todas ellas firman. (PN-416-738-479)*
Sobre su lugar de enterramiento no hemos encontrado hasta la fecha más que dos noticias que constan en sendos testamentos redactados por dos novicias antes de su profesión en la orden.
El 6 de Octubre de 1615, Ana de Valdivieso, a la sazón hija de Diego de Valdivieso y María Caballero, difuntos señores de la casa y término de Tobajas (Reznos - Soria), declara: cuando la voluntad de Dios nuestro señor fuere servido de me llevar de esta vida, mi cuerpo sea sepultado en el coro de dicho convento de Santa Clara
. (PN-415-737-249)*
Por su parte, años más tarde, el 23 de Mayo de 1643, Úrsula de Molina dispone: que cuando la voluntad de Dios nuestro señor sea servido de me llevar de esta presente vida, mi cuerpo sea sepultado en la parte y lugar donde se entierran las religiosas que en este convento fallecen
. (PN-514-888-466)*
Lo cual podríamos interpretar como que aquellas mujeres acostumbraban a enterrarse en un mismo lugar de la iglesia, y que éste era bajo el coro de la misma.
Cuando en 1881 se exhumaron los restos que continuaban enterrados en aquella antigua iglesia de Santa Clara, reconvertida en dependencias para uso de los militares, el relato de aquel acto que hace el notario Pedro Abad y Crespo, también parece indicar que tan sólo era la zona bajo el coro la destinada para las inhumaciones de aquellas religiosas.
* PN - Archivo Histórico Provincial de Soria - Protocolos Notariales - caja-volumen-folio
(Archivo Histórico Provincial de Soria - Protocolos Notariales - caja 20.452 - doc.300 - folio 1.733)
En 16 de Septiembre
Acta de la traslación de los restos mortales de las Religiosas Claras desde su antiguo Convento al que hoy día tienen sus hermanas:
En la Ciudad de Soria a diez y seis de Setiembre de mil ochocientos ochenta y uno. Constituido yo el Notario de este Distrito Judicial y del Colegio del Territorio de la Audiencia de Burgos con los testigos que luego se dirán, en la Grada del Locutorio de Religiosas Claras de esta Capital, presente en la misma la Señora Abadesa de la Comunidad, conocida en el Mundo con el nombre de Doña Saturnina Vallejo Giménez, y en el Convento con el de Sor Saturnina de la Santísima Trinidad, de cincuenta y siete años de edad, sin cédula personal por no necesitarla, me manifestó:
Que de acuerdo con la Comunidad y a su instancia se han practicado todas las diligencias necesarias para conseguir, como lo ha conseguido, la Real licencia y permiso, tanto del Reverendo e Ilustrísimo Señor Don Pedro María la Güera y
Menezo Obispo de esta Diócesis, como de la Autoridad Militar, para trasladar a este Convento y su Campo Santo los restos mortales de sus hermanas que fallecieron en su antiguo de Santa Clara, y que estaban sepultadas en el Pavimento de su Coro bajo, a fin de conseguir que en un solo sitio se reúnan y se pulvericen los huesos de todas las Religiosas Claras que hicieron, han hecho y harán en esta Ciudad, votos de Clausura renunciando las galas y goces mundanos para dedicarse de lleno a la perfección cristiana y a las alabanzas del Señor, y por tanto me requería para que presenciara la traslación de dichos restos mortales levantando la oportuna acta para que en todo tiempo conste legalmente.
Y en su virtud, siendo las diez de su mañana, yo el Notario, con los testigos que después se expresarán, nos constituimos en el antiguo Convento de Santa Clara hoy Cuartel, y penetrando en él después de cruzar un pequeño patio y un pasillo largo, entramos en una habitación espaciosa que está destinada a depósito de armas, y que cuando la
habitaban las Religiosas Claras era el Coro bajo, y en una bonita caja forrada de blanco con galones dorados, y adornada modestamente pero con gusto, pues al par que en un costado de la misma se veía una palma rizada perfectamente, resaltaba encima (de ella) una preciosa corona de flores con multitud de cintas azules y blancas que la rodeaba, se depositaron en ella los restos humanos que han sido exhumados del Pavimento de dicha habitación donde eran sepultadas las Religiosas Claras que fallecieron cuando se hallaban en él, viéndose entre aquellos, fragmentos de velos y hábitos que indican y demuestran clara y palpablemente que dichos restos son de las mismas; mucho más si se tiene en cuenta que desde que fueron expulsadas en el año de mil ochocientos treinta y cuatro para habilitar de cuartel el edificio, no se ha vuelto a inhumar en éste ningún cadáver; y cerrada que fue la caja con citados restos mortales, al poco rato llegaron diez niñas vestidas de blanco, con bastante gusto, luego el Cabildo Colegial con los Párrocos de la Población, y a breve rato los convidados y las Autoridades
que iban a presenciar tan solemne acto.
Se entonó por el preste la antífona Si iniquitator, a la que siguieron los demás salmos en la forma acostumbrada en las exequias de los difuntos; y no le es fácil describir a mi pobre y débil pluma el Cuadro fúnebre que se presentaba a la vista.
El ataúd con sus velas encendidas, las niñas vestidas de blanco con las cintas en la mano que dependían del mismo representando la pureza y la virtud, la Cruz del Redentor, los Ciriales encendidos, el Cabildo Colegial, las Autoridades, y otras muchas personas reunidas con un silencio sepulcral, pues tan sólo se oían los ecos de los Cantos Religiosos que eran repetidos en aquellas Santuosas (sic) bóvedas; todo hacía olvidar lo presente y creer que estábamos en el Santuario de aquellas Vírgenes Claras, que sabiendo dominar sus pasiones y renunciar del mundo y sus vanidades, consiguieron, a no dudar, la gloria eterna que estarán disfrutando ¡Cuánto recuerdo! ¡Cuánta Magnificencia! ¡Cuánta grandeza! ¡Todo triste! ¡Todo incomprensible! ¡En todo la mano de Dios!
Pero continuemos levantando
esta acta.
Puesta en marcha la comitiva designaremos el orden que guardaba el Cortejo fúnebre.
Primeramente iba a la Cabeza la Cruz con sus Ciriales encendidos; después el Cabildo Colegial, con el Presidente vestido de Capa Prioral, y sus Ministros; luego la orquesta de la Beneficencia tocando escogidos pasos dobles (sic); detrás los convidados de todas clases; y últimamente cerraba el Cortejo y presidía el duelo el Señor Gobernador Civil Interino de la Provincia, el Vice-Presidente de la Comisión de la Excelentísima Diputación, el Juez de primera Instancia, y Don José Brieva como iniciador y encargado de la Comunidad.
Recorrieron la bajada del Cuartel, Calle de Caballeros, Plazuela de San Esteban, cruzaron la de San Juan y la del Collado, y pasando por la de la Aduana Vieja llegaron a la Iglesia de Santo Tomé, donde, después de entonar el Subvenite y Nocturno, se celebró con toda solemnidad la Misa fúnebre
cantando las Religiosas Claras, demostrando una y más veces que saben con afinación y armonía elevar sus preces al Señor entonando himnos religiosos, y que se les envidie por la fe ardiente y verdadera con que cooperan en actos tan solemnes.
Concluida la misa, Don Vicente Molina, Canónigo del Cabildo Colegial, desarrolló a grandes rasgos, con su acostumbrada agilidad y galantería, la oración fúnebre que se le había encomendado, y en ella, con frases escogidas hizo resaltar las virtudes de las Religiosas Claras, sus votos solemnes de perfección y fe Cristiana para poder conseguir la gloria eterna, y que sólo unos corazones como los suyos no podían consentir tener por más tiempo separados los restos mortales de sus hermanas que murieron en su antiguo Convento con los demás que se hallan depositados en el que hoy día habitan, y que así como todas aspiraban con sus rezos a la Misericordia del Señor, era justo también existieran juntos unos restos con otros a fin de que se pulvericen en un sólo sitio; concluyendo dando las gracias a las Autoridades y a todas las personas que con su asistencia habían concurrido a tan solemne y religioso
acto fúnebre.
Concluida esta oración se cantó otra vez el nocturno, y en igual forma fueron trasladados los citados restos al próximo y antiguo Convento, donde estuvieron los Dominicos y en el que hoy día se encuentran las Religiosas Claras de esta Ciudad, quienes abriendo su puerta recibieron con velos echados la caja donde se custodiaban los restos de sus queridas y finadas hermanas, cerrando en seguida aquella.
Acto continuo y en el mismo portal del Convento, por el Preste se rezó el responso acostumbrado y se disolvió la comitiva, dejando un grato recuerdo a los concurrentes, y sobre todo a las Religiosas Claras por haber cumplido un deber de gratitud para con aquellas.
Con lo cual se dio por terminada esta Acta que duró tres horas, y a la que fueron testigos presenciales, entre otras muchísimas personas, Don Julián de Vera y Don José Garganta, vecinos de esta Ciudad de Soria, quienes expresaron no tener excepción alguna para serlo.
Y leída por mí íntegramente a los mismos y a la Señora Abadesa de la Comunidad, por haber renunciado a leerla por sí, todos la
ratifican y firman; de lo cual, del conocimiento de una y otros, su ocupación y vecindad, y de todo lo contenido en la misma, yo el Notario Público doy fe.
Sor Saturnina de la Santísima Trinidad - José Garganta - Pedro Abad y Crespo [falta la firma de Vera]